Visión retrospectiva y prospectiva del desarrollo regional
Para el efecto y dado el carácter y la temática de este Primer Foro Latinoamericano conmemorativo del Centenario de nuestra Benemérita Asamblea Departamental, intentaré plantear la visión que me propongo en este ejercicio tomando como hilo conductor la dimensión histórica, para contemplar en ella varios períodos que a mi juicio parecerían ser de alguna utilidad.
Explorando y ocupando el territorio
Estas breñas de empinadas laderas en tierras mediterráneas del centro occidente de Colombia, que ligan los volcanes nevados con los estrechos valles tropicales de los ríos Cauca y Magdalena, dos depresiones que marcan los plegamientos de los Andes más septentrionales de América, fue explorada por el sector occidental cuando Sebastián de Belalcázar y sus capitanes fundaron la ciudad de Anserma en 1539 sobre la cabecera de la cuenca del río la Vieja, un año después a Cartago donde hoy está Pereira, y tres después la población de Arma; y por el oriente por quienes intentaron hasta 1553 al menos 5 veces la fundación de Victoria, en vecindades del río La Miel y de la entonces provincia de Mariquita. Y en cuanto al occidente de la región de la cual me ocuparé, a comienzos del siglo XVI el espacio lo poblaba la nación indígena de los Ancermas, la que se esparcía entre las cimas de la Cordillera Occidental de Colombia y el río Cauca, entre los actuales departamentos de Antioquia y del Valle del Cauca.
Abatida y menguada la población indígena, donde sobresalían los laboriosos Quimbayas por el poniente y los grupos Pijaos por el naciente, y saqueadas sus riquezas durante la Conquista, ya durante la Colonia se concentran las actividades antrópicas en dos frentes: uno para la explotación del enorme potencial minero en algunos ríos y montañas introduciendo la esclavitud negra a las áreas de Marmato, Supía, Arma y Victoria, donde merece destacarse la fundación del Real de Minas de Quiebralomo en 1.540 convertido en centro esclavista por haber sido uno de los más ricos del país por aquel entonces. Y otro para el estudio de la biota de la Nueva Granada en Mariquita, gracias a la Expedición Botánica, encomendada a Mutis, como punto central de las propuestas ilustradas de Carlos III para hacer de América un proyecto rentable para España, y con el cual la corona contribuyó a generar unas condiciones que, sumadas a hechos como la Batalla de Trafalgar y la incursión napoleónica en España, favorecieron la Independencia de las tierras Americanas.
Aquí creo importante resaltar que la Nueva Granada abastecía el 40% del oro mundial, razón suficiente para haber declarado un nuevo virreinato con capital en Santafé y construido la defensa amurallada para Cartagena de Indias.
Ya en los albores de la República, siendo este un territorio despoblado en el que la economía urbana sucumbía frente a actividades agropecuarias y mineras, por lo que el Estado no podía gobernar sus inconexas provincias, y donde el modelo político administrativo de subordinación centralista de la Colonia acentuaba la insularidad de Colonias y capitanías, parten corrientes migratorias de la denominada Colonización Antioqueña que llegan a estos lares, como un fenómeno social tan importante para nuestra historia como lo fueron la Revolución de los Comuneros y la Independencia. En los procesos de ocupación global de nuestro territorio, dicha colonización fue complementada por otras migraciones de colonos provenientes del gran Tolima y del estado soberano del Cauca.
En esta compleja Colonización, luego de la ocupación de tierras baldías de Antioquia durante su primera etapa entre 1770 y 1874, sigue la que avanza por las tierras selváticas del costado occidental de la Cordillera Central ubicadas desde el norte de Caldas hasta Quindío, tierras sobre las que existían títulos de propiedad colonial como la Concesión Aranzazu y la Concesión Burila, lo que conduce a enfrentamientos entre colonos y propietarios. Así, las expediciones se establecieron en colonias y fundaron pueblos que a su vez sirvieron de puntos de partida para avanzar a otras zonas y repartir las tierras. Entonces se fundaron Aguadas en 1814, Salamina en 1825 y Manizales en 1849. Y de tales conflictos entre colonos y Concesiones, y entre aparceros y latifundistas, cuenta el Historiador Albeiro Valencia Llano que “los terratenientes avanzaban con sus brigadas de asalto -inspectores, jueces, guardianes, levitas, alcaldes, leguleyos-, iban destruyendo cultivos, arrastrando las sementeras; incendiando casas”.
De una economía de subsistencia a otra de acumulación
Finalizando el primer período presidencial Tomás Cipriano de Mosquera, quien ha impulsado la navegación de vapores por el Magdalena, la apertura de caminos y la mejoras de los servicios de correo, y entrando el General José Hilario López al poder cuando la República se prepara para declarar la manumisión de 16 mil esclavos (1852), una emancipación que era temida en los grandes feudos de las provincias de Popayán y Cauca y en las grandes minas de Antioquia, Chocó y Barbacoas, y se proponen cambios fundamentales como la ley agraria, la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad de prensa y la federalización de la República. A medio siglo de haberse perdido la importancia comercial alcanzada por Honda durante la Colonia como nodo terminal de la navegación del Magdalena desde Barranquilla en la ruta para las mercancías con destino a Bogotá, Antioquía, el Cauca y Quito, afectada luego de la independencia por la apertura de los puertos sobre el Pacífico en Guayaquil, Tumaco y Buenaventura y por el camino para Antioquia por Nare, surge Manizales como parte de la provincia sur del Estado de Antioquia. Entonces la ciudad que se desarrolla, sobre una retícula con centro en la plaza mayor, va emergiendo al ritmo de la arriería, al tiempo que se va desarrollando un bahareque de tierra como tecnología vernácula con la que se expresa la adaptación de los colonos a la oferta cultural y a la amenaza sísmica del trópico andino, constituido por un una mezcla de estiércol de equinos y limos inorgánicos aplicados sobre una esterilla de guadua, dispuesta sobre una armadura de tallos de la misma bambusa.
Durante esta media centuria que cierra el Siglo XIX, luego de duros años de trabajo empleados por los colonos con la esperanza de hacerse a la tierra como medio de subsistencia y buscando el ascenso social, Manizales pasa a ser el teatro de las confrontaciones armadas de 1860 y 1876 entre los estados de Antioquia y Cauca, donde el necesario aprovisionamiento de las tropas favorece su economía de subsistencia al generarse una demanda adicional de alimentos bebidas y vestuario, cuya oferta posiblemente da pie al surgimiento del plato montañero, un típico de la gastronomía regional preparado con las provisiones de plátano, maíz, fríjol y carne de cerdo aportados por los colonos. Los casi 3 mil soldados de las huestes conservadoras que de este lado enfrentaban a los liberales del Cauca, en número prácticamente igualaban a la población de la Manizales de la primera guerra, pero también le causan pérdidas enormes al país, lo que impidió el desarrollo de importantes obras ferroviarias que venían en curso.
Para 1876 la población de la ciudad llegaba a 10 mil habitantes y la del país a unos 3 millones. Entre tanto, la promisoria economía del fértil valle del río Cauca donde se esperaba el fruto de grandes esfuerzos como fueron la construcción del Ferrocarril del Cauca, el telégrafo y el carreteable entre Palmira y Cali, además por la creación de la Compañía de Vapores del Cauca y del Banco del Cauca, se fue a pique como consecuencia de la inestabilidad política de estas guerras civiles: específicamente, la guerra de 1876 cuyo impacto causó tanta ruina que la mayoría de las haciendas quedaron sin capacidad para reiniciar la explotación de sus tierras.
Pasado este difícil período, las pequeñas fincas de pan coger del área entre Quindío y Manizales que se laboran bajo el modelo de producción familiar, se siembran ahora con propósitos comerciales primero en caucho y posteriormente en café, dando origen a un sistema económico y social diferente al de peonaje y haciendas fundamentado en el trabajo asalariado característico de los grandes predios de los estados de Cundinamarca y Cauca.
El grano de oro para el desarrollo
En una perspectiva socioambiental, Manizales, Pereira y Armenia como capitales del Eje Cafetero, un territorio antes denominado El Gran Caldas y que lo constituyen los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, son también tres ciudades hijas de la Colonización Antioqueña, y por lo tanto herederas de una cultura imbricada: primero por tener profundas trazas de esa racionalidad propia de las empresas terratenientes de Antioquia, la tierra del hacha y la ruana, y segundo por estar inficionada por la mentalidad abierta y liberal de la “caucanidad”, cuya racionalidad impulsa al ciudadano hacia el comercio y la producción manufacturera; pues ciertamente dado que en la tierra del sabio Caldas se recibía información de Panamá por las actividades mineras en Barbacoas, del Perú al depender de Quito, y de la Nueva Granada con quien finalmente se desarrollaba el comercio caucano, con la posibilidad de ampliar miras y tener más horizontes de referenciaos se moldea la mente del caucano hacia las ideas progresistas.
Aunque Manizales aparece cuando empieza la transformación política y social de Colombia (1849), Pereira se funda cuando Mosquera da la guerra con Ecuador por Tumaco (1863), y Armenia surge cuando detona en Santander la guerra de los “Mil Días” (1889), si bien las fechas de fundación de estas tres ciudades intermedias y capitales conurbadas de la tierra del café emplazadas sobre los abanicos aluviales de tres ríos que nacen en el Complejo Volcánico Ruiz-Tolima para drenar por la vertiente occidental de la cuenca media del río Cauca, son del período republicano, el mayor esplendor de la región apenas conformada se vivió en la década de 1920, gracias al impacto de los ferrocarriles cafeteros, donde café y ferrocarril aparecen como fuerzas motrices del poblamiento del centro-occidente colombiano.
Para entonces cambia la fisonomía de la esta capital que pasa de ser un pequeño poblado a tener aires de ciudad gracias a su nueva arquitectura ecléctica donde participan estilos victorianos y afrancesados, al nuevo modelo urbano que abandona el trazo de la retícula para seguir las curvas de nivel a lo largo de la escarpada topografía y a un bahareque que ha evolucionado al utilizar láminas de acero, maderas y cemento para proteger una estructura de madera con mayores proyecciones. Igualmente, los numerosos periódicos y tertulias anuncian una corriente de intelectuales y artesanos. Para la fundación de Manizales (1849), la población del país apenas sobrepasaba los 2 millones de habitantes, mientras que ahora cuando se funda el Departamento de Caldas (1905), alcanza 4 millones y medio. En 1970 esta se acerca a 20 millones de habitantes y actualmente a 44 millones.
Si bien la rubiácea de la antigua Etíope llegó durante la Colonia con las Misiones Jesuitas al oriente de Colombia, los primeros cultivos comerciales aparecen en Santander desde donde Antonio Pinzón lo lleva primero a Antioquia facilitando su difusión durante en la segunda mitad del Siglo XIX, y luego a estas tierras para impulsar el hábito del consumo y estimular su siembra con propósitos mercantiles. Le sucede en su proyecto a este visionario, su hijo Carlos Eduardo Pinzón, quien en la década de 1920 alcanzará a exportar cerca del 35% del café colombiano tras abrir el mercado de los Estados Unidos, por lo que The New York Times lo bautiza El Rey del Café. Para entonces el café representaba el 16 % del PIB de la nación y el principal exportador del grano era la Casa Comercial Pedro A. López, también propietaria del entonces Banco López cuya quiebra ocurrida en 1923, da origen al actual Banco de La República, con el cual se moderniza e institucionaliza el sistema financiero para tan importante período de la economía del país.
Ahora, habiéndose constituido el café en el motor del desarrollo nacional, dicho empresario pudo promover en el Congreso colombiano el Cable Aéreo Manizales-Mariquita, obra construida entre 1912 y 1922 con 9 estaciones a lo largo de 72,6 km, y medio con la longitud necesaria para cruzar la Cordillera Central y encontrar en el puerto de Honda la salida al Caribe, transitando el Magdalena; también hace lo propio este emérito comerciante promoviendo el Ferrocarril de Caldas como apéndice del Ferrocarril del Pacífico, el que se construye entre 1923 y 1927 con una ferrovía de una yarda a lo largo de los 117 km para unir a Cartago con Manizales, asegurándole a la región la salida al Mar de Balboa por el Puerto de Buenaventura. En este punto resulta importante decir que, inaugurado el Canal de Panamá en 1914, Buenaventura que respondía por el 8% de las exportaciones pasa a mover el 32%. Igualmente que gracias al café se da la explosión de la navegación por el Magdalena cuando el Ferrocarril de Antioquia, construido entre 1875-1914 llega a Puerto Berrío, y los de la Sabana bajan alcanzando los puertos de Girardot en1909 y de La Dorada en 1907.
La importancia del “grano de oro” será fundamental, primero para encontrar la viabilidad del Departamento de Caldas que se crea en 1905 al haberse constituido Manizales en un próspero poblado de 25 mil habitantes, cuando Medellín llegaba a 60 mil, además por lo que se apreciará en la década de 1920 cuando el meridiano económico de Colombia pasará por esta ciudad como fuente de divisas para Colombia, condición que le permitió reconstruirse luego de los devastadores incendios de 1925 y 1926 que arrasan el pujante poblado. Al fin de cuentas, la industrialización de Colombia y su primera apertura cultural y económica, no se dieron ni con la quina, ni con el tabaco, ni con el caucho, sino con el café, recurso con el cual también pudo seguir avanzando el país a pesar de la crisis de la economía global de 1929.
Comités de Cafeteros para el desarrollo y caturra para la crisis
Aunque el antiguo Caldas apenas surge tras la reforma territorial de Rafael Uribe y Uribe en 1905, en cuestión de nada se pasa de una economía de subsistencia y de grandes empresas de arriería que le apuntan al mercado nacional, a otra de acumulación con ferrocarriles y cables aéreos que buscan los puertos marítimos, donde los modelos de urbanización y el bahareque han evolucionado, la nueva sociedad presume un abolengo y tradición que no posee en virtud de su breve historia, y el café como cultivo de pequeña superficie asegura la estructura minifundista de la tenencia de la tierra, lo que a su vez incide en la conformación de unas comunidades donde el liderazgo abunda y el ingreso se distribuye, y en un modelo de ocupación soportado en multitud de pequeños poblados vecinos entre sí, lo que tendrá validez hasta la década de 1970.
Pero en 1927 se funda en Colombia la Federación Nacional de Cafeteros, institución que tiene hoy una cobertura de medio millón de familias cafeteras en los 356 municipios productores de 15 departamentos de Colombia. El sistema que garantiza un precio de sustentación financiado por un fondo nacional que se nutre de la contribución de los cafeteros, se soporta en una organización representativa compuesta por productores elegidos por los mismos cafeteros, para los Comités Municipales y Departamentales, como instituciones que en últimas han logrado irradiar los beneficios de la caficultura al campo, aportando y cofinanciando para el medio rural la construcción de caminos, acueductos, puestos de salud, redes eléctricas y escuelas. Entre tanto, tras la crisis del año 29 el nuevo modelo de desarrollo y la banca internacional, desestiman los ferrocarriles y cables para empezar a promover el sistema carretero, por lo que la Colombia andina, y en especial la región, entra a la era de la Chiva y el Yipao. Para entonces la economía y la vida de las comunidades de los pequeños pueblos y caseríos de las veredas de nuestra región, resultan pujantes, por lo menos hasta 1970.
Pero si en efecto la zona cafetalera de Colombia, por su excelencia es la del área de influencia de las capitales de Caldas, Risaralda y Quindío, gracias al impacto inicial del Ferrocarril de Caldas y luego por el aporte integral de los productores cafeteros, tal como ocurrió en el caso de Medellín como consecuencia el Ferrocarril de Antioquia y su naciente industria, a mediados del siglo XX cuando Manizales ha celebrado su primer centenario, la población de toda la región del Gran Caldas se ha polarizado por la vertiente occidental de la Cordillera Central, estableciéndose sobre el eje Manizales- Pereira- Armenia, donde ascendía a 421 mil habitantes distribuidos en 21 poblaciones. Esto, mientras en la vertiente occidental del Magdalena donde está La Dorada llegaba a 58 mil, y por la vertiente occidental del Cauca donde están Marmato, Anserma y Riosucio, sumaba 141 mil habitantes. Este hecho sumado a las consecuencias de un centralismo que desde la crisis de 1929 terminaba clonándose en las provincias, facilitará la escisión del Gran Caldas, al crearse los departamentos de Risaralda y Quindío en 1966, en el Gobierno de Guillermo León Valencia.
Pero si antes de la segregación del Gran Caldas el conjunto de poblados importantes y vigorosos que se distribuían a lo largo de la geografía de la ecorregión, gozó por varias décadas de los beneficios de una caficultura organizada y del alto efecto de la redistribución del ingreso, después de la segregación llega el caturra con los efectos de una revolución verde cuyos paquetes tecnológicos y financieros no pudieron ser asimilados por los campesinos, como propietarios de la próspera región: la consecuencia, sus tierras pasaron a manos de comerciantes y profesionales, entre tanto aquéllos migraron a la ciudad para no encontrar el empleo y las oportunidades soñadas, justo en momentos en los cuales la reconversión tecnológica presentaba mayores exigencias y empezaba a modificar la estructura del empleo. Así es que la fisonomía de las capitales cafeteras cambia dramáticamente y su economía empieza un proceso acelerado de tercerización.
Aquí vale la pena señalar que en materia de infraestructura, la región presenta diferencias y asimetrías profundas: de un lado, las áreas urbanas de las capitales y los municipios cercanos a estas, donde se concentra la infraestructura; y las zonas rurales lejanas a las capitales, menos equipadas y en las cuales cambian las condiciones relativas según se trate de zonas cafeteras donde el transporte rural ha cumplido una función esencial como catalizadora de la pobreza, dada la alta densidad de su red vial , o de las cuencas altas donde la baja densidad poblacional y la precaria conectividad del territorio afecta poblados aislados, como Marulanda y Pueblo Rico. De esta particular circunstancia, el Quindío ha podido sacar ventaja al tener integrado su territorio, lo que no Caldas ni Risaralda, donde la Transversal de Caldas que integra el 40% del territorio y la Vía al Pacífico por Apía en Risaralda, en cada caso, podrán atenuar esta deficiencia máxime ahora cuando se hacen grandes inversiones en sendos proyectos por parte del gobierno departamental en el primer caso y de la nación en el segundo. Además en Caldas, La Dorada actúa como un escenario urbano cuyo promisorio futuro dependerá de la suerte de la recuperación y navegación del río Magdalena, y con la segunda, de la implementación de un sistema multimodal de transporte como detonante del desarrollo del Magdalena Medio y la Nación, donde el puerto fluvial como infraestructura apenas es un elemento facilitador de los procesos globales del desarrollo impactado por dicho proyecto.
De la segregación a la integración
Hoy las tres ciudades del Eje Cafetero que apenas suman 1.134.536 habitantes, campeonas del desempleo a pesar de su posición geoestratégica asociada a una ubicación de privilegio en el denominado “Triángulo de Oro de Colombia”, población que se distribuye en 388.525 para la capital caldense como la más septentrional de todas, en 457.103 para la del Risaralda como el pujante núcleo articulador del conjunto urbano, y en 288.908 para la del Quindío como la ciudad que ocupa la posición más meridional, conforman entre sí una ciudad región donde se comparten sueños y frustraciones. Unas y otras, aunque agravadas por el clientelismo e impulsadas por las ideas liberales desde las bases cafeteras, también son consecuencia de un conjunto de contradicciones surgidas antes, durante y después de la segregación del “Gran Caldas”, ya que este hecho de 1966, como factor continuará gravitando los años siguientes, mientras se va construyendo una nueva identidad cultural en cada departamento como elemento que se facilite el aprovechamiento de los indiscutibles efectos positivos de una descentralización ya consagrada en la nueva constitución política de Colombia, la que logró darle una vida administrativa y presupuestal a los municipios de una Colombia que había acentuado la inequidad del desarrollo con su viejo modelo centralista.
En la última generación -25 años-, la población de las tres capitales del Eje Cafetero ha crecido así: 41% en Manizales, 96% en Pereira y 60% en Armenia, crecimiento que pone en evidencia la asimetría en los niveles de conectividad interna y externa de los tres núcleos urbanos, cifras que muestran, primero, cómo evidentemente gravita la ventaja de Pereira como centro de la conurbación, y en segundo lugar las ventajas de la vía terrestre Bogotá-Buenaventura por Armenia. A modo de referente, en el mismo período, de 1985 a 2010 Medellín crece un 86%. Es que definitivamente la condición de soledad de Medellín ha dejado en condición desfavorable a Manizales, sobre todo a partir de la apertura económica que se implementa en Colombia desde la reforma del año 1991. Ahora, con las autopistas de la Montaña, la integración del Eje cafetero y Medellín conurbará el conjunto y por lo tanto beneficiará a Manizales.
Hoy, los nuevos desarrollos urbanos aún por implementarse en los planes de ordenamiento territorial del país, deben propender por la integración hacia adentro y hacia afuera de los núcleos urbanos. Esto es, las ciudades deben conformar sus áreas metropolitanas articulando funciones que armonicen con las mejores competencias de los municipios periféricos. Igualmente las ciudades intermedias, una vez se conurben, deben integrarse con base en tres elementos: que las economías entre los centros urbanos se complementen, que las distancias entre dichos centros se reduzca a menos de tres horas, y que los centros que interactúen tengan el mismo nivel de relevancia.
Y en la dimensión más local, es evidente que Pereira ha logrado una conformación de un área metropolitana, lo que no ha podido lograr Manizales, y que Armenia no ha sorteado con acierto las discrepancias para hacerlo con Calarcá. A pesar de todo, más por razones del destino, de la intuición y de la natural vocación, las tres capitales del Eje Cafetero han encontrado una forma de complementar sus economías para no competir, orientando la de Manizales hacia el sector industrial y académico, la de Pereira hacia el comercio, y la de Armenia al turismo.
Pero el reto de Manizales debe empezar por ordenar y reconvertir su industria orientándola a tres líneas específicas, sobre las cuales todavía no existe una conciencia empresarial: uno, a industrias de alto valor agregado que hagan uso del transporte aéreo en un aeropuerto que supere las condiciones que busca Aerocafé; dos, a industrias que satisfagan el mercado nacional, renglón para el cual fueron concebidas cuando imperaba el modelo de sustitución de importaciones; y tres, a industrias que deben ubicarse del lado de la materia prima y no del consumidor, las cuales pueden hacer uso de una vía marítima como la que se propone llegando con el Ferrocarril de Occidente a Urabá o por tierra a Tribugá. Aún más, la propuesta de fortalecer a Manizales como ciudad Universitaria y Eje del Conocimiento, además de desarrollar el sector servicios, hace viable este desafío, siempre y cuando la academia se contraiga para cualificarse en áreas estratégicas, transformándose en universidades de conocimiento.
A su vez Armenia, ya ha logrado articular las fortalezas de su valiosa oferta ambiental, dotándola de una valiosa infraestructura de parques temáticos, para constituyéndose en el segundo destino turístico de Colombia, y luego diversificar su economía aprovechando los beneficios de su condición de bisagra entre las cuencas del Cauca y Magdalena, y como nodo que enlaza la economía de Bogotá con la del Pacífico. Pereira a su vez, con el peso que adquiere al articular las economías de Manizales y Armenia, podrá sacar notoria ventaja al constituirse como el centro de una nueva conurbación entre Cali y Medellín, dado que las Autopistas de la Montaña y las dobles calzadas del Valle facilitarán los hechos metropolitanos de esa gran ciudad-región, la que podrá ser vista como la más importante de todo el Pacífico Latinoamericano cuando el desarrollo portuario de Colombia sea otro.
Y para cerrar, una mención a dos proyectos estructurantes que han quedado en este aparte: el Aeropuerto del Café -pero con pista de 3600m para lograr impactar la región, y un puerto profundo en el Pacífico concebido en el marco del eje de desarrollo Tribugá-Urabá. El primero como medio aéreo fundamental para resolver la condición mediterránea del Eje Cafetero, y el segundo como un territorio logístico para el medio marítimo con el cual se transforma la posición geoestratégica de Colombia en ventaja competitiva, al establecerse un sistema de nodos para la prestación de servicios logísticos y de transporte de mercancías, con un ferrocarril como puente en la interface de los dos océanos de la economía planetaria. Esto, siempre y cuando planifiquemos y gestionemos ambos proyectos, no viéndolos como simples inversiones en infraestructura, sino como verdaderos catalizadores del desarrollo nacional, y particularmente como expresión de la gran conurbación que ya se advierte en el occidente colombiano, entre Cali y Medellín con el Eje Cafetero como su elemento urbano integrador.
Retos y enfoques para la agenda
Es evidente que la sociedad de hoy reclama un Estado que debe implementar políticas sectoriales, culturales y educativas en el nivel local, atender con urgencia los desafíos ambientales y de pobreza e inequidad, y de paso erradicar la corrupción y adecuar de forma coherente el ordenamiento territorial, de conformidad con la oferta cultural y natural de las regiones, y en atención a su problemática social y ambiental.
Pero sabemos que estos no son los tiempos de la sociedad industrial, del Estado solidario que expande sus beneficios gracias a los postulados Keynesianos, ni de unas fuerzas productivas soportadas en procesos intensivos en mano de obra. Ahora son los tiempos de una nueva sociedad competitiva y fragmentada, en la que la estructura del empleo ha cambiado. Pero en esta segunda sociedad transmutada por la tecnología, el conocimiento que alcanza el mayor protagonismo entre los factores de producción, ha quedado al servicio del mercado y por lo tanto de espaldas a las grandes necesidades de una Nación, donde la pobreza y la fragmentación social imponen otras prioridades. Luego, el nuevo empleo ya no se basa en destrezas manuales y fuerza muscular, sino en el desarrollo de competencias intelectuales para articularlo a procesos intensivos en tecnología, y también se soporta en el desarrollo de la creatividad y en la inteligencia social y emocional, como factores requeridos para el emprendimiento y la innovación.
Ahora, si partimos de la premisa de que el enfoque holístico, prospectivo y democrático, de la planeación y del ordenamiento del territorio, no es suficiente para lograr el desarrollo entendido como crecimiento sostenido con irrigación de los beneficios del progreso, es porque creemos que mientras no se priorice la acción del Estado en la formación del capital social, frente al crecimiento económico, y mientras no se equilibre la inversión en infraestructura social con la inversión destinada al desarrollo de las fuerzas productivas, no se estará situando a las personas en el centro del desarrollo.
Y admitiendo que el desarrollo humano consiste en un proceso educativo, entonces para cerrar la brecha de productividad entre los medios rurales y urbanos, lo que incluye la existente entre productores rurales y empresarios agroindustriales, urge emprender un desarrollo educativo y cultural que haga factible una reconversión productiva del sector agropecuario, orientada hacia modelos de producción limpia donde saberes, conocimientos, aprendizajes y experiencias se integren a un desarrollo social y cultural de una región que no resulta ser tan homogénea como se ha pensado, al definirla como cafetera: esto es, se propone re-significar y re-elaborar el conjunto de símbolos y valores del patrimonio que da soporte a la identidad de un territorio biodiverso y multicultural: en la Alta Cordillera de nuestra ecorregión los símbolos de la identidad se relacionan con el pasillo, el páramo, el bahareque de tabla, el sombrero aguadeño y la ruana de San Félix; en el Magdalena Centro, con la navegación por el Magdalena, la Expedición Botánica, el rancho de hamacas y la subienda de nicuros, bagres y bocachicos; en Marmato, Supía y Riosucio, con la cultura indígena de las comunidades Embera y Umbra, y con la minería del oro nutrida del significativo aporte de las comunidades afrodescendientes: existe más novela y poesía en el oro que en el café.
Y en el caso específico de Manizales, para mitigar el impacto que pueden tener los desaciertos y controversias de hoy sobre la confianza de los ciudadanos respecto a las potencialidades de la ciudad y su región, miremos la capital como una ciudad que gracias a su potencial cultural y natural, tiene la capacidad de emerger de sus desgracias y derrotas, haciendo uso del civismo de su gente, tal cual lo registra su historia con incendios, terremotos, erupciones volcánicas y otras acciones mucho más devastadoras, consecuencia de la despiadada acción humana sobre los bienes comunes o públicos.
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Manizales, 25 de noviembre de 2010.
* Profesor Universidad Nacional de Colombia.
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