29 de marzo de 2024

¡12 horas sobre el desastre!

13 de noviembre de 2010
13 de noviembre de 2010

 

Esta joven cuenta lo que puede a medios y a rescastistas al llegar a Mariquita para ser socorrida.

Ese día transcurría como cualquier otro en Armero, sin saber que en cuestión de horas quedaría sepultado.

La erupción del volcán comenzaba a derretir la gruesa cúpula de hielo en la cima de la montaña. La lava convertida en una mortal masa de ceniza y lodo se acercaba fatalmente a Armero. Al atardecer, todo el Valle del Tolima era presa de la avalancha.

Como las desgracias suelen combinar los hechos a su favor, Armero estaba a punto de ser sepultada pero, en los altavoces de la catedral del pueblo, una voz recomendaba a todos volver a sus casas. ‘No hay peligro por el volcán’, decía el equivocado mensajero.

Era casi un disparate. El volcán llevaba cinco meses humeando.

‘LA AVALANCHA VA RÍO ABAJO’

Según El Tiempo de Bogotá, el alcalde de Armero recibió una llamada del poblado de El Líbano, a unos 20 km al oeste del volcán, en la que se le informó que el alud de lodo estaba ‘en camino’.

El hombre llamó a la radio del pueblo para dar ‘el aviso de evacuación’. A esa hora se transmitía un partido de fútbol local. El técnico de la emisora le contestó ‘no puedo interrumpir el partido, no tengo autorización’. El desastre fue inevitable.

Poco después, un rugido sorprendió a la gente de Armero. Antes de que pudieran reaccionar, la avalancha de lodo sepultó un 90% de las viviendas y a 20,000 habitantes de esa ciudad.

VIAJE HACIA EL DESASTRE

Al día siguiente, en muchas redacciones por todo el mundo, las primeras noticias dejaban a todos perplejos.

Yo llegué a la redacción del Saint Peterburgs Time, donde trabajaba, cerca de las 2:00 p.m. De inmediato, Mike Foley, el director del diario, me llamó a su oficina, ‘Ricardo, la AP tiene información de que un volcán en Colombia sepultó una ciudad; ya estamos buscando vuelo para ti… ¡prepárate!’.

Esa noche, cerca de las 10, aterricé en Bogotá. No fui al hotel. Me dirigí hacia los hangares de la aeronáutica civil. Un pequeño grupo de mecánicos ajustaba dos aviones de carga, uno de ellos saldría a las 6:00 a.m. para Mariquita, ciudad colindante con Armero. A eso de las 5:00 a.m., llegó el piloto, hablé con él. Tenía que irme en su vuelo, en el que se buscaría a los sobrevivientes; él me garantizó la ida, pero no el regreso.

Eran las 7:30 a.m. del 15 de noviembre, cuando entre las nubes pude ver un pequeño desierto rojizo, sin árboles, casas o animales, rodeado por una frondosa vegetación. Eran los restos sepultados de Armero.

Descendimos en un campo anexo al hospital de Mariquita. Ahí los cuerpos de los fallecidos se apilaban uno sobre otro. A veces, entre los cadáveres, médicos intentaban atender a quienes aún tenían alguna señal de vida.

Eran imágenes aterradoras, pero yo necesitaba ingresar al área del desastre. Contacté al Dr. Germán Hernández y lo convencí de lo importante que era difundir la gravedad de la situación. Finalmente, convencí al piloto de un helicóptero de la fuerza área colombiana que regresaba a Armero a recoger heridos. De nuevo, no me garantizaba el regreso.

Minutos después, la nave tocaba suelo en Armero. La situación era tan grave que tomé algunas fotos de las labores de rescate y comencé a ayudar a subir cuerpos al helicóptero, que unos minutos después desapareció en la distancia.

Me di la vuelta y seguí tomando fotos de víctimas, escombros y lodo. Intenté llegar hasta los restos de una casa que se veía a medio derrumbar, a los pocos pasos quedé inmovilizado, el lodo me llegó a las rodillas. La masa comenzaba a secar y endurecer. Un sobreviviente me ayudó a salir del barro.

‘MAMI, LA QUIERO MUCHO’

La tragedia y la desolación en Armero mostraron su magnitud y conmoción cuando Omaira Sánchez, de 12 años, con 24 horas enterrada en un pozo de agua y lodo, se despide de su familia y del mundo ante las cámaras de TV española.

‘Mamá, si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude, papi y mi hermana y yo, adiós madre’.

EL VUELO DE REGRESO

Entrada la tarde, escuché el sonido de un helicóptero. Habían pasado casi 12 horas desde que llegué a Armero. La nave que nos trajo regresaba. Pensé que esta sería mi única oportunidad.

Me coloqué las mochilas en la espalda, ayudé a acomodar más cuerpos en el helicóptero y cuando la nave alzó vuelo hice algo que nunca hubiera pensado. ¡Salté al estribo del helicóptero y quedé boca abajo asido de la barra metálica! La nave se balanceó un poco. Dentro, uno de los rescatistas me agarró por la correa de mi mochila. Así transcurrieron los 7 minutos más largos de mi vida. Cuando el helicóptero se acercó a tierra en Mariquita, volví a saltar y empecé a tomar fotos.

Sabía que esa noche había un vuelo a Bogotá con las víctimas en estado más crítico, el piloto era el mismo que me trajo en la mañana, me ofreció viajar de pie, sin dudar, acepté.

A las 10 p.m. del 15 de noviembre, llamé al diario. Estaba listo para regresar y debía ser pronto. Mi misión era que el diario tuviera el material antes que las agencias internacionales.

El 16, a las 5:30 p.m., en el diario, Mike Moscadini, editor de cierre, evaluaba las fotos para la portada y toda una página interior de la tragedia de Armero.

La magnitud del desastre de Armero la entendí una semana después, leyendo la revista Time.

laestrella.com.pa