No es un trabajo cualquiera
Decían los jugadores, casi una treintena en total, que el no jugar no significaba el incumplimiento de sus obligaciones laborales porque ellos lo hicieron la semana pasada y lo harían mientras no se les arreglara su situación económica, se presentarían todos los días y en los horarios acordados a las oficinas administrativas del club a cumplir con su jornada laboral.
Por supuesto, los jugadores de fútbol profesionales, como cualquier trabajador, tienen todos los derechos que se generan de un contrato laboral y uno de ellos es el pago de su remuneración y demás componentes salariales. Sin embargo, su trabajo no es una labor cualquiera. Es un oficio especial que involucra un sentimiento colectivo, una pasión, una afición que vive y palpita con el fútbol, y en general toda una sociedad, y que por tanto producen obligaciones y compromisos que van más allá de los simplemente contractuales, de asistir a un entrenamiento y jugar un partido de fútbol de acuerdo a una programación oficial.
Por eso, los jugadores de fútbol no pueden, como lo hace cualquier operador de una máquina o un conductor, simplemente declararse en huelga y no jugar. Con su decisión estaban llamando por supuesto la atención de los directivos del equipo, pero por sobre todo estaban perjudicando a la afición que se prepara y espera toda la semana el partido para acompañar el equipo en el estadio, y estaba afectando a la institución y a la ciudad que son los quedan mal ante el resto del país.
El fútbol y la profesión de jugador son mucho más que darle patadas a un balón y si se quiere hacerlo bien y ganar los partidos. Es un compromiso con una ciudad, con sus emblemas, con sus colores, con su afición que puede que no sea la que les paga sus salarios, pero si la que los apoya en las buenas y en las malas, cuando hace sol y cuando llueve a cántaros, la que está cada domingo aquí, o en Cartago, o en cualquier lugar del país, y como tal no pueden tratarse como un trabajo cualquiera.
Claro que todo esto genera también obligaciones y responsabilidades paralelas y recíprocas de los directivos. Pero con todo, no podemos compartir la decisión que habían tomado los jugadores y que por fortuna se superó. Se habían puesto al nivel de cualquier trabajador y habían desestimado lo que significa el sentimiento y el amor de una ciudad y de un pueblo por su equipo, por su camiseta y por sus jugadores.
Pensamos que había y que hay otros procedimientos y otras formas, incluyendo recurrir al apoyo y la presión de la propia afición, para hacer valer sus derechos laborales y para presionar a los directivos a que los cumplieran y lo hicieran a tiempo y de acuerdo a sus contratos.
Editorial Diario del Otún