Yupi a los 90
OTRAPARTE
Por Óscar Domínguez G. (*)
En el principio fue la carcajada. Después nació el bebé. Por patriótica puntería de papá Olimpo y mamá Luisa, ese explosivo bebé, Otto Morales Benítez, inauguró su estruendosa andadura el 7 de agosto, hace 90 años, en Riosucio, Caldas.
Es activista de leo como Mata Hari, Madonna, Fidel Castro, Napoleón, Goethe, Bill Clinton, Samper, Pastrana, los presidentes Barack Obama, Juan Manuel Santos y el locuaz petrovecino Chávez.
Don Otto se despierta y enseguida concluye que "cada amanecer es jubiloso. Es el comienzo del asombro".
Es el Ivonne Nicholls (relacionista público) del chontaduro de Riosucio. Quiso utilizar el ímpetu que genera este "viagra natural" para ser presidente. Los colombianos lo quieren tanto que se abstuvieron de elegirlo.
Curado de vanidades, él mismo suele contestar el teléfono. Otras veces se oye esta respuesta de su empleada: "El doctor salió a trabajar".
Es un nonagenario hecho para la palabra. De los oradores y pensadores grecocaldenses tomó floridos sustantivos, adjetivos y verbos que enriquecen su prosa de ensayista, su género preferido para desentrañar el mundo.
Confiesa a manera de resumen de su viaje a Itaca: "No tengo quejas de la ternura".
Todos los días llega a su oficina en la bogotana torre Colpatria a laborar con arrestos de yupi. Parece estrenando diploma de abogado de la Pontificia Bolivariana.
Sus lecturas matinales del periódico incluyen las efemérides históricas donde es protagonista constante. Luego "desayuna" leyendo obituarios, truco para mantener alejada la pelona.
A su viejo camarada Belisario Betancur le cargó inútil ladrillo como buscador de paz. Los "enemigos agazapados" lo regresaron a su anárquica biblioteca y a su vetusta máquina de escribir Olivetti.
Preside su despacho un Crucifijo, regalo del escultor Arenas Betancur, su compañero de bohemia en los años cuarenta. A su oficina llega enfundado en su trinidad bendita sartorial: sombrero Barbisio, paraguas Fox y chaleco, terno que viste para desfilar por la ciclovía.
Rocío, su secretaria pastusa, se encarga de doparlo con su dosis personal de té Lipton. "Rocío, por favor, llámeme al doctor Olimpo", le pide con ternura de abuelo alcahuete.
Olimpo es su hijo y colega, curador del Museo bogotano que lleva el nombre de Don Otto. Comparte tareas con su hermana, la antropóloga Adela. Daniel, el tercer hijo del dueto Otto-Livia, su fallecida musa, murió en París. Ese día Dios tomó compensatorio.
Disfruta más buscando un adjetivo que destapando champaña. Ya pasó del centenar de libros: van 128. Hacen fila 40.
Al liberal disciplinado que escribe y discursea desde los 13 abriles, siempre le quedará faltando un libro por escribir: sus memorias de infancia que "fue dulce y alegre". La obra podría llamarse la alegría de vivir y de servir, sus verbos amados.
Al escalar el Everest de sus ruidosos primeros 90, espera la llegada de la vejez, a la que no le teme. "Hay miedo cuando no se sabe qué hacer?".