Somos unos hipogelotónicos
Día a día, poco a poco, se fue extendiendo, hasta que el 60% de las alumnas reían sin control. A los maestros, por supuesto, el asunto no les causaba ninguna risa.
Enorme como un aguacero, imparable como un arroyo, la risotada adquirió proporción mítica. Contagiosa, infecciosa, epidémica. El 18 de marzo el internado tuvo que cerrar sus puertas. Las carcajadas, sin embargo, se propagaron a otros colegios, a los demás pobladores y a las aldeas vecinas. La epidemia afectó a cientos, tal vez miles, y duró varios y felices meses.
La contagiosa risa: ¿qué tiene de especial?, ¿para qué sirve después de todo?, ¿por qué su sola mención nos motiva a emularla? Es un extraño sonido causado por rítmicas expulsiones de aire, con la boca abierta, los dientes expuestos. Hay risas sinceras de ojos grandes, hay risas hipócritas de bocas fruncidas, y uno se da cuenta, pero responde igual. Es contagiosa, es símbolo de alegría y tranquilidad, de humor y entretenimiento. Un genuino símbolo de paz colectiva.
Por mucho tiempo creímos que era exclusiva del ser humano. Hoy sabemos que todos los primates ríen, de maneras diferentes, pero muy similares a la nuestra en la medida en que sean más cercanos evolutivamente. La risa de chimpancés y orangutanes es más parecida a la nuestra que la de los titíes, por ejemplo. Eso implica que tiene asiento en nuestros genes, que se hereda, muta y se modifica. Los estudios comparativos con primates indican que se originó hace más de 10 millones de años, que evoluciona con nosotros y en nosotros, es decir que está socialmente condicionada. Su compás y ritmo nos enseñan que se originó junto con el lenguaje y que está íntimamente asociada a la palabra, que es un valioso y fundamental elemento de comunicación.
Por mucho tiempo la asociamos casi exclusivamente como una manifestación del humor y el chiste, hoy sabemos que casi el 80% de las risas y sonrisas se dan mientras nos comunicamos. Su función primordial es, pues, contribuir a transmitir emociones positivas, a disminuir la agresividad, a enviar señales de bienestar al otro, al exterior. Pero también hacia el interior de cada quien: sabemos que estimula el apetito y oxigena la sangre, disminuye el estrés y la ansiedad, estimula la producción de serotonina y crea sensación de placidez. Sabemos que tiene fundamentos genéticos, que es detectable neurológicamente y, en especial, que se puede educar desde el primer mes de vida y hasta el último.
Pareciera, pues, que la gelotología –el estudio científico de la risa y sus efectos– debiera formar parte activa de nuestras tradiciones. Si hay una nación que requiere terapia colectiva de risa, es la nuestra.
Poseemos una poderosa y rica vena humorística (basta comparar el humor costeño con el pastuso para notar la diversidad y el potencial), pero estamos atrapados en una espiral masoquista que nos corroe con fiereza. Deberíamos enfrentar la ‘colombofagia’, esa particular capacidad del colombiano para criticar destructivamente lo propio, con unas contundentes dosis de sanas y sanantes carcajadas. Pasar de la hipo a la hipergelotonía. El Universal.
Contagiarnos un poco de Kashasha.