Feria fenomenal
Lo digo, porque cada vez que asisto a la feria internacional del libro en Bogotá, siento que ese medio millón de personas que cada año la visitan, son los colombianos que este país necesita para salir adelante. Medio millón de colombianos desarmados, que le rinden homenaje al intelecto, la tolerancia y la convivencia.
Allí, en esas diez hectáreas del recinto de Corferias, las editoriales del mundo exhiben sus publicaciones, y los escritores consagrados firman autógrafos para sus lectores.
Pero bien, no voy a contarles todo, para ver si el próximo año se animan a asistir. Sobre todo ahora cuando los pasajes aéreos están baratos, y no cabe por ningún motivo la excusa de que la cantidad de frías del sábado son impostergables e imprescindibles. Me remito entonces a decirles que, este año, con la presentación de los libros del economista guajiro Amílkar Acosta, Jesús Ferro Bayona y Ramón Illian Bacca, las universidades Simón Bolívar y la Norte hicieron su aporte fundamental. Lo mismo la exposición artística de maestros del Caribe presentada por Eduardo Márceles y Sandra Vásquez.
Como diría el Pibe, para resumir: todo bien, todo bien. La única queja (se los digo acá entre nos) es la presencia inmancable del cachaco Espinoza. Ese fastidioso personaje de quien uno tiene que aguantarse cualquier tipo de bromas en la fría capital. Por ejemplo, en medio de tanta gente ilustre, salir a decir: ¿Y donde están aquí los políticos costeños, que brillan por su ausencia? o ¿de qué colegio escogerán este año la reina del carnaval, del “Can Parrish” o del “Mery Miau”? o esta otra, ¿verdad que a los jugadores del Junior les prohibieron jugar borrachos? Pero que enratonados si se vale jugar (léase enguayabados para aclimatar).
En fin, reitero: si no fuera por la presencia de este desagradable señor Espinoza, que según sus conocidos hace parte del ‘cartel de la uva’ (porque no hay evento donde brinden vino en el cual no se aparezca) esto sería excepcional.
Así pues, de regreso a casa, escribo esto que ahora ustedes pueden leer. Y hasta ahora advierto que llegué a mi curramba, al percatarme que, en medio de las tinieblas, casi media docena de policías rodean el taxi para pedirle papeles al conductor, mientras a un costado del barrio Barlovento un hombre es asaltado en la acera sin ninguna consideración. Y numerosos vehículos aparcados en medio de lo que hasta hace poco fue calle, toman cervezas a un costado de San Andresito; y hasta en la mal llamada Plaza de la Concordia, como desafiando al doctor ‘Manduco Rosales’, los indigentes defecan y deambulan en ella sin ninguna preocupación.
¡Qué maravilla!, diría aquel recordado locutor, quien muchas veces refirió la anécdota del niñito que quería saber porqué con sólo perder una materia su padre lo levantaba a palo, en cambio su amiguito perdía cuatro materias al mes y el papá no le hacía nada “Fácil” -le contestó el otro niño (que se tiraba cuatro materias al mes), “lo que pasa es que mi papá es policía, y yo de vivo cuando le voy a entregar el boletín, le meto un billetico de diez barritas en su interior”.
Mientras tanto ahora reflexiono sobre las exageraciones del tal Chepe Fortuna y sobre la crudeza de esta violencia que se niega a ceder. Quizá mejor nos convenga, aun cuando sea por un año, desplazar a Barranquilla la feria del libro, que este año sin duda quedó fenomenal.
Esquirlita: Cerca a Corferias hace algunos años cayó abatido Jaime Garzón. Propongo honrar con su nombre el recinto ferial.El Heraldo.