El toro de lidia
El alma de una nación se forma en el yunque de sus propias tradiciones, en el conjunto de bienes culturales que una generación hereda y trasmite a las siguientes, y que de suyo constituyen los valores, las creencias, las costumbres, y las expresiones artísticas que, en nuestro caso, son la herencia originaria de nuestra mezcla indígena y española, y que hemos venido construyendo desde hace más de cinco siglos. Somos por tanto producto de nuestras propias tradiciones.
Nadie puede imaginarse cualquier pueblo de la costa Caribe o del interior del país, sin su típica tradición de riña de gallos o del coleo, o de una celebración folklórica, como la fiesta de blancos y negros en Nariño o el Carnaval de Barranquilla que ahora es patrimonio de la humanidad, o las de San Pedro y San Pablo en Huila. ¿Quién se puede imaginar un pueblo de la Costa sin riña de gallos o en los Llanos sin coleo? No son una tradición de ricos ni de pobres, son del pueblo.
¿Cuál es la razón entonces para que la Corte tome la decisión de prohibirle a miles de colombianos que tienen como única alternativa de esparcimiento, la riña de gallos, el coleo, o la fiesta brava? Si las tradiciones en el fondo son lo que forma el alma de una nación, no las debe prohibir. Los ricos eventualmente pueden ir a la gallera a jugar. Pero el que cría el gallo fino, es el pobre. Y lo cría porque es la única alternativa de diversión que tiene, porque carece de escenarios deportivos y de otras cosas. Si tuvieran canchas de tenis, de futbol o de basquetbol, uno no sabe si, con el paso del tiempo, esas tradiciones van cediendo paso a otras alternativas que les brinda la sociedad.
Además, porque detrás de esas expresiones se ha desarrollado toda una estructura productiva que las soporta. Miles de personas se dedican a la pintura en Nariño para construir carrozas, como centenares a mantener la feria de las flores en Medellín o el mismo Carnaval de Barranquilla. En el caso de la fiesta brava, son miles de personas que se han dedicado a esta tradición.
El toro de lidia, protagonista de la fiesta brava, es, por tanto, una realidad en la ganadería colombiana. Su cría es una actividad económica consolidada y sus criadores son tan ganaderos como los de leche especializada, los que se dedican a la producción de carne o al llamado doble propósito. Al igual que estos, comparten problemáticas, expectativas y afanes de modernización, aunque el suyo sea un ámbito productivo diferenciado. De ahí la existencia de las razas.
Las razas existen por el interés del hombre de lograr un objetivo: poder producir carne o leche y en este caso concreto de la lidia, producir bravura. Y para alcanzar los niveles de producción y calidad en esos campos, el hombre ha trasegado en el mejoramiento de la genética, de la alimentación de los animales, en los temas biológicos, pasando por la inversión en investigación. Es el resultado de muchos cruces y de siglos de trabajo. Hoy en Colombia existen muchas empresas ganaderas dedicadas a esta actividad, en la cual invierten alrededor de cinco años para producir un ejemplar de lidia, que además genera muchos empleos y recursos a los fiscos.
Si tal objetivo se pierde y el mundo deja de torear, se echara por la borda el esfuerzo de siglos de trabajo y el resultado de muchos cruces, desintegrando de un plumazo los elementos sustanciales del toro bravo. El caso de la hípica en Colombia es un claro ejemplo de esto. El día que prohíban las fiestas de los toros, ese día desaparece el toro de lidia.