El comienzo
Es la unidad nacional que había ofrecido y que con buena razón tiene alegre a todo el mundo. Después de ocho años de crispación y encontronazos, teníamos derecho a un gobernante cortés y cerebral. Y digo cerebral, porque las peleas que cazaba Uribe tenían costos enormes, pero ningún beneficio.
-El de los jueces era el caso más patente. La Corte Constitucional puede tumbar un referendo, una ley acordada con las AUC o la declaración del estado de emergencia; la Corte Suprema puede encarcelar o empapelar a casi media bancada oficialista, a los subalternos que hicieron las ‘chuzadas’ o al primo hermano del señor Presidente; los magistrados pueden investigar si los hijos hicieron negocios chuecos o si el hermano trabajó con los paras… El Presidente tiene derecho a estar en desacuerdo, a molestarse y a rabiar… en privado. Una pataleta pública viola la Constitución, desacredita las instituciones, radicaliza a los jueces… y es perfectamente inútil porque las decisiones judiciales no se cambian con regaños sino con los recursos y las pruebas que presenten los abogados de la persona agraviada.
-El caso Chávez parecía imposible, pero en realidad era más bien sencillo. Si Colombia tenía pruebas de su complicidad con las Farc, sus opciones eran claras: declararle la guerra a Venezuela, o quedarse callada. El computador de Reyes y los shows en la OEA servían solamente para cerrarnos mercados y para que la Guardia Nacional hiciera todavía menos de lo poco que hace en contra de las Farc. Vea usted: a las malas no se puede lograr que los Estados vecinos nos ayuden a ganar la guerra interna.
-Lo mismo vale para el Ecuador, y con el agravante de que ellos son los ofendidos porque Colombia fue quien violó su territorio. El presidente Correa sólo pide que le cuenten cómo pasaron las cosas, y hasta vino a Bogotá a la posesión de Santos.
-La oposición está casi esfumada y a Vargas Lleras le bastó con anunciar que no habría más ‘chuzadas’ para que el Polo y los verdes se sentaran a la mesa. Y en cuanto a la señal a Alfonso Cano… pues bueno, no fue más que una señal.
Fue suficiente, pues, con una cara nueva para que los conflictos que ayer eran insolubles hoy se estén resolviendo. Lo cual, claro, es excelente y explica la alegría nacional. Pero esa misma facilidad sugiere que la historia no era –ni será– tan inocente.
Lo que hasta ahora ha cambiado con Santos es la forma, pero no sabemos qué hará con los fondos. ¿Qué les dirá a las Cortes sobre la elección de Fiscal, el Consejo de la Magistratura o el cierre en las tutelas?, ¿qué a Chávez sobre las bases aéreas o sobre las facturas engañosas?, ¿qué a Correa sobre las fumigaciones?, ¿qué al Polo sobre la propuesta de Petro?… Si el Presidente nuevo se mantiene en las tesis de Uribe, habrá bajado el ruido, pero no la corriente.
Y si cambia esas tesis chocará con Uribe, es decir, con las fuerzas profundas que hay debajo de Uribe. Con los halcones, con los terratenientes, con la clase política, con esa enorme Colombia emergente que cree en los atajos y que ha emergido usando los atajos.
Santos es el regreso de la clase alta bogotana, y hará la unidad nacional que quepa en los salones bogotanos. Pero la división nuestra es entre dos Colombias irreconciliables porque existen en tiempos y en lugares muy distantes.
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