28 de marzo de 2024

Al oído del Ministro

20 de agosto de 2010

Para quienes trabajamos el campo, ésta directriz constituye una enorme responsabilidad, la cual asumimos con orgullo y con el compromiso y la seriedad que caracteriza al gremio ganadero.

En esta oportunidad quiero presentar un panorama general del sector agropecuario, en el que se destaca su alta contribución al PIB nacional, 8.5%; el gran aporte a la generación de empleo, 18.3% de la población total nacional ocupada (4.3 millones de personas); el uso de tierras (de las 114 millones de hectáreas que tiene el país, ocupa 45 millones, para producir 27 millones de toneladas de productos agrícolas y 3.8 millones en pecuarios); y el nivel de comercio exterior (exportaciones por 4.9 millones de toneladas e importaciones de 9.5 millones de toneladas, y balanza comercial agropecuaria y agroindustrial positiva en valores de 1.4 millones de dólares en 2009).

Las cifras del sector pecuario bovino son, igualmente, de gran magnitud. Contribuye al PIB nacional con el 1.6% y genera 950 mil empleos directos. El hato es de 23.5 millones de cabezas –el puesto 11 en el mundo–, fundamentado en un 72% en ganado cebuino (Bos Indicus), 15% en razas europeas (Bos Tauros) y 13% en razas criollas, distribuido en 490 mil predios; con un nivel de sacrificio de 3.8 millones de cabezas y producción de carne de 800 mil toneladas al año (promedio 2005-2009); y con producción de 6.500 millones de litros de leche al año (2009).

El agropecuario es, por tanto, un sector muy dinámico, que acusa altos niveles de pobreza, 64.3%; con grandes obstáculos para elevar su productividad y notables distorsiones de mercado, y con un pesado lastre originado en años de violencia y de exclusión en los modelos de desarrollo. Pero también es un sector con grandes posibilidades para entrar a participar, como proveedor, del enorme mercado potencial de alimentos y otros productos que supone una demanda del 50% adicional de la población mundial en los próximos 50 años, amén de la mejora de ingresos de muchas economías del mundo que van reduciendo gradualmente sus niveles de pobreza y los convierte en demandantes reales.

El efecto combinado de estos obstáculos, unido al alto riesgo que caracterizan las labores del campo, propiciadas, cada vez en mayor proporción y recurrencia, por los cambios ambientales que registra el planeta, obligan a implantar estrategias de producción que minimicen esos impactos. Un simple ejemplo ilustra lo que se nos viene ahora con el invierno: basta imaginar cómo sacar el ganado de una vereda cercana a una vía secundaría –unos 30 kilómetros– por una trocha en la que los camiones se quedan enterrados y tardan 6 o más horas en ese corto trayecto que, en otras latitudes, no demoraría más de 30 minutos. Eso se traduce en pérdida de competitividad.

Pero paralelamente es un sector que registra una constante disminución de sus ingresos -por reducción de precios de sus productos-, que tiene que absorber a su vez los altos costos de las materias primas, y a la par ver limitado su crecimiento por estancamiento del consumo. Constricción originada, en gran parte, por las fallas estructurales que registra la cadena productiva, que no trasmite los menores precios que recibe el ganadero que, si los trasmitiera, estimularía el aumento de la demanda.

Estos son algunos de los aspectos que trataré, con mayor detenimiento, en los siguientes artículos, junto con las estrategias que ha implementado el gremio ganadero y las que se podrían habilitar desde el seno del Gobierno, para empezar a mover esa locomotora del sector agropecuario. Al oído del Ministro.