Rubén Darío Gómez (Q.E.P.D.)
Imagen Federación Colombiana de Ciclismo
Pero a mi me impactó. Lo primero fue preguntarme qué le pasaría a un hombre tan joven, se me vino la imagen del “Tigrillo de Pereira” con su camiseta de Jarcano. Tenía 70 años. No estaba tan joven. Yo no estoy joven. Lo segundo fue que su muerte me la anuncian cuando estaba escuchando la clasificación del tour de Francia, en el que por primera vez en 27 años no hay un solo Colombiano. Que pesar.
Ganó la Vuelta del 59 y la del 61, cuando debutó el más grande: Cochise, en la del 60 lo superó el Príncipe estudiante Hernán Medina y en el 62 Pajarito y Cochise. En el 63 y 64 fue un animador de primera fila, al lado de Martín y de Suárez y se convirtió en uno de los mejores amigos de Rodríguez, como Halaixt Buitrago, como Asdrúbal Salazar.
Conformó una formidable cuarteta capaz de derrotar a la armada invencible paisa, al lado de Pablo Hernández, quien ganó en el 68 y de Alfonso Galvis y Ariel Betancourt, quien falleció prematuramente.
El conforma el selecto grupo de precursores de la efímera grandeza de nuestro ciclismo, el mismo que llevó al abismo Miguel Angel Bermúdez, acolitado por áulicos como Julio Arrastia y Héctor Urrego que nos vendieron el mentiroso sueño de nuestro poderío en carreteras europeas, a desmedro de la realidad doméstica.
Paz en la tumba de Rubén Dario, paz en la tumba de nuestro ciclismo.