La maledicencia contra Rommel
Estoy seguro que no sufrió, que el proyectil le hizo explotar su valiosa materia gris y perdió inmediatamente la conciencia y le sobrevino la muerte en segundos. Con el doctor Rodrigo Villegas Jaramillo perseguimos al asesino, y éste disparó dos o tres veces contra nosotros. Decidí echar pie atrás y auxiliar a Rommel, me arrodillé junto a su cuerpo y vi sus ojos abiertos, uno de ellos parpadeando. Fue una mirada dulce, tierna, sin ningún asomo de terror o de rabia, como diciendo: ‘misión cumplida, mi querido Miguel Ángel’.
Más tarde empecé a escuchar la infamia. Decían algunos periodistas que Rommel Hurtado fue aliado del cartel de Cali. Pero no explicaban que lo fue como una misión acordada con parte de la inteligencia militar colombiana para conseguir la información que lograra ubicar al narcotraficante Pablo Escobar que había convertido al país en un cementerio. Hurtado fue uno de los colaboradores de la Fuerza Pública colombiana en esta victoria que se consiguió después con la muerte de Escobar. También decían los periodistas que Rommel había sido un traficante de niños. Qué despropósito tan grande.
Hurtado no hizo otra cosa que servir de enlace al Icbf para que unos 250 niños huérfanos, sin ningún vínculo familiar en Colombia, consiguieran una familia digna, respetable y con futuro en el exterior, todo en términos oficiales y legales. Dijeron de él, con maledicencia, que había sido vinculado con los homicidios de Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez Hurtado. Pero se les olvido mencionar que su vínculo fue como coadyuvante de la justicia, como testigo que conoció hechos relacionados. En el caso de Galán, Rommel Hurtado fue enterado, por rastreo de inteligencia, que se iba a presentar un atentado contra el ex candidato presidencial. Le llevó la información, completa, como la había recibido, al general Maza Márquez para que tomara las medidas de seguridad que evitaran el magnicidio, como quedó consignado en su declaración ante la Fiscalía hace poco más de cuatro meses. Y en el caso de Gómez, fue Hurtado quien llevó ante el fiscal General de la Nación, recién el homicidio, a testigos claves, coadyuvando con el esclarecimiento del asunto, hechos que también le contó recientemente, en declaración, a un fiscal delegado ante la Corte Suprema de Justicia.
La prensa magnificó el documento que encontraron en su residencia, denominado Acta de Poder Constituyente, donde se hablaba de una posibilidad de golpe de Estado contra el entonces presidente Ernesto Samper. Rommel siempre contó que era una tertulia de amigos, entre ellos ex militares y un famoso historiador que se reunían en diferentes casas para degustar sabrosas viandas y recrear diferentes temas del país, el más sonado para entonces era el de la financiación de la campaña de Samper con dineros del narcotráfico. El historiador los escribía, como es costumbre en ellos, los consignaba como una bitácora, casi como un divertimento, y eso fue lo que consideraron una ‘conspiración’. Si Rommel fue todo lo malo que dijeron algunos medios de comunicación, ¿cómo pudo ser durante 25 años el más cercano colaborador y secretario privado de ese pro hombre de la nación llamado Álvaro Gómez Hurtado?
A la muerte de Rommel algunos periodistas dijeron muchas cosas, pero se les olvidó lo más importante: el hombre que acababa de ser asesinado había investigado, denunciado y colaborado con la justicia para encontrar los culpables de la babilónica corrupción del Quindío. Pocos sabíamos de sus sufrimientos personales, sus afugias económicas y su calamidad familiar. Como tampoco, por su temperamento y su irascibilidad, casi nadie conocía su sensibilidad, su amor por los desvalidos y su ternura perenne con los niños y los animales. Con Rommel, no sólo mataron a un hombre, sino a la más grande institución de lucha contra la corrupción en Colombia, al paradigma del ciudadano que colabora con la justicia a costa de su propia vida, al adalid de solidaridad que defiende lo público. Ayer, su perro Firulais, su más fiel amigo y compañero, permanecía echado en la silla preferida de Rommel, casi sin comer, esperándolo, añorándolo, como lo seguiremos añorando los quindianos que tuvimos la suerte de ser sus amigos, cuyo cupo él había cerrado. En cambio, ante el calamitoso estado de corrupción de la región, había abierto 5.000 cupos más para sus enemigos.Crónica del Quindío.