El hijo de un maestro de escuela que derrotó una maquinaria política
Los muchachos aprovechaban las mangas que por allí había no solamente para elevar cometas en las tardes de agosto sino para echarse a rodar, encostalados, por las pendientes. Otras veces formaban patotas para hacer cuevas entre los barrancos y, allí, realizar comitivas con las niñas de la cuadra. En ese barrio pasó su infancia y su juventud. La suya era una casa de dos plantas pintada de amarillo.
La inquietud mental le viene desde sus años de estudiante en el Colegio Nuestra Señora, adonde ingresó para hacer la primaria. Era el terror de la casa. Sobre todo porque le gustaba desbaratar cuanto encontraba a mano. Si una plancha dejaba de funcionar era el primero en tratar de arreglarla. Si encontraba un radio por ahí a la mano aprovechaba para desbaratarlo y, así, descubrir sus mecanismos interiores. Tanto que, cuando su mamá montó la empresa "Confecciones Ilusión" en una pieza de la casa, lo primero que le advirtió fue que no tocara las máquinas. Temía que el hijo inquieto terminara desbaratándolas como hacía con todo lo que encontraba.
Su papá, Efrén Cardona Chica, que era entonces rector de la Normal de Caldas, fue víctima de sus ansias de saber. Una tarde, al regresar a casa, lo encontró desarmando el motor del pequeño vehículo familiar en que se movilizaba. Sorprendido, le preguntó: “¿qué está haciendo?” Entonces el pequeño Germán le contestó, asustado, “observando cómo funciona el motor”. Fue así como aprendió a manejar carro. Tenía entonces catorce años de edad. Le decía a su papá que iba a lavar el vehículo. Aprovechaba la ocasión para, llevándose las llaves, prender el motor. A los pocos días ya movía la palanca de los cambios. Y unas semanas después se volaba con el carro para recorrer las calles de Chipre, siempre con la ilusión de que las muchachas lo vieran frente al timón. Un modesto Austin fue su escuela de aprendizaje.
No vivió una infancia holgada, como podría pensarse. Muchas veces, cuando a su papá no le era cancelado el sueldo a tiempo, tenía que acompañarlo hasta el Banco Cafetero para pedirle al gerente, Gabriel Gómez Rivera, un pequeño sobregiro mientras llegaban las mesadas atrasadas. Sintió las angustias del padre para que nada faltara en la casa. Tanto que, en época de vacaciones, conseguía trabajo como mensajero en algún almacén para ganarse unos pesos extras. De esta época recuerda el antiguo Almacén Croydon que quedaba frente al Ley, en toda la esquina de la carrera 22 con calle 19, enseguida de la Papelería Danaranjo. Allí trabajó como cobrador y mensajero. Esta experiencia laboral le sirvió para conocer todos los rincones de la ciudad.
Germán Cardona Gutiérrez es bajito de estatura, de constitución más bien delgada, de rostro imberbe. Unas gafas de poco aumento le dan la apariencia de un hombre estudioso. El pelo lacio, bien peinado, apunta algunas canas. Pausado para hablar, su dicción es perfecta. Habla con el convencimiento propio de quien tiene una visión clara de para dónde va. Reconoce que de su padre recibió grandes lecciones de honestidad. Aunque solamente dos veces en la vida lo castigó con una correa, con la mirada infundía autoridad. De su mamá heredó el amor por el trabajo, además de la voluntad para salir adelante en las épocas de crisis. Cuando la confección de mantillas para damas fracasó, ella no tuvo el menor inconveniente para medírsele a un empleo. Fue, así, vendedora de brilladoras y de seguros. Y con éxito.
El bachillerato lo realizó en el Instituto Universitario de Caldas. Fue una época importante de su vida. Sobre todo porque le permitió descubrir qué quería ser. Ya la idea de estudiar ingeniería civil estaba tomando forma en su mente. Pensaba que era la única profesión que le permitía poner en práctica esa inquietud que tenía desde niño de saber para qué sirven las cosas. El contacto con jóvenes de diferentes clases sociales le permitió valorar las necesidades de las clases marginadas. Sin embargo, todavía no pensaba en realizar actividades públicas. Su vocación política se manifestó muchos años después, casi en forma imprevista. Un día su amigo Fortunato Gaviria le dijo que por qué no trabajaba en actividades políticas. Y Germán Cardona Gutiérrez aceptó el reto.
Contaba apenas con 30 años de edad cuando Luis Guillermo Giraldo Hurtado, que conocía su capacidad de trabajo, le dijo que si quería ser Gobernador de Caldas. No lo pensó dos veces para responderle que sí. Era una oportunidad para demostrarse asimismo que podía asumir grandes responsabilidades. Tenía ya experiencia como administrador, adquirida en la empresa de construcciones que con su hermano Carlos había fundado años atrás. Además venía de gerenciar la Industria Licorera de Caldas. Desde entonces comprendió que podía realizar una buena carrera en la administración pública. Cuando años después asumió como Alcalde de Manizales ya tenía concebida una manera de gobernar sin doblegarse a las imposiciones de los dirigentes políticos. Fue su prueba de fuego para demostrar que contra la corriente se podían realizar grandes obras de infraestructura. El estadio Palogrande, de Manizales, construido en 18 meses, fue la demostración de que sí era posible hacerlo.
El nuevo Ministro de Transporte no olvida aquella casa amarilla del barrio Chipre donde vivió 18 años, donde jugó cordalinas con sus amigos de la infancia, donde protagonizó algunas peleas pasajeras con su hermano. Por las calles de este barrio paseó muchas veces en un carro de balineras que el mismo hizo. Tiempo después, ya como Alcalde de Manizales, desde su amplio despacho acostumbraba mirar hacia los lados de Chipre para recordar pasajes inéditos de su infancia. Entonces recordaba que su mamá, Ernestina Gutiérrez, lo enviaba a despachar los pedidos de mantillas que hacían de varios países. "El negocio se acabó porque las reformas impulsadas por Pablo VI en la iglesia abolieron el uso de los mantos", dice con cierta nostalgia. "Mi mamá fue la primera perjudicada con este cambio", agrega.
Este hombre que en una época de bonanza en la industria de la construcción logró consolidar una gran empresa fue, en su juventud, una persona bastante tímida. Tanto que tuvo pocas novias. Ni siquiera en sus tiempos como estudiante universitario fue bueno para enamorar muchachas. A su esposa, Angela Acevedo, la conoció ya maduro. Fue una tarde en que, con su hermano, negoció un terreno contiguo a la casa donde ella vivía, en el barrio Palermo. La vio cuando salía de la casa. Meses después empezaron a construir en ese lote. Entonces comenzaron los problemas porque la construcción obstruía la casa del vecino. Guaduas, cemento, arena, material de río, ocupaban el andén. Un día el papá de Angela le reclamó. Sin embargo, todo se arregló por las buenas. Tiempo después le envió saludes con una amiga común. Hasta que, después de casi cuatro años de noviazgo, se casaron. Fue en 1982. Hoy tienen dos hijos: Alejandra y Rafael.
La vida le ha sonreído. Aunque debido a la recesión económica que hace algunos años vivió el país su empresa constructora entró en dificultades, no permitió que la moral se le fuera al suelo. Al contrario, buscó alternativas para salir de la crisis. Ni siquiera el hecho de que su quiebra fuera utilizada por sus enemigos políticos para atacarlo lo amilanó en su segundo intento por llegar a la Alcaldía de Manizales. Sin pensarlo, esos ataques le dieron moral para continuar adelante con una campaña política que lo llevó a recorrer la ciudad de extremo a extremo exponiendo su programa de gobierno. Al final tuvo la satisfacción de que esas críticas no calaran en la opinión pública. Es decir, la adversidad no lo derrotó.
De ese muchacho que hacía los domicilios en el Salón Brenner, que trabajó como dependiente en el Almacén La Ramada de las galerías, que se paraba los sábados por la tarde en la puerta de la fuente de soda La Ronda para ver pasar mujeres hermosas, que iba a fiestas que organizaba la barra juvenil del barrio Campohermoso, no queda sino el recuerdo. Germán Cardona Gutiérrez, el hombre que a partir del siete de agosto será el Ministro de Transporte en el gobierno de Juan Manuel Santos, nunca pensó que, con el tiempo, se convertiría en una figura nacional. Cuando se vinculó a la Fundación Buen Gobierno, creada por el hoy presidente electo, lo hizo convencido de que le estaba apostando a una nueva forma de construir país. Sus convicciones lo llevaron a creer en el proyecto político de un hombre que ya se estaba preparando para regir los destinos de Colombia.
Germán Cardona Gutiérrez es un dirigente ponderado en el análisis, que no se sulfura fácilmente, que encuentra en el diálogo una forma de hallar soluciones a los problemas. Su principio de la autoridad lo demostró como Alcalde de Manizales, un viernes cuando los taxistas bloquearon las calles de la ciudad para exigirle el aumento en las tarifas. Para negociar, exigió que primero se levantara el bloqueo. A las cinco de la tarde, los vehículos fueron retirados de las vías. Los conductores se dieron cuenta de que estaban frente a un alcalde que no se dejaba presionar. Tal vez recordaron que era el mismo alcalde que años antes se había enfrentado a la coalisión yepobarquista porque no comulgaba con sus deseos de entrometerse en el manejo del presupuesto de la ciudad. Desde entonces dejó entre los manizaleños la imagen de un hombre con carácter. El mismo que lo llevó prácticamente a derrotar a dos movimientos políticos que tuvieron en la Alcaldía de Manizales un gran fortín burocrático.
No es una persona apasionada por la literatura. Sin embargo devora todo lo que escribe García Márquez. Cuando tuvo en sus manos "Cien años de soledad" sintió la necesidad de leerla inmediatamente. La historia del Coronel Aureliano Buendía, del gitano Melquíades, de Ursula Iguarán, lo atrapó. Comprendió entonces que Macondo era la simbolización de esta Colombia que ha sobrevivido a todas las guerras sin perder la esperanza. Pero las lecturas que más lo apasionan son la que hablan sobre la interiorización del ser humano, sobre el rescate de los valores, sobre la proyección a la comunidad, sobre la motivación personal. De su gran amigo el Padre Gonzalo Gallo aprendió que la vida debe vivirse para proyectarla en causas que enriquezcan espiritualmente a la sociedad.
El hombre que manejará en el nuevo gobierno una de las carteras con mayor presupuesto es una persona sencilla, que ama la vida en familia. Tanto que sus hijos lo consideran el mejor amigo. Con ellos comparte los mejores momentos. Incluso les alcahuetea sus gustos. Como ese de comprar milhojas en la Suiza, una pastelería reconocida de Manizales. Estudioso de los problemas nacionales, desde hace 16 años mantiene con Juan Manuel Santos una amistad que le permite hablarle al oído con franqueza. Con la misma franqueza con que le dijo al país, al retirarse de su cargo como primer Zar Anticorrupción, que ese despacho era una tractomula con motor de Renault.
Este ingeniero civil egresado de la Universidad Nacional, que es reconocido más como técnico que como político, recuerda con nostalgia sus tiempos de cocacolo. En esa época, con su amigo Mauricio Arias Arango se sentaba en una mesa del segundo piso de La Ronda para admirar a las muchachas de los colegios Atala Estrada, Santa Inés o Sagrado Corazón, donde cursaban bachillerato las mujeres más bonitas de Manizales. Mientras se tomaba una gaseosa, escuchaba las baladas de Camilo Sesto, de Raphael, de Oscar Golden o de Leo Dan, cantantes que lo marcaron. "Yo viví los años sesenta a plenitud", afirma cuando se le pregunta que significó para él esa época dorada."Hasta usé pantalones de terlenca bota campana y camisas de cuello sicodélico", agrega mientras recuerda a Amparo Inés, la unica hermana que le sobrevive y por quien siente un afecto inmenso.