23 de septiembre de 2023

Al oído del presidente Santos.

26 de junio de 2010

Señor presidente Santos, yo no voté por Usted por dos razones de mucho peso en mi íntima convicción. Primera, porque consideré y sigo considerando nefasto e injusto para con el país el continuismo de un gobierno que, aunque cuenta con algunos aciertos, tuvo a su haber innumerables hechos de corrupción notorios e incontrovertibles que afectaron en materia grave los diferentes estamentos del Estado, y, en menor grado, a la sociedad en general, en su buena fe en la confianza institucional. Segunda, su candidatura estuvo sujeta a la voluntad de terceras personas, lo que me llevó al convencimiento de que Álvaro Uribe seguiría gobernando en cuerpo ajeno, después de truncada su segunda reelección.  Ojala esté equivocado.

Señor presidente Santos, lo anterior no me exime, ni màs faltaba, para profesarle mi respeto, acatamiento y lealtad a la mayestática que encarna su investidura y la unidad nacional que simboliza como Presidente de todos los colombianos, y pedirle al Altísimo que lo guie por el sendero luminoso de la legalidad, de la verdad y de lo justo, que lo aleje, para su tranquilidad y la de Colombia, de todos los saltimbanquis politiqueros, parlamentarios paramilitares, lagartos corruptos tradicionales y otros màs en el umbral, de los aduladores burócratas, de los mercaderes y avivatos profesionales, de los palaciegos pusilánimes y, de unos màs, ‘avechuchos garosos’, que están a su alrededor en cantidades alarmantes.

Escuché con sumo cuidado y atención su alocución como Presidente electo, y, en verdad, me sentí muy confortado en mi solaz interior frente a la primera razón que me impidió votar por Usted. Creo en la sinceridad, en la firmeza y en los resultados positivos de su enfoque para dirigir este país, su manera simple y práctica con que esboza sus múltiples problemas neurálgicos y su forma de contrarrestarlos, con el concurso colectivo, nos acerca, ahora sí, a la realidad inocultable que vive el pueblo colombiano, lo que no solo le augura éxitos en su gestión, sino que irradia confianza y entusiasmo en una comunidad convulsionada, de mucho tiempo atrás.

Presidente Santos, su parte de victoria en el Coliseo El Campin del pasado domingo, tuvo un toque fraternal y humilde. Su discurso de campaña que fue gaseoso y repetitivo concentrado en un  continuismo que priorizaba la seguridad como única flaqueza o debilidad y procurando defender lo indefensable, lo reemplazo por uno màs tangible o perceptible acorde con la realidad, demostrando entereza, responsabilidad y voluntad política para la conjuración de los tantos males que nos aquejan, convocando a todos, sin distingo alguno, a conformar una sociedad alrededor de un gobierno de unidad nacional. Al fin y al cabo, esta propuesta es el desarrollo de un enunciado constitucional: “El Presidente de la República simboliza la unidad nacional…” (188).

Señor presidente Santos, creo no equivocarme y el tiempo me dará la razón, si Usted mantiene esa inflexible línea de conducta que anunció en su parte de victoria, su gobierno será un modelo de administración pública, sin necesidad de alardes, ni de pregoneros aduladores, ni de bombos y platillos, la historia se encargará de su guarda y relato. El hecho relevante de querer y tener voluntad política, sin gestos prepotentes y pendencieros, en subsanar las graves fisuras ocasionadas por los atropellos verbales del Ejecutivo hacia la Rama Judicial, y el buscar por los medios expeditos diplomáticos la solución a controversias con algunos países vecinos, es un paso decisivo y definitivo para el arranque de un gobierno en ciernes con proyección exitosa, que merece por sí solo el reconocimiento general.

No se requiere ser adivino, ni futurólogo, para comprender su afán en lograr unos acuerdos de unidad que propendan por una suma total de estabilidad política, como era el querer del Libertador Bolívar, en todos los estamentos del aparato estatal, para lograr asì la exaltación del mutuo respeto que conlleve a una colaboración armónica con miras a la realización de sus fines. Y es eso, señor Presidente, lo que acaba de iniciar en su reunión preliminar con las Altas Cortes, lo que le deparará, sin ninguna duda, un alto grado de gobernabilidad.

El escucharlo señor Presidente, se concluye fácilmente de su espíritu conciliador lo que le abre todas las puertas para cualquier clase de dialogo, facilitando su cometido ‘unionista’. Toda comparación es odiosa, pero entre el presidente Uribe y Usted, hay una diferencia abismal. El rango social es distinto. La formación académica es distinta. Las amistades de infancia muy distintas y las de adultos ni pensarlo. Usted es reflexivo, él es explosivo. Usted es calmado, él es nervioso. Usted es respetuoso, él es iconoclasta. Es màs aconsejable no seguir.

 Señor Presidente, hay ciertas situaciones que producen animadversión en los gobernados hacia el gobernante, y una de ellas, que incomoda, aterra, escandaliza y exacerba a un pueblo, es que un mandatario se desgaste como tal y ponga en peligro las instituciones, tratando de ocultar o defender conductas delictivas de colaboradores cercanos recurriendo a los ataques despiadados de palabra contra Raimundo y todo mundo, por el solo prurito de solidaridad de cuerpo y de cuidar una imagen engañosa de una gestión de gobierno. Esta constante intromisión altanera y pendenciera del mandatario actual en otras instituciones autónomas del Estado, ha creado polarización y pérdida de confianza en la institucionalidad, incrementando de manera considerable la impunidad abrazada a una corrupción galopante.

¡Ah!, se olvidaba, la segunda razón por la cual no voté por el candidato de La U., queda en stand by.

Y no voté por Usted señor Presidente.

Manizales, Junio 26 de 2010.