27 de septiembre de 2023

Para dónde va Vicente…

23 de abril de 2010

Afloran dos asuntos técnico-publicitarios que deben aclarar las firmas encuestadoras, las autoridades electorales y los medios contratantes de las encuestas, sus dueños, que empaquetan informativamente sus resultados para generar una noticia impactante, una chiva.

 El primero tiene que ver con el sancocho de las cifras presentadas, donde se mezclan las del simple sondeo de opinión con las de la encuesta técnicamente elaborada a partir de una muestra estadísticamente representativa. Se comparan encuestas con cubrimientos poblacionales diferentes – 4 principales ciudades, poblaciones mayores de 100.000 habitantes – en un país profundamente hetéreogeneo con sus implicaciones sobre la representatividad del sector de la población encuestado, con márgenes de error diferentes, indiferente de si la encuesta es telefónica o presencial…, como si sus resultados fueran directamente comparables, lo cual no es cierto, falseándose la realidad. En segundo lugar, se presentan de manera aislada y sin consideración del contexto, del momento en que se le consultó al ciudadano. Su análisis es mecánico – bajó, subió -, centrado en el momento, en la foto y no el proceso, en la dinámica, es decir, la película. El problema es el manejo de las cifras por los medios contratantes. La autoridad electoral está en mora de fijar unos criterios al respecto, no para coartar la libertad de información sino para garantizar su veracidad, su conformidad con el contenido de las encuestas, con las condiciones y limitaciones de cada una para que no las pongan a decir lo que no dicen.

Permanece abierta la pregunta sobre la responsabilidad de las encuestas en la era de la política mediática y del mercadeo político. Los avances tecnológicos y metodológicos son enormes en términos del volumen, calidad y diversidad de la información que hoy recibe el ciudadano promedio sobre los más diversos asuntos, sobre lo que sus compatriotas piensan sobre lo divino y lo humano. El exceso de información especialmente si es desordenada, en vez de aclarar termina por confundir e invade el espacio necesario para la reflexión que debe anteceder a la decisión, genera fenómenos de emocionalidad grupal, donde la persona abandona su capacidad de discernimiento y se monta en la ola de moda, en un proceso donde el binomio encuesta/medio de comunicación deja de limitarse a registrar el hecho generador de opinión (y de decisión) para pasar a inducirlo, a alimentarlo, con lo cual pierde la neutralidad que les reclama la libre e informada decisión ciudadana. Terminan por crear el escenario de “donde va Vicente, para donde va la gente”, que no es propiamente el de la decisión libre y reflexiva que en ocasiones desemboca en fenómenos de opinión que se vuelven masivos y, en el límite, irresistibles. Pero ese es otro cuento.