Contrapunto*
Me he preparado bien para “no morir leguleyo con el alma prendida de un inciso”, según la transcendental metáfora de Gilberto Alzate Avendaño, mi jefe allá en la gloria. Y como hombre de partido prefiero un millón de veces el golpe de estado abierto y franco a esas formulaciones retóricas que llevan al golpe de estado técnico.
Así que al carajo con todos los que pregonan la “democracia de opinión”, como si fuera posible reunir a todos los ciudadanos en el foro o en el ágora, al instante, para la toma de las decisiones que comprometan la vida colectiva. Debería existir la horca para esa laya de golpistas que pretenden reemplazar la constitución y sus instituciones por las encuestas de Datexco, Napoleón Franco o el doctor Londoño de la Cuesta.
De restas, ni hablar a estas alturas del partido. Resulta notorio:
– ¿Qué hay de los miles de kilómetros de nuevas carreteras?
– ¿Dónde está, qué se fizo la seguridad en las ciudades del país?
– ¿Dónde está justicia y paz, que no funciona?
– ¿Dónde está la responsabilidad social empresarial del opulento sector financiero?
– ¿Dónde y cuándo serán lo funerales de pobre de la descentralización?
– ¿Dónde están los subsidios para pagar los entierros de quienes no tengan cesantías para abonar a los tratamientos médicos asistenciales?
– ¿Dónde está la política de estado tendiente al pleno empleo?
– ¿Dónde están las acciones para la democratización del crédito?
– ¿Dónde están tantas otras cosas que por sabidas se callan?
Pero hay algo más grave. El empecinamiento del señor presidente por mantenerse atornillado al poder, tiende a volver la actual contienda presidencial en una lucha de alfiles.
Desatendiendo al “filósofo” Darío Gómez, creyose eterno en el mundo y nada hizo por perfilar la sucesión presidencial como Dios Manda, llegando al extremo nada improbable de tener in péctore al doctor Juan Manuel Santos, obsecuente servidor de todos los gobiernos, más por cierto arribismo de hombre de provincia trasplantado a la altiplanicie, que por convicción patriótica. Sí de esto se tratara, nadie mejor perfilada que Martha Lucía Ramírez, su ex ministra de Defensa Nacional, quien construyó con él la política de seguridad democrática que la nación tanto agradece y cuyo bagaje de estadista goza de reconocimiento general.
Ese estilo micro gerencial del señor presidente, de andar enredado en todos los detalles de la administración, empezó a hacer estragos con los decretos de la emergencia social. Los regaños se los ha ganado un ministro tan indigno que no ha renunciado, mientras que el señor presidente nos debe explicaciones de si firmo dichos decretos sin leerlos. Para colmo de la desgracia presidencial, el ministro es médico y el señor presidente abogado. ¿Qué tal esa?
Tiro al aire: salimos a deberle mucho al señor presidente, pero ya él empieza a debernos mucho.