Atisbos desde el refugio
Profesor de ciencias de la comunicación en las Universidades de Antioquia, Javeriana, San Buenaventura. Cofundador y Presidente del Círculo de Periodistas de Antioquia. Fue miembro del Consejo Superior del Politécnico Colombiano, como Representante de la Asamblea Departamental y del Presidente de la República”.
Nos conocimos cuando ambos fungíamos de periodistas en “El Colombiano”. La amistad, desde allí, se levanta, siempre, en palabras de solidaridad.
El libro “Agua y vida” es de gran importancia porque trata uno de los problemas más inquietantes en Colombia y en el mundo. Se necesita formar demasiada conciencia ciudadana de los deberes de prudencia para manejarla. El desperdicio es una aventura irracional. Gozamos de una riqueza hídrica que desaprovechamos y manejamos con imprudencia. El agua – se ha dicho por los científicos – es la vida.
Pero en el país jugamos a la deforestación de las cuencas de los ríos con impresionante irresponsabilidad. Lo mismo que miramos, con desdén, las solicitudes de no contaminar las aguas. Por lo tanto, debemos escuchar las amonestaciones del Director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Kemal Dlevis: “Las soluciones no son principalmente hidrológicas ni técnicas; el poder, la política y la gobernanza cumplen un papel màs importante en todos los niveles. Todos juntos tenemos los medios para abordar la crisis mundial del agua; ahora necesitamos el compromiso, la voluntad política colectiva y la respuesta normativa adecuada a estos retos”.
Hay que adelantar una vigorosa campaña para realizar una educación mundiambiental. Porque vamos, sin duda, hacia una crisis ecológica. Ya está advertida la humanidad: “Primero muere el bosque, luego el hombre”.El Mundo.
Ello es lo que señala, con citas adecuadas y justísimas apreciaciones, el libro de Jaramillo Alzate. Vale la pena que lo escuchemos. En la Declaración de Estrasburgo (6-V-1968) se lee algo que debíamos adoptar como mandato personal: “El agua es un patrimonio común, cuyos valores todos tienen que conocer. Cada persona tiene el deber de ahorrarla y de usarla con cuidado”.
Las cifras citadas por Jaramillo Alzate son alarmantes: “El proceso de destrucción de las selvas afecta hoy a la mitad de los bosques primarios del mundo. Según cálculo de la “Organización para la Alimentación y la Agricultura” (FAO), entre 1981 y 1990, fueron derribadas 150.000.000 de hectáreas de bosques tropicales en el mundo. En la amazonía, según datos del gobierno brasileño, la deforestación se incrementó en un 34%, después de 1992”.
En Colombia, el dato debe conducir a un escalofrío ciudadano y de los poderes públicos: se pierden por año quinientas noventa y ocho hectáreas.
Los màs agudos observadores políticos del universo, señalan que la gran y próxima guerra mundial, será por el agua. Ya se han librado batallas por ella en Turquía y Egipto, Siria y Jordania. De suerte que avanzamos sobre una realidad trágica y no cerca de una primitiva especulación ideológica.
Es bueno rememorar que nuestros indígenas, antes de la llegada de Colón, conservaron los recursos naturales. Nunca abusaron de éstos: el agua no la disminuyeron, ni la contaminaron.
El Presidente Carlos Lleras Restrepo creó el Instituto de Recursos Naturales, Inderena, que señaló una política nacional que, si se aplicara, tendría el país menos angustias colectivas. Màs tarde se promulgó el “Código de Recursos Naturales”, que comenté en un ensayo que aparece en mi libro “Derecho Agrario” y que relievo como ejemplar en Indoamerica. Sus redactores principales, el jurista Joaquín Vanìn Tello – mi Secretario en los Ministerios del Trabajo y de Agricultura – y el Argentino Guillermo Cano de reconocida autoridad internacional. Con un solo error, el gobierno omitió las sanciones, lo que fue un disparate jurídico.
El país tiene que atalayar una extrañísima política que se ha enunciado en los últimos años: que el agua la administren los municipios y, éstos, la puedan dar en concesión. Hay que estar vigilantes, pues por ese sistema se llegará a grandes zarpazos de las trasnacionales. Como hay que poner máximo cuidado en que las hidroeléctricas se construyan con tecnologías de bajo impacto. Igualmente, la política de Aguacultura no debe atentar contra los humedales y evitar que éstos sean desecados.
El ecoturismo debe orientarse a lo recreativo y la belleza del agua, sin atentar contra su permanencia, que es esencial para el pueblo colombiano. Estas son tareas políticas que le corresponden a nuestros partidos. El Mundo.