Atisbos desde el refugio
Espigó en un mundo donde la voz del enternecimiento sacudía las almas. Sus canciones fueron madrigales que servían para sentir la dulzura de la vida afectiva. Se recostaba en el recuerdo o la esperanza.
Vienen a mi memoria tres instantes vividos en su cercanía. Una noche, en New York, en casa de Gloria Zea, lo escuchamos en unas sacudidas espirituales de fina elegancia. La ciudad gigantesca, deslumbraba con su arquitectura imperial, sin límites en su altura y en sus dimensiones colosales. Nosotros escuchábamos a Jaime R., quien, al piano, y con una voz con delicadezas casi de rumor, desgranaba la riqueza en su producción. No había estridencias en sus gestos, en sus ritmos, en las nobilísimas palabras de su mensaje. Se hacía evidente la limpieza de los sentimientos que ennoblecía. La primera de sus canciones nos conducía a un sitio de elevada temperatura del ensueño. Iba brotando con ductilidad, como un mensaje para encender el alma. Esa noche la ciudad de espectaculares volúmenes arquitectónicos, desapareció, prevaleciendo el mensaje de Jaime R. entre ternuras de recuerdos y de ensoñaciones.
En Medellín, de tantas resonancias en nuestro corazón y el afán de cultura, nos principió a acompañar al fin del día un diálogo con Jaime R. Echavarría e Iván Marulanda Gómez. El diálogo crecía entre adjetivos de devoción por Colombia, por el destino político del pueblo colombiano, por el último verso que sacudía la sensibilidad, del libro que nos esperaba para la vigilia de la noche. Hablamos con euforia de nuestra Universidad Pontificia Bolivariana. De pronto, Jaime R. nos invitó a su casa. Llegamos y se sentó al piano. La noche se engrandeció con el rumor de los acordes y con sus canciones.
Estas, eran poemas que él utilizaba y que cantaba con una suavidad que nos hacía volver la memoria al susurro de las palabras de los enamorados. Fue una noche de milagro. El ensueño inspiraba cada una de sus creaciones. El, Jaime R., cantaba con una limpia y discreta voz; sin querer proclamar, con alardes, el mensaje torturado o evocador que a veces pasaba por sus canciones. Lo escuchamos con mucho recogimiento emocional. Estábamos recibiendo una enseñanza de pulcritud en el manejo de los elementos que, a través de la ternura, conturban el alma. El compositor estaba feliz cuando la mañana apareció en la ventana, a través de una multicolora enredadera. Su repertorio era amplio. Fue tocando y cantando con maestría.
Estábamos estremecidos. Tuvimos la certeza de que sólo un poeta podía recrear de esa manera las estaciones estremecidas del corazón.
Otro encuentro con las composiciones de Jaime R. sucedió en una Semana Santa. En unos CD, muy bien grabados, estaban las canciones de este compositor de tàntas y calificadas calidades.
Una compañía amable, de las que eternizan los diálogos recónditos de la amistad amorosa, nos daba sombra propicia para escuchar. Repasamos su obra musical. Reafirmamos nuestra convicción de que una fuerza intimísima lo impulsa hacia el goce de la revelación de su espíritu. Una ternura, tenue, de finas delicadezas, acompaña la obra de Jaime R. Echavarría. A veces, asoma la nostalgia, sin que ésta agobie la esperanza.
Esta, está allí, en cada palabra, buscando el sitio de la ilusión. Puede que sea en el recuerdo, pero éste se enciende en luces de madrigal. En sus canciones, invariablemente, aparece, la ternura fiel, sosegada. Su manera de cantar que, repetimos, era como un murmullo emocional, dirigido aun ser que, excepcionalmente, engrandecía el paso del ensueño por el mundo.
Aún me persiguen en mi memoria musical algunas de sus creaciones: “Noches de Cartagena”, donde se reúne el rumor de las olas sobre su historia de piedra y de leyenda y en la cual su recuerdo nos acicatea el alma. Al escuchar “Cuando voy por la calle”, el espíritu de la cordialidad del corazón se enciende cuando pasa “ella”: la de los sueños, la esperanza, la ilusión. “Me estás haciendo falta”, es un reclamo del corazón por la ausencia – larga o breve – porque ésta imposibilita el encuentro de las miradas, el poder entregar la ternura u ofrecer la voz de solidaridad, o dar la mano que nos garantiza el apoyo universal.
La “Serenata de amor” es una composición en la cual se insinúa lo que se quiere y se debe decir; lo que alumbraría el diálogo de la comprensión. Es despertar a la amada para reivindicar el coloquio interrumpido de la esperanza.
“Muchacha de mis amores”, uniendo el júbilo; da juego a la intimidad; estremece la alegría; favorece la horas del asombro, que son las que conservan el amor.
Siempre a Jaime R. Echavarría lo impulsó, para sus composiciones, el amor. Él no le dio licencias a la ternura. Una dulce nostalgia, de suave insinuación en el corazón, aparece en su mensaje musical, sin durezas de pesimismo. Lo que proclama es la influencia de su cercanía. Pasan, sacudiendo, inquietando, la remembranza de lo que, en el instante, nos sacude el alma. Sus obras las alienta la ensoñación amorosa, siempre acompañada de una tibia temperatura de poesía.
Otros comentaristas se referirán a Jaime R. Echavarría como químico, industrial, embajador de Colombia, gobernador. Tenía inteligencia para las labores del Estado.
Nosotros volvemos la memoria hacia su obra de compositor. Ella nos acompaña con su atmósfera iluminada del amor. El Mundo.