¿Qué diablos es la democracia?
Flota la definición de Abraham Lincoln en su inmortal discurso en el campo de batalla de Gettysberg, durante la Guerra Civil norteamericana: el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo. Hasta ahí todos de acuerdo y tan contentos. No es la monarquía, que aunque alegue que gobierna para el pueblo sin embargo el rey no lo hace con el pueblo, al cual utiliza pero no incorpora al ejercicio de un poder que le vendría directamente de Dios. No es la tiranía o el autoritarismo pues en esos casos el poder tampoco viene del pueblo, aunque el discurso oficial pretenda hacer creer que se ejerce, de manera extraordinaria, para bien del pueblo, generalmente para salvarlo de una situación o condición que amenaza su seguridad o para rescatarlo de las garras de quienes lo han abandonado o traicionado y han puesto a la patria en peligro. Son gobernantes que se ven a sí mismos providenciales, encarnación del poder y de la voluntad popular. Su poder es personalizado, concentrado y discrecional, ejercido por encima de las normas, a las cuales desconoce o modifica (o hace modificar) para acomodarlas a sus supuestos designios históricos.
La democracia pretende superar la arbitrariedad que desde la época de las cavernas amenaza la convivencia entre los hombres, para garantizar que los derechos de unos y otros sean reconocidos, protegidos y respetados. Hasta acá nuevamente, todos podríamos estar de acuerdo, la discusión nace sobre si lo dicho significa que la democracia es un sencillo asunto cuantitativo de contar cabezas, conformar mayorías numéricas e imponer la voluntad de éstas, como aplanadora que arrasa con toda voz disidente. Esta es precisamente la visión de la democracia como dictadura de las mayorías, que subyace en el concepto de estado de opinión, fundamental en la propuesta uribista y supuesto sustento metaconstitucional de la reelección. Una reelección que en el límite podría ser indefinida, mientras que el pueblo así lo disponga en las encuestas o con las firmas recogidas y que se recojan en el futuro. Es la democracia plebicitaria llamada también cesarismo democrático o bonapartismo, que con ropajes de izquierda hace estragos en los sistemas políticos de más de un país latinoamericano.
La otra idea de democracia se centra en los disidentes, en las minorías. Con la democracia reducida al hecho cuantitativo de unas mayorías, sobraría la armazón del Estado democrático y el ejercicio del poder basado en los derechos humanos, legado de la Revolución Francesa. La democracia existe y se justifica para reconocer, respetar y proteger la diferencia, a las minorías y al debate civilizado, a la concertación y no a la imposición. Pensamientos que me asaltan al tratar de avizorar lo que nos deparará el 2010, con una muy posible reelección presidencial que nos llegaría a caballo del sofístico estado de opinión.