El golpazo de Obama
Esa derrota además implica perder el voto que aseguraba la mayoría demócrata en el Senado; y la mayoría tan precaria del gobierno nos remite a su vez a la raíz del frenazo de Obama: la partición de Estados Unidos en dos mitades exactas y enconadas.
Es un empate que se venía gestando desde hace décadas y en cuyos altibajos se decide el rumbo de Estados Unidos –y del mundo entero-. Bush venció a Gore por el puñado de votos de Florida y a Kerry por menos del 1% de la votación. Obama ganó por 2.3%, y ningún presidente desde Reagan ha ganado por más de 3%. En el Senado y la Cámara las mayorías cambian con frecuencia, hay tantos gobernadores demócratas como republicanos, y en las encuestas cada partido tiene un 40% de adherentes.
Debajo de esas cifras está la brecha que parte en dos a los americanos. No es la brecha entre pobres y ricos y ni siquiera entre blancos y no blancos –aunque la clase y la raza por supuesto pesan y se cruzan con la brecha que desde tiempos de Reagan ha dominado en la política de Estados Unidos: la brecha cultural entre izquierda y derecha.
O para ser un poco más precisos, la brecha entre quienes piensan que la política es para ampliar los derechos y quienes creen que es para achicar el Estado y devolverles la responsabilidad a los individuos. Reagan lo dijo con tres frases maestras: “Yo no propongo aumentar el bienestar porque pretendo expandir la libertad”; “El gobierno no resuelve los problemas; se limita a subsidiarlos”; y “El Estado no es la solución: es el problema”.
Hay más pobres que ricos por supuesto, y los blancos día por día están dejando de ser la mayoría: la derecha, en sana lógica, llevaba (y lleva aún) las de perder en Estados Unidos. Pero entonces sus jefes apelaron y apelan a la carta religiosa, que puede más que la clase y que la raza.
Se trata de plantear cuestiones -reales o imaginarias- que tocan a la conciencia, al sexo, a la familia o al carácter sagrado de un estilo de vida “americano”, cuestiones simbólicas que sin embargo y en realidad tienen más poder que cualesquiera otras para despertar pasiones y movilizar el sectarismo. Por eso en estos 20 años los debates más calientes se han referido al aborto, la plegaria en las escuelas, las lesbianas y los gay, las células embrionarias, la tortura, la teoría de la evolución, el derecho a portar armas, la existencia del cambio climático o la maldad incurable del Islam.
Es el secuestro de la política como espacio de discernimiento entre alternativas de organización social y distribución de las oportunidades para vivir mejor (o peor), y su reemplazo por una anti-política que reduce y convierte al Estado en jardinero del árbol del bien y el mal moral.
Por el color de su piel y por su apuesta al futuro, por evitar que lo empantanen en las peleas simbólicas (Guantánamo, los cargos contra Cheney…) y por haber aterrizado la política en las cuestiones terrenas de la economía, Irak, Afganistán….Y la salud, Obama es el intento de que en Estados Unidos se descubra de nuevo la política.
Ese intento fracasó en el primer round. Y fracasó porque los republicanos lograron que hasta los demócratas de Massachusetts creyeran que la tibia reforma de salud que estaba a punto de salir del Congreso era un engendro “socialista” y donde Obama –como dijo la inefable Sandra Pahlin– “nombraría comités de burócratas para decidir quiénes viven y quiénes mueren”.
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