Vamos pastores, vamos
En efecto, comparar no es bueno, puesto que todo evoluciona, y las costumbres no se podrían quedar por fuera, pero quizás la nostalgia obliga a recordar que en nuestra sociedad las Navidades eran el fruto de fervorosa devoción cristiana, y, lo que era más significativo, cómo congregaban a toda la familia, y qué profundo sentido místico cristiano infundía, sin dejar de lado los arreglos navideños, pues el pesebre era de suma importancia en todos los hogares; unos muy grandes, y preferencialmente cubiertos con musgo fresco y otras plantas ornamentales, que lo convertían en un retrato casi fiel de un paisaje campesino.
La pesebrera se elaboraba con recortes de madera, y el techo se cubría con paja silvestre, dándole así el toque de pobreza y rusticidad, como se describe en documentos del pasado.
Los otros aditamentos, como la estrella y los animales, complementaban el entorno, alrededor de la Virgen y San José.
Las figuras de los reyes magos y el niño recién nacido se colocaban en su debido momento.
El árbol de Navidad, tal como se conoce hoy, aún no se había entronizado en nuestra cultura navideña, como tampoco los pesebres en donde ya aparecen decorados con aviones Sukoi, submarinos rusos, motocicletas Monaretta, y uno que otro misil.
La Novena de Aguinaldo se hacía a las seis de la tarde, invitándose por turnos en casas de la vecindad, donde se ofrecían mistelas, colaciones y refrescos.
Un surtido de Villancicos, que casi no se renuevan, seguía una vez culminada la lectura de la Novena, con acompañamiento de maracas, pitos y dulzainas.
Ya en la calle, los mayores quemaban los famosos “volcanes”, que en la mayoría de los casos no se dejaban quemar; las famosas bengalas, que eran en forma de tubo, lanzaban luces de varios colores; y los buscaniguas, pánico de las matronas, pero el hazmerreir de los jóvenes.
Totes y voladores complementaban el estruendo final de ese día, y, antes de las nueve de la noche, los invitados se despedían para regresar a sus respectivos hogares.
Solamente quedaba en el ambiente un humo de olor reconocible a pólvora, y también el proceso , desconocido en ese entonces, de las emisiones de gases contaminantes.
La Navidad, como todo, varía, y, en estas calendas, el desenfreno en el uso de licores al alcance de todos los estratos, abunda para que los fabricantes de los mismos aumenten su potencial comercial a expensas de los millones de sedientos etílicos, que aprovechan la ocasión para empinar el codo.
¿Existe aún el recogimiento, la mística, y el respeto por las costumbres de antaño? Creo que no.
Esa religiosidad tan incrustada en nuestra sociedad le ha dado paso a una nueva forma de mercantilismo, y lo que marca la pauta son las enormes sumas de dinero para comprar a veces cosas innecesarias y más costosas; las rumbas desenfrenadas; y un pretexto más para vacacionar más de la cuenta y regresar al promediar el mes de enero del siguiente año, lleno de deudas, remordimientos y golpes de pecho. Sin olvidar las tragedias que enlutan a muchas familias.
Bueno, les deseo una Feliz Navidad, que yo salgo ya a la rumba… pues “faltan cinco pa las doce”.