¿Seguridad democrática?
Esta premisa es sugestiva y gusta a la opinión. Sin embargo, hay que mirar, con proyección histórica, los desempeños del poder en tal sentido y juzgar, con una visión muy amplia, los logros reales de esos propósitos. ¿La militarización de todas las carreteras, la presencia de soldados y policías a cada trecho de las vías, las tanquetas, los aviones silenciosos especializados para cumplir misiones nocturnas, las bases militares a granel por toda la geografía de la patria, se pueden aplaudir como consolidación de una política de paz? ¿Limitar la acción preventiva a la asustadiza ostentación de las armas, genera un presente y un porvenir seguros? ¿ Convertir este sangrante martirologio represivo en una rabiosa fijación, debe ser un constante propósito nacional ? ¿Debe prevalecer el discurso de guerra, de tierra arrasada y paredón, sobre una obstinada búsqueda de paz? La marrullera explotación del miedo, como arma política, se ha transformado en el corazón de la seguridad democrática.Talvez fue Napoleón quien afirmó que los bayonetas servían para ganar las batallas, pero no para gobernar sentado en ellas. No se puede circunscribir la seguridad democrática al despliegue del poderío combatiente, para eliminar por el camino de la muerte al adversario, sino en un generoso programa sustentado en una auténtica reconciliación. Debe la palabra “seguridad” abandonar el exclusivo terreno de los fusiles para transmutarse en un designio que incluya un mejoramiento universal de las condiciones de vida de los colombianos.
Estas premisas desembocan en el tejido social, que debe lograrse a base de entrecruzar todas las soluciones, desde los mas elementales requerimientos del ser humano, hasta aquellas que le garanticen una existencia digna. El tejido social tiene qué ver con la subsistencia material con todos sus aditamentos, pero sobre todo con la naturaleza siempre insatisfecha de su espíritu. No se construye la felicidad social con la creencia errónea de que el diario estampido de las balas da solidez a la seguridad democrática. Esa es una paz ilusoria e intimidante que confunde la resignación con la aterida tranquilidad que surge de la presencia de los cañones. En concreto, tal seguridad democrática es una farsa y deja gravemente roto el tejido social.
Son mas elocuentes los hechos que las palabras. Cuando el Virrey manipuló maquiavélicamente su primera reelección, dijo y lo corearon sus áulicos, que solo requería de otro cuatrenio para liquidar la guerrilla. Durante siete años hemos vivido en una orgía marcial, con algunos golpes certeros y ha estrechado su cerco, pero lejos, muy lejos, de poder afirmar que la ha extinguido. Hace dos semanas escuchamos a los parlamentarios de Nariño, Cauca y Tolima pidiendo a gritos, ayuda efectiva del gobierno nacional porque la violencia los tiene acorralados. Iguales alarmas prendieron los legisladores del Meta, Arauca y Vichada. En síntesis, en media república campea el desorden criminal. Entonces, ¿para qué ha servido la jactanciosa seguridad democrática?
Mas dramática es la secuela negativa de la cohesión social. En siete años de una hojarascosa pantomima, estos son, parcialmente, los resultados que nos entrega el Virrey : Uno: Colombia tiene 20 millones de seres humanos en una pobreza absoluta y 8 en la indigencia. Dos: Mas de 3 millones de habitantes han sido desplazados por la violencia. Seguramente el Virrey, al amanecer, no sale por las calles bogotanas para ver familias enteras que llegaron a la capital huyéndole a la muerte, apiñadas debajo de los portones, cobijadas con tiras de papel. Tres: Se reaglutinan los sediciosos tanto de las Auc, como de la guerrilla, y Las Aguilas Negras campean por medio país. Cuatro: Según la Procuraduría General de la Nación en estos últimos siete años se han robado más de 4 billones de los dineros públicos. Cinco: Acaban de denunciar un saqueo de más de 120.000 millones de Telecom. Seis: 17 obispos están amenazados de ser acribillados por las balas de los criminales. Siete: La Corte Suprema de Justicia ha ordenado una investigación contra Juan Manuel Santos, presunto heredero del Virrey. Ocho: Según la Procuraduría, tienen expedientes abiertos todos los gobernadores, elegidos bajo la sombrilla de este impúdico reinado. Nueve: Mas de 800 alcaldes están procesados por indelicadezas administrativas. Diez: Un delincuente que cometió el delito de cohecho es ministro de estado. Once: Un embajador es coautor de la misma ilicitud y sigue orondo en ese cargo. Doce: Campea la corrupción.Los hijos del Virrey resultaron ser unos “vivos”. En un santiamén se enriquecieron faraónicamente. Trece: Las notarías han servido de anzuelo para comprometer el voto en favor del Virrey, de algunos legisladores. La notaría 67 de Bogotá le fue “vendida” dolosamente a Teodolindo Avendaño y otra de Bucaramanga se le entregó a un sinverguenza, desgraciadamente conservador, quien hizo nombrar a una recomendada suya, a cambio de entregarle la mitad de los ingresos. La esposa de este sujeto iba todas las tardes a retirar la mitad del dinero que recaudaba esa oficina. Catorce: Torrentes del erario público girados para la salud y la educación, terminaron en el bolsillo de los pillos, en connivencia con gobernadores corrompidos. Quince: Han sido condenados mandatarios departamentales por matones, (Edilberto Castro del Meta y Salvador Arana de Sucre) quienes actuaron como determinadores de los asesinatos Dieciséis: La criminalidad se destapó en todas las ciudades. Medellín y Bogotá son antros de la mayor peligrosidad. Han surgido feroces pandillas de adolescentes. Diecisiete: Para culminar este inventario frustrante, hay que señalar el AIS (agro ingreso seguro) como una bofetada a los pobres de Colombia.
El mundo se da cuenta de nuestra realidad mafiosa. El país, en estos últimos siete años, se ha convertido en una fogata de maldad. Hay una notoria diplomacia adversa en toda América que nos constriñe y, ni siquiera los Estados Unidos le da la mano a esta república. A los gringos les hemos entregado todo, hasta la soberanía, y de ellos, ni siquiera recibimos la aprobación del TLC. El virrey nos aisló.