Por una colada
Pero, sin quererlo, le dieron un golpe duro al Servicio Secreto norteamericano con una trastada tanto o más sorprendente, aunque no trágica por fortuna, que el ataque a las torres gemelas. ¿Por qué?
Porque a nadie podía ocurrírsele, por temerario y loco que fuera, lo fácil que es colarse en una cena de Estado ofrecida a un jefe de Gobierno extranjero en la Casa Blanca.
El que se atreviera lo hacía a sabiendas de que se metía en un enredo en el que redoblan la vigilancia, pues más que exponer al Presidente de los Estados Unidos a un atentado, se exponía al Primer Ministro de la India (una potencia emergente) a seguir los pasos de Indira Gandhi en territorio “seguro”.
El señor y la señora Salahi no hicieron su maturranga, además, en forma discreta, como se suponía que procedieran. Se lanzaron más tranquilos que el catatónico que teje los hilos del asesinato perfecto, porque la foto que recorrió el mundo, donde aparecen con el Vicepresidente Biden, trasluce la sangre fría con que la pareja actuó desde el minuto en que se les ocurrió la idea. Hubo otras fotos que no vimos aquí, pero que circularon en los periódicos gringos, con el jefe de gabinete y el alcalde de Washington, que dejaron en los asistentes la sensación de que los colados eran íntimos del alma de los tres funcionarios.
Otro detalle sugestivo: el vestido de Michael era de un color rojo llamativo, mucho más que su cara y su cuerpo, pese a que hay fealdades que también llaman la atención. Para colmo de burlas, un marine anunció sus nombres antes de entrar al salón sin que figuraran en la lista de invitados. En los Estados Unidos no hay, definitivamente, seguridad obamática.
El divertido señor Taleq Salahi, aprovechándose de su parecido impresionante con el ex senador colombiano Miguel Pinedo Vidal, le sumó a la visita inocua de Obama a la China (otra potencia emergente) una cucharada de ácido sulfúrico al crédito político del mandatario, salvo que éste pueda comprobar que los organismos de inteligencia necesitan movimientos internos con inútiles bien botados. Si son numerosos los indicios descubiertos sobre el propósito de matar a Obama, la colada de los Salahi es un botón de muestra de lo propicia que es una fiesta de gala para mandarlo a sentarse a la diestra de Martin Luther King, del leñador de Kentucky y del tumbalocas John F.
Si por la cabeza de un noble potrillo que aflojaba justo al llegar a la raya se sabía que no hay que jugar por miedo a tantos desengaños, por una colada en la Casa Blanca puede liquidarse la timba que se han creído los ingenuos del mundo con la terminación de los odios raciales. Ya afloraron las sospechas de que Biden anda en un juego macabro con los racistas del Sur, y otras que involucran a Hillary insistiéndole a la señora Salahi para que se haga becaria del mismo programa de la Lewinsky, con la añagaza de que morocho joven se las lleva bien con blanca madura y el alivio de que con Obama sobra el uso de un puro Romeo y Julieta.
¡Horror! ¡Infamia! No sólo no le perdonan al hawaiano que sea Presidente, sino que hubiera aceptado el Nobel de Paz. El Universal.
*Columnista y profesor universitario