Aferrado a la ventanilla
En su natal Antioquia la condición de inamovible equivale a permanecer durante el tiempo que sea necesario en posición de estatua, de primero en la fila, congelado, sin correrse un centímetro para que la cola no avance y los inmediatos seguidores continúen de segundos, hasta cuando en medio de la desesperación decidan tirar la toalla y regresar a sus casas fatigados y vencidos.
El símil de la taquilla se lo escuchamos alguna vez, en tertulia, al ex embajador y experto “uribiólogo” Alberto Velásquez Martínez, a propósito de las repetidas candidaturas del inmolado jefe conservador Álvaro Gómez Hurtado, quien siempre quedaba de segundo en las elecciones presidenciales, pese a que se le consideraba el colombiano mejor equipado intelectualmente para regir los destinos del país.
En el mismo palique se puso sobre el tapete el nombre del entonces senador y jefe rojo Bernardo Guerra Serna, presidente vitalicio del Directorio Liberal de Antioquia, todo un campeón en materia de aferramientos, que no permitía que se rotara la dirección regional de su partido; los renglones efectivos de las listas de candidatos al Congreso eran para él y sus mejores amigos, y las llaves de la Casa de Mármol (sede del directorio) las portaba él y nadie más.
Aunque con el paso del tiempo vino el ocaso del otrora gran barón electoral maicero, todavía retiene la presidencia de su directorio y las llaves de la casa comprada con aportes de los prosélitos bermejos.
Bajo la égida de Guerra, en sus inicios como dirigente político, Uribe conoció, aprendió y padeció la táctica marrullera del líder aferrado a la ventanilla.
Como don Bernardo -El hombre fuerte de Peque- no le permitía acceder al Senado, a través de la lista oficial del Liberalismo paisa, el joven abogado se marchó de la casa marmórea y fundó con un grupo de amigos el Sector Democrático de su partido en Antioquia.
La rebelión de Uribe ahondó la división liberal que protagonizaban en la Montaña, además de Guerra Serna, los también senadores William Jaramillo Gómez y Federico Estrada Vélez. Al primero lo mató el cigarrillo. Al otro lo asesinó la mafia del narcotráfico.
A su paso por la dirección de la Aeronáutica Civil, la alcaldía de Medellín y la gobernación de Antioquia, el senador Uribe se convirtió en personaje clave que era consultado con frecuencia por los grandes jefes liberales del país. Las vueltas que da la vida: ahora sostiene recios enfrentamientos con sus antecesores César Gaviria y Ernesto Samper, sus ex copartidarios.
Desde pequeño decía a sus familiares y amigos que deseaba ardientemente llegar a ser Presidente de la República, pero sabía guardar silencio sobre su oculto propósito de quedarse por más de dos, tres o cuatro períodos en Palacio, hasta batir el récord que impuso el cartagenero Rafael Núñez, tan parecido a él en materia de metamorfosis partidistas.
Es larga la lista de damnificados por la persistencia del hombre aferrado a la ventanilla de la muy remota sucesión presidencial. Le respiran en la nuca, pero él no se da por enterado, entre otros aspirantes, Juan Manuel Santos, Noemí Sanín, Sergio Fajardo, Germán Vargas, Andrés Felipe Arias, Fernando Araújo, Carlos Gaviria, José Galat, Rafael Pardo, Aníbal Gaviria, Alfonso Gómez, Álvaro Leyva, Héctor Helí Rojas, Cecilia López, Iván Marulanda, Lucho Garzón, Antanas Mockus y Gustavo Petro.
La apostilla: Pese a que Uribe ya consiguió nicho propio en la esquiva posteridad, se niega rotundamente a jubilarse porque él, que tiene fama de terco, no dará el brazo a torcer, mientras más le insistan en que se vaya a descansar.