El Luis Carlos Galán que conocí.
Yo desempañaba el oficio de Rector de la institución, un caso que se miraba con cierta curiosidad pues no se entendía que un laico estuviera al frente de una institución confesional. Pero la mente abierta de la comunidad y por sobre todo de quien fuera su primer rector, R.P James F Crilly, consideraban que los sacerdotes debían estar al frente del apoyo espiritual de los estudiantes, como prioridad.
Luis Carlos Galán estaba interesado en establecer dobles jornadas en colegios privados y quería conocer de cerca la experiencia que teníamos en el San Viator, en donde en la misma jornada estudiaban jóvenes de diferentes estratos, produciéndose una enorme riqueza en lo que tenía que ver con el intercambio de experiencias de unos y otros.
Y el entonces Ministro de Educación buscó por todos los medios que los beneficios de la educación se extendieran a muchos sectores pobres de la población, mostrando una faceta de visionario en la medida que estaba convencido que la educación constituye la mayor riqueza que un país puede cultivar. El otro frente, ya conocido mucho más ampliamente fue el de la lucha contra el narcotráfico, que ya había logrado llegar al Congreso y enseñorearse en cargos claves dentro del alto gobierno.
La cruzada que lideró Galán le costó su vida y la nación se privó, como en el caso de Uribe Uribe y de Gaitán, de unos conductores que seguramente hubieran enderezado al país por una senda de mayor equidad.
Hoy está a punto de cerrarse el caso de Galán, de la misma manera que en su momento se archivó el de la muerte de otros líderes, y bueno es decir que aún se está a tiempo de que no se cometa la infamia de pasar la página con otro caso de abierta impunidad cuando se puede declarar que es un crimen de Estado y de esa manera mantener aún viva la esperanza de que la justicia en Colombia no ha muerto.
Ojalá podamos exclamar los colombianos algún día: paz en la tumba de Galán, pero cuando los culpables sean condenados.