El Mirador
Evocando aquella tarde de un mes de marzo en que llegó a Macondo acompañando a los gitanos que con un gran alboroto de pitos y timbales recorrieron las calles para exhibir los nuevos inventos de la civilización, hoy Melquíades intenta rescatar en esta columna aspectos de Manizales que marcaron a toda una generación
La carrera 23
El expresidente Alfonso López camina por la 23 con Pilar Villegas
Así como Macondo fue “una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”, Manizales fue un pueblo grande de tardes grises donde la gente se encontraba en las esquinas para rumiar sus nostalgias por los tiempos idos. Melquíades recuerda aquella carrera 23 por donde la gente se pavoneaba exhibiendo sus trajes con olor a naftalina. El recorrido empezaba en la calle 14, donde quedaba entonces el Cuartel de Bomberos. Hasta la calle 18 no existía ningún negocio. Las casas de este sector eran ocupadas por familias prestantes que educaban sus hijos en colegios como Atala Estrada, el Gimnasio Manizales, el Sagrado Corazón, el Agustiniano, el de Cristo, Nuestra señora y el Filipense. No existía todavía el Santa Inés.
Calle de dos carriles
Esa carrera 23 que alguna vez recorrió con su exuberante belleza la venezolana Irene Sáez Conde cuando visitó la ciudad en una feria, tuvo en servicio los dos carriles de la calzada. La gente aprovechaba para estacionar los vehículos a un lado mientras hacían diligencias en las oficinas públicas. Esta misma vía que en 1958 vibró cuando Luz Marina Zuluaga (foto) regresó a su tierra después de haber sido elegida como Miss Universo guarda para muchos manizaleños recuerdos de mejores épocas. Como cuando en la esquina de la calle 24, frente a las instalaciones del Club Los Andes, funcionaba La Ronda, el sitio de reunión de los cocacolos que entonces vestían pantalones de terlenka bota campana y camisas de cuelo sicodélico en colores llamativos.
Los sitios tradicionales
A esta carrera 23 que en otros tiempos fue llamada Calle de la Esponsión le da identidad ese río humano que por ella camina cada tarde. En esos años los buses urbanos que hacían la ruta Galerías-Milán recogían a los pasajeros en las esquinas de la calle 19, puerta del Palacio Arzobispal; en la calle 22, detrás de la catedral; en la calle 27, frente a la fuente se soda La Real; y en la calle 31, en la puerta de una oficina de la Caja Agraria. Tenía algunos negocios simbólicos, Como La Sorpresa, entre calles 24 y 25, donde los manizaleños hacían mercado antes de que a la ciudad llegaran los modernos supermercados. O Como el Almacén la Esperanza, “su almacén íntimo y de confianza”. O como el Café Adamson, diagonal a La Ronda, donde los desocupados jugaban billar. O como la Salsamentaria Alemana, en la esquina de la calle 29, donde todos los manizaleños compraban embutidos. O como La Canoa, frente al Banco de la República, enseguida del Caracol Rojo, donde se degustaban unas deliciosas empanadas.
Recuerdos que tallan
Melquíades siente nostalgia por esa carrera 23 de antaño. Y recuerda aquellos sitios que ayudaron a darle identidad. Como la Fuente de Soda Dominó, que funcionaba entre calles 26 y 27, enseguida del Restaurante Chungmi, que fue devorada por un incendio. Cuando eso todavía no existía la Zona Rosa. Comercialmente la ciudad no se había extendido por toda la Avenida Santander. Y los puntos de encuentro romántico eran en el centro. Como ocurría con La Cascada, una fuente de soda que funcionó en la esquina del Parque Caldas cuando allí todavía se estacionaban los taxis de servicio público. O Como el Café Caldas, un amanecedero en la esquina de la calle 30. O El Zulia, en la esquina del Parque Fundadores, que tuvo fama de tener las coperas más hermosas de la ciudad.
Recuerdos que tallan
Melquíades, un viejo que tiene la costumbre de hablar a solas, como descubriéndole al alma a las cosas, recuerda que la carrera 23 era entonces un remanso de paz. No se veían raponeros por ningún lado, ni vendedores ambulantes, ni cocinas estacionarias, ni estatuas humanas en cada esquina, como ahora. Es decir, el rebusque todavía no la había invadido. Era la vía de mostrar. Los estudiantes se pavoneaban dando vueltas desde la calle 14 hasta Fundadores en el carro que el papá les prestaba. Hasta Javier Giraldo Neira aprovechaba para exhibir su flamante Chevrolet Cámaro blanco que era para la época el carro más bonito que había en Manizales. Y las damas bien se entretenían tomando té en La Suiza mientras chismoseaban sobre lo que acontecía en la parroquia. Esta era la carrera 23 de hace 40 años.