El drama de un La Fontaine criollo
Este caldense ejemplar –que ha cultivado con singular maestría la fábula lafontainesca– no se quiere ir todavía porque anhela tiempo adicional para decirle “gracias a la vida, que me ha dado tanto”, como cantó la suicida artista chilena Violeta Parra, y escribir, de ser posible, su última “Cueva del Oso”, la del adiós, columna que sostuvo por más de 30 años, en el diario La Patria. .
La última vez que hablamos con él nos despachó con esta receta de su divertida cosecha, cuando le pedimos su correo electrónico: “No tengo Internet, banda ancha, celular, busca personas, ni tarjetas de crédito, lo que quiere decir que soy un hombre completamente feliz”. Toño fue un ermitaño incorregible. La última temporada en su ámbito bucólico la pasó en una casita, en La Cabaña, desde el momento en que accedió a la pensión. Todas las mañanas, a las 7 en punto, llamaba a su mujer para darle el parte telefónico de supervivencia, en su condición de jubilado.
El mal que lo tiene reducido al lecho lo sorprendió el pasado 13 de agosto, en plena vía pública (carrera 23 con calle 22, la esquina de Telecom) punto del centro manizaleño en el que acababa de encontrarse con su esposa Lucero Montes Ochoa, la mamá de sus tres hijos, a quienes les acomodó motes de animales desde pequeños: Miguel, el mayor, ha sido “El León”; Felipe, “El Zorro”, y Simón, el menor, “El Cachorro”. Su devoción por el reino animal se traducía en su afición por los caballos y aunque no le alcanzaba el billete para hacerse a ejemplares finos, mantenía sus teques; el nombre con sabor a invernadero osuno de su artículo sabatinol y el título de uno de sus libros: “Cuando las tortugas corrían”. De su producción bibliográfica forman parte estos títulos adicionales: “Palabras al hijo para que no use cauchera”, “La otra casa”, “Luis Tejada, sociólogo de lo cotidiano”, “La historia del árbol enano”, “Cuando la paz y cuando la guerra”, “El extraño caso del policía brumoso”, “El buscador de tesoros”, “Canaguay”, “Los molinos del derecho”, “Poemas de paso colombiano” y “No más miedo”, que recoge las verdaderas historias de personajes de la picaresca como “El putas de Aguadas”, “El puto erizo”, “El tigre de Amalfi” y “El alcalde de Apía”.
Toño Mejía en síntesis: Bachiller del Instituto Universitario de Caldas; abogado y sociólogo de la Universidad Nacional, de Bogotá, fue el quinto de diez hermanos, nacidos todos en Marsella, cuando este municipio hacia parte del Caldas de la bambuquera mariposa verde. De familia conservadora laureanista, él fue el único de la camada que militó en el MRL y en Liberalismo. En representación de este partido fue Contralor general del departamento de Caldas y concejal de Manizales y de Marsella. En su época estudiantil, en Bogotá, fue amigo y compañero del cura Camilo Torres, antes de que empuñara las armas. Le tocó presenciar en la Ciudad Universitaria el episodio en el que unos estudiantes desadaptados casi linchan al entonces presidente Carlos Lleras Restrepo. Conoció a Moscú por cuenta de la FUN, (Fundación Universitaria Nacional). Ameno conversador, dueño de un gran sentido del humor y de anecdotario inagotable, el más sensible, amable, cariñoso y respetuoso de los Mejía Gutiérrez hizo tertulia en el café “La Cigarra” –epicentro manizaleño del chisme fresco y la noticia calientita— todas las mañanas, a partir de las siete, con Wesner Molina, José Fernando Ortega, Fernando Bermúdez, Libardo González, Rodolfo Morales, Hugo Peláez y Gilberto González. Por su composición ideológica esta ha sido una mesa de diversidad mental en la que se burlan del diario acontecer de la comarca. Obviamente, desde el 14 de agosto el palique ya no es el mismo, sin Toño a bordo. La arritmia privó al equipo de su número diez.
Su cuñada, la médica María Eugenia Amézquita, reconoce con tristeza que el entrañable Antonio murió prácticamente desde el mismo momento de su desvanecimiento, en la carrera 23 de la ciudad a la que se le brindó con alma, vida, pasión y músculo.
Cuando cerrábamos esta semblanza conocimos un episodio bien paradójico: su amigo de la infancia, el agrónomo Gonzalo Arboleda, quien estaba muy golpeado con la crisis de salud de Toño, murió de un fulminante ataque cardíaco, mientras dormía, una semana después de haber publicado un artículo, en La Patria, en el que le tributaba un sentido homenaje a su camarada de toda la vida.
La apostilla: En una amena entrevista que le concedió a William Calderón, para “La Peluquería”, de Une Televisión, en Manizales, le preguntaron ¿Quiénes serán los sucesores de Víctor Renán Barco, en la jefatura del liberalismo caldense? Respuesta del chispeante Toño Mejía: “Los que queden vivos, después de la balacera”.