28 de marzo de 2024

Juan Carlos Echeverry, otro presidenciable conservador

14 de febrero de 2021
Por Jorge Emilio Sierra Montoya
Por Jorge Emilio Sierra Montoya
14 de febrero de 2021


El ex ministro Juan Carlos Echeverry también figura en la lista de presidenciables del partido conservador para las elecciones del próximo año. De hecho, falta mucho para llegar a eso: que su colectividad política escoja al candidato respectivo, cuya disputa no será fácil por cierto, y hasta ganar los comicios definitivos, si logra salir adelante.

Para él será una carrera cuesta arriba, incluso mucho más que para otros aspirantes con mayor experiencia en la actividad proselitista.

Como si fuera poco, no es tan conocido en los sectores populares. Fue, sí, director de Planeación Nacional, ministro de Hacienda, decano de Economía en la Universidad de los Andes y presidente de Ecopetrol, pero eso no basta para atraer multitudes, ni mucho menos.

Hay que empezar, pues, por saber de quién se trata, como veremos a continuación en este perfil suyo de la serie “Protagonistas de la Economía Colombiana” que en los próximos días será un nuevo volumen de mis Obras Escogidas en Amazon.

Entre pijao y chibcha

Juan Carlos Echeverry es una mezcla de pijao y chibcha, según le dijeron desde niño. Pijao, por su padre, del Tolima, aunque su abuelo era paisa, y chibcha, por el lado materno, de Ubaté (Cundinamarca), tierra ganadera por excelencia. Él es bogotano, o sea, hijo de inmigrantes, como tantos otros capitalinos.

Fue el menor de siete hermanos, nacido a comienzos de los años sesenta. A pesar de haber vivido en su adolescencia la convulsionada década del setenta, nunca se dejó tentar por la rebelión estudiantil, ni por la droga, ni por el hippismo, ni mucho menos por las ideas de izquierda, cuando el fantasma aún recorría a América Latina después de la Revolución Cubana.

Su familia, además, era conservadora. “Muy conservadora”, aclara. Tanto que una vez se ganó tremendo regaño paterno por llevar, en su mano, el Libro rojo de Mao. Y claro, en su casa se hablaba todo el tiempo de política, más aún cuando su padre, pasados los años, se graduó de abogado.

Como buen godo, estudió con los hermanos maristas. Allí aprendió a hablar en público, a preocuparse por los problemas sociales (en su colegio hubo intensas discusiones sobre el aborto, por ejemplo) y a despertar el interés por la literatura, por los grandes escritores como los del naciente boom latinoamericano, guiado por uno de sus maestros, Andrés Hurtado, célebre alpinista.

Y era un excelente alumno, muy aplicado, como era de esperarse.

¡Marx en la U. de los Andes!

Con escasos 16 años de edad, recién graduado de bachiller, entró a la Universidad de los Andes para estudiar Economía, donde sus condiscípulos fueron -así en ocasiones le llevaran algunos años de ventaja- Alberto Carrasquilla, Leonardo Villar, Mauricio Cárdenas, Luis Carlos Valenzuela, Mónica Aparicio y Santiago Montenegro, entre otros que luego serían máximas autoridades económicas del país.

En “la U” había una fuerte división entre marxistas y no marxistas. Y sorpréndase usted: ¡se imponía, allí, en los Andes, la línea marxista, orientada por profesores como Ulpiano Ayala y Alejandro Sanz de Santamaría! Los no marxistas, en cambio, eran keynesianos, como José Antonio Ocampo, Guillermo Perry (1945-2019) y Ricardo Chica.

Dadas sus preocupaciones intelectuales, Juan Carlos no tardó en enfrentar un conflicto personal, sin saber a ciencia cierta cuál de los dos grupos tenía la razón. Él, por su parte, era de derecha, falangista incluso (“A su lado -le decían sus amigos, entre risas-, Álvaro Gómez Hurtado parece un tipo de izquierda”), pero quería a toda costa resolver el conflicto propuesto.

Fue cuando le dio por estudiar Filosofía, también en los Andes, camino que después lo llevaría después a España y Alemania para especializarse en tal sentido, naturalmente sin abandonar la economía.

Entretanto, su aspiración -común a los mejores estudiantes de entonces- era vincularse, al de las aulas universitarias, al grupo de estudios especiales del Banco de la República, creado por Francisco Ortega (1938-1994) y Juan Carlos Jaramillo, con el propósito de pensar en grande -inflación, desempleo, etc.- y hacer, por tanto, carrera de macroeconomista, que era lo in.

Logró su objetivo. Fue así como entró al grupo del que formaban parte Hernando José Gómez, Sergio Clavijo, Roberto Steiner, Alberto Carrasquilla, Patricia Correa, Alberto Calderón, Israel Fainboim y Santiago Herrera, para citar unos cuantos.

Él era uno de los menores. Y sufrió mucho -confiesa- porque allí se daba mucha importancia a las matemáticas, cuando en su caso padecía hondas preocupaciones intelectuales, filosóficas, bastante extrañas por aquellos lados.

No obstante, escribía, igual que todos sus compañeros de trabajo, en la revista Ensayos sobre política económica, convertida -asegura, con espejo retrovisor- en el primer journal del país, obviamente con énfasis matemático.

Hasta que le llegó una nueva crisis que no duda en calificar como filosófica. Contra el enfoque matemático, claro. Fue cuando decidió irse a estudiar Filosofía en España, dejando la economía a un lado. A Nietzsche, Heidegger y pensadores medievales o presocráticos, dedicó sus esfuerzos. “Era feliz”, recuerda con nostalgia. Apenas tenía 22 años.

REUTERS/John Vizcaino.

De la Filosofía a la Economía

En 1988 salió a estudiar Filosofía de la Economía en Alemania, un doctorado que tendría cinco años de duración. Pero, no estuvo sino dos. ¿Por qué? La decepción fue grande. Primero, porque le tocó escribir un trabajo sobre la deuda latinoamericana -“Un verdadero parto”, afirma-, que a los dos meses le devolvió el profesor, sin comentarios.

Y, en segundo lugar, porque otro profesor, de enorme prestigio mundial, al conocer sus inquietudes le dijo, sin rodeos, que tales discusiones epistemológicas estaban simplemente pasadas de moda y, por ende, a nadie le interesaban, como no fuera en nuestro país, donde al parecer vivíamos “en la caverna económica”, según sus propias palabras.

Durante su segundo año en Alemania, decidió dejar sus disquisiciones filosóficas y dedicarse a ser un buen economista mientras cursaba un postgrado de Economía Internacional en el Instituto de Economía Mundial de Kiel, uno de cuyos docentes era Rudi Dornbusch (1942-2002).

De regreso a Colombia, su único anhelo era especializarse aún más en Economía, para lo cual aspiraba a una beca en Estados Unidos, ofrecida en buena hora, al encontrarse en un ascensor, con el gerente del Banco de la República, Francisco Ortega, quien lo apoyó para ser jefe de moneda y banca de la entidad a su cargo.

Con beca en mano, partió hacia la Universidad de Nueva York, donde obtuvo su doctorado tras cinco años de intensos esfuerzos. En 1996 se graduó con una tesis sobre la economía colombiana del momento a través de indicadores claves: inflación, boom del consumo, problema de la abundancia de crédito y hasta canales de transmisión monetaria, concepto que se popularizó desde entonces en nuestros círculos especializados.

Y como el hijo pródigo vuelve a casa, retornó al Banco de la República, como director de Macroeconomía e inflación, donde sostuvo un intenso pero cordial debate con el subgerente técnico de la entidad, Alberto Carrasquilla, acerca del impacto monetario o de las tasas de interés sobre la inflación.

“Carrasquilla me ganó en el corto plazo, pero yo le gané a largo plazo porque después la inflación en Colombia estuvo determinada por las tasas de interés, no por los agregados monetarios, igual que en los países desarrollados”, sostiene.

No fue la única disputa que le tocó librar. No. En 1997, durante la administración de Ernesto Samper Pizano (1994-1998), le llevó la contraria al ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, quien atribuía la recesión a la baja demanda, no al problema de oferta que él y Carrasquilla sostenían ante la junta directiva del Emisor.

Poco después vino el relevo de tres miembros de esa junta para poner fichas del gobierno, el cual obtuvo así la mayoría suficiente que le permitió imponer sus criterios sobre el camino a seguir y atacar, con fórmulas keynesianas, la creciente caída de la economía.

“Ahí se jodió esta vaina”, aduce mientras señala que entonces había varias cargas de dinamita que explotarían en 1999, cuando se registró, en el siguiente gobierno, de Andrés Pastrana (1998-2002), la peor tasa de crecimiento en la historia del país, como sostiene en su libro Las claves del futuro, el cual mereció un alto elogio del ex presidente Alfonso López Michelsen (1913-2007).

Carrasquilla y él renunciaron en plena crisis. No tenían otra salida.

Director de Planeación

En el mandato de Andrés Pastrana llegó como director de Macroeconomía, cuando al frente de Planeación Nacional estaba Jaime Ruiz, con la subdirección de Fernando Tenjo.

Le tocó -expresa con honda satisfacción- convencer al gobierno de ir al Fondo Monetario Internacional para negociar el acuerdo respectivo, formando parte del primer grupo negociador, con Alberto Calderón y Sergio Clavijo.

Ayudó a diseñar la estrategia económica del nuevo gobierno, que él mismo escribió en el Plan de Desarrollo, así como la parte fiscal en coautoría con Juan Camilo Restrepo, ministro de Hacienda en aquel momento (1998-2000).

Al salir Jaime Ruiz para la Presidencia de la República, Mauricio Cárdenas lo reemplazó en Planeación, donde él fue ascendido a la subdirección, cargo que disfrutó a sus anchas por ser “el único viceministro con más poder que varios ministros”.

Aprendió a distribuir los gastos de inversión para los distintos ministerios, a participar en el proceso de paz con elementos económicos y, sobre todo, a impulsar reformas estructurales en materia de transferencias, finanzas territoriales y vivienda, junto a la reforma tributaria de siempre.

Luego, al irse Cárdenas al Ministerio del Transporte, Echeverry subió a la dirección de Planeación, donde estuvo los últimos dos años del cuatrienio, cuando le fue bien, muy bien, con el ministro de Hacienda, Juan Manuel Santos (2000-2002).

Permaneció, pues, todo el tiempo de duración del mandato, récord que compartió con el canciller Guillermo Fernández de Soto y la ministra de Comercio Exterior, Martha Lucía Ramírez.

¿Y qué hizo en Planeación? La respuesta surge de inmediato: adelantar las reformas estructurales y el sistema de evaluación de la gestión del Estado, cuantificar la paz, fortalecer las finanzas de las fuerzas militares, manejar buenas relaciones con la banca internacional y, a nivel de indicadores, lograr estabilidad en tasa de cambio, tasas de interés y spread.

“Cogimos un país económicamente disuelto (con un sistema financiero quebrado, tanto como los hogares, municipios y departamentos), al cual tuvimos en cuidados intensivos hasta que volviera a caminar. Lo entregamos caminando”, sentencia.

En su concepto, si el gobierno de Pastrana no hubiera actuado así, en forma responsable, hubiera sido “la catástrofe” porque durante el período previo hubo un aumento sustancial de la pobreza y se destruyó gran parte del capital social.

“Paramos ese deterioro”, concluye.

Decano en los Andes

Le gusta ser profesor. O se divierte cuando dicta clase, afirma. De ahí que no abandonara, en la Universidad de los Andes, su cátedra sobre Introducción a la economía colombiana, cuando estuvo al frente de Planeación.

Por eso cuando el decano de Economía en la Universidad de los Andes, Alberto Carrasquilla, le ofreció su puesto al ser nombrado viceministro de Hacienda (luego sería ministro, de 2003 a 2007), no lo pensó dos veces. Aceptó ipso facto.

Al conceder esta entrevista, llevaba un año en el cargo. Dictaba un nuevo curso, sobre pobreza y riqueza, del que hablaba con entusiasmo; aspiraba a convertir su Facultad en una de las cinco mejores en América Latina, y celebraba que la investigación se hubiera triplicado allí, que sus estudiantes pasaran en Harvard y MIT, mientras algunos ex alumnos integraban plantas de profesores en prestigiosas universidades de Estados Unidos.

Hablaba de plata, de cuantiosos recursos a disposición que consideraba indispensables; del talento del personal docente, con 16 Ph.D. en la nómina; de las publicaciones internacionales, que tanto cuentan en la vida académica, y de sus alumnos, a quienes consideraba “los mejores” por alcanzar los más altos puntajes para ingresar a la Universidad.

¿Miraba acaso con nostalgia los encumbrados círculos oficiales, al lado del presidente de la República? ¡Qué va! Ahí, en la decanatura, estaba feliz, como cuando estudió Filosofía en Alemania.

“Aquí me quedaré hasta que san Juan agache el dedo”, aseguraba.

Por lo visto, el santo se dio por aludido con dicha afirmación, pues este filósofo arrepentido dejaría por largo tiempo las aulas universitarias para ser ministro de Hacienda (2010-2012) y presidente de Ecopetrol (2015-2017), ya como economista consumado…

(*) Ex Director del diario “La República” y Magister en Economía de la Universidad Javeriana. Autor del libro “Protagonistas de la Economía Colombiana”, cuya nueva edición está próximo a publicarse en Amazon.