29 de marzo de 2024

El 2020: un año atípico

31 de diciembre de 2020
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
31 de diciembre de 2020

Llega a su fin un año que tuvo para la humanidad significaciones especiales. Vamos a despedir un año donde casi diez de sus doce meses fueron de angustia. Nadie se imaginó que este 2020, que el primero de enero saludamos. con alborozo, se transformara de pronto en un rosario de malos augurios Cuando a mediados de marzo el mundo se estremeció con la noticia de la aparición en Wuhan de un virus que amenazaba con llevarse a millones de seres humanos, entendimos eso que alguna vez dijo Porfirio Barba Jacob: “somos leves briznas al viento y al azar”. Ese día quedamos expuestos, todos, ricos y pobres, negros y blancos, hombres y mujeres, poderosos y desvalidos, a un contagio que podría significarnos perder la vida.

Este 31 de diciembre le vamos a decir adiós a un año que nos marcó a todos por igual. Desde el campesino que labra la tierra para extraerle sus frutos hasta el conductor que transporta niños de instituciones educativas, desde el médico que atiende sus pacientes en procura de garantizarles la vida hasta el estudiante que tuvo que acostumbrase a las clases virtuales, desde el sacerdote que se vio obligado a cerrar las puertas de su iglesia hasta el dueño de la tienda que no aguantó la crisis económica, desde el vendedor ambulante que de la noche a la mañana se vio sin ingresos hasta la empleada de un salón de belleza que asombrada se dio cuenta de que se había quedado sin trabajo, todos sufrimos las consecuencias de una pandemia que nos hizo entender qué frágiles somos.

La aparición del coronavirus hizo que este que el jueves termina se convirtiera en un año atípico. A nadie se le pasó por la mente que algún día lo iban a obligar a permanecer encerrado en su casa, ni que debería llevar todo el día un tapabocas para cuidarse de un contagio, ni que tendría que lavarse las manos cada veinte minutos para cuidar su salud, ni que le tocaría atender sus obligaciones laborales desde su alcoba. Mucho menos que no podría abrazar a sus seres queridos, que tenía limitada su movilización con un pico y cedula, que no podía entrar a un café para tomarse un tinto, que no podía reunirse con el amigo con quien conversaba todos los días. A todo esto nos tuvimos que acostumbrar durante un año que estuvo marcado por la incertidumbre de no saber cuándo puede terminar la pandemia.

El 2020 fue un año atípico porque cambió nuestras costumbres. Cambio nuestra manera de ver al otro, la forma de saludarnos y la cotidianidad misma. El entretenimiento se redujo a lo que pudiéramos hacer en la casa. No pudimos ver películas en la comodidad de una sala de cine, ni disfrutar de un partido de fútbol con un estadio lleno, ni asistir a un concierto donde la música nos ayudara a olvidarnos de lo que estábamos viviendo. Tuvimos que dejar a un lado las reuniones sociales, las celebraciones en familia, las manifestaciones de afecto. Llegamos al extremo de no poder despedir a los seres queridos en el momento de emprender su viaje a la eternidad. Tuvimos que conformarnos con seguir sus exequias a través de las redes sociales.

La soledad de las calles debido al confinamiento obligado nos mostró una realidad que era para nosotros desconocida. ¿Nos imaginamos alguna vez que nos tocaría ver calles desiertas, parques desocupados, comercio cerrado? ¿Pensamos alguna vez en la posibilidad de trabajar desde la casa, de no acompañar a los amigos en su entierro y de no poder darle un beso a nuestra madre? Nada de eso se nos había pasado por la mente. Siempre pensamos que la vida seguiría igual, que nada detendría su ritmo vertiginoso, que la seguiríamos disfrutando sin cortapisas. Esta pandemia nos enseñó que somos vulnerables. Nos hizo entender que arriba de Dios no hay nadie. Nos volvió a la espiritualidad porque la gente que no leía volvió a tomar entre sus manos un libro para entretenerse con su lectura.

Esta pandemia nos ayudó a recuperar el sentido de la solidaridad. No hubo este año nadie que no sintiera como suya la necesidad ajena. La gente aprendió a dar de lo que tiene para ayudar al que lo necesita. Mucho cantante salió durante este 2020 a la calle para, interpretando canciones, conseguir con qué llevar el sustento a su hogar. Y la gente correspondió a su esfuerzo dándoles algunos pesos. Nadie fue indiferente a la situación del otro. Aprendimos a utilizar otros canales para comunicarnos, como Zoom y Meet. Y comprendimos que podríamos disfrutar muchos eventos de manera virtual. Pero también nos dimos cuenta de que para los corruptos el Covid-19 fue una oportunidad para apropiarse de los recursos públicos. Por todo lo aquí escrito es que el 2020 puede calificarse como un año atípico.