18 de abril de 2024

Por E.Sachs. El diablo anda suelto

27 de noviembre de 2020
27 de noviembre de 2020
Foto de Rosa Ballesteros

Por E.Sachs.

«Otoño manchego, melancólico, nostálgico
que las sonrisas nos atrapas y revelas nuestro llanto silencioso y triste” E.Sachs 

Llegaron los aires frescos y los colores ocres de un otoño le recordaron con pesadumbre todo lo que había vivido —más de lo esperado—, se dijo a sí misma, y salió al campo para aprovechar los últimos rayos de un sol benévolo. Pronto vendrían los días más cortos y fríos y como la savia de los árboles su ánimo se iría consumiendo, como se consume el fuego y todo lo transforma para hacer renacer luego de aquellas cenizas una pizca de esperanza que ella también teme, se vaya difuminando con el paso de un tiempo plagado de incertidumbres y huérfano de abrazos, de besos y de ensueños.  No quiso saber más de pandemias, ni de guerras ni de desastres naturales porque su impotencia para hacerles frente con algo más que su compasión le hizo más dificultosa aún su respiración. Esperó a que terminasen los últimos compases de piano de Variaciones sobre un tema de Paganini, edición dominical dedicada a su gran amor ruso de todos los tiempos, de todos sus tiempos, Sergei Rachmaninov.  Apagó la radio, cogió su mochila, echó la alarma y se marchó.

Esto que podría ser el comienzo de un relato es nuestro espíritu al desnudo. Este país, España, donde la mayor felicidad era arreglar y desarreglar el país en la barra de un bar, mientras llegaban las tapas, la ración de gambas al ajillo, o el pincho de tortilla jugoso, o el platito de jamón de jabugo con unos taquitos de queso manchego, acompañados de un vino tinto de la casa, o de una caña —un vaso largo de cerveza—, o de un mosto para los abstemios, finalmente cayó en la tristeza. Aun así, salimos siempre dentro de los perímetros geográficos estipulados. Los Castellano-Manchegos sólo por la región, los de Castilla-León ahora mismo son la “peste” y así por el estilo todo el mapa español debido al alto porcentaje de contagiados por este virus —que parece salido de un relato de ciencia ficción— que nos está matando de pena a la mayoría y a otros del todo porque no ha perdonado ni edad ni estado físico. Todos tienen una historia que contar. Mi vecina hoy me llamó desde el jardín para que charlásemos un ratito. A su madre, una mujer alegre, optimista, sociable por naturaleza, me cuenta que la encontró un día repitiendo la misma frase una y otra vez.  Después de un exhaustivo chequeo médico fue diagnosticada de depresión profunda. El consumo de ansiolíticos en España, un país que calmaba sus ansiedades con tapas y viajes, ha aumentado. Doparse para vivir: más de dos millones de españoles toman ansiolíticos a diario. Así titulaba uno de los Telediarios de mayor audiencia esta noticia. También se han visto desbordados los psicólogos y psiquiatras por la red. El caso es hablar, hablar y dejar salir todo lo que por dentro nos calcina, nos duele o nos solivianta. Estamos sedientos de caricias. Eva, mi pariente y buena amiga sueca me contó hoy como suceso extraordinario en su vida de confinada que sintió como un bálsamo curativo el que su peluquera le hubiese tocado suavemente el rostro. Parejas rotas, corazones heridos, familias fracturadas. Y es porque ese mundo bueno   al que Cicerón calificaba con mucho acierto de no ver nunca la maldad en nadie, ahora por fin la ha descubierto también en la red bajo la tapadera de enloquecidos pero falsos enamorados — vamos, con todos los ingredientes dignos de una serie de Netflix aún por estrenar y arrasar en audiencia. Y también en vivo y en directo. Entran a las oficinas o timbran en las casas y bien cubiertos de arriba abajo, porque esto del frío más el uso perentorio de las mascarillas les ha caído como del cielo. Estamos tan atenazados por el miedo que además de confinados nos sentimos más bien encerrados. También te esperan a la salida de los supermercados y mientras uno te advierte que algo se te ha caído al suelo, otro te arranca la compra o te dan el jalonazo al bolso, o se lanzan al cuello y te arrancan la cadena o te tiran la pulsera que siempre has llevado consigo como recuerdo familiar o regalo de algún viejo amor. Las alarmas incluyen ahora dentro de sus ofertas el botón del pánico, que es el que deberíamos haber pulsado hace rato cuando por fin sus Señorías del Congreso de los Diputados, políticos de todos los signos y confesiones se pusieron por fin en algo de acuerdo y aprobaron sin pudor alguno por unanimidad: ¡subirse los sueldos!

Y pese a todo este caos económico, social y emocional que nos está cambiando la percepción de nuestro mundo interior y que lógicamente repercutirá en nuestras futuras decisiones, muchos esperamos volver renovados y también agradecidos porque hemos aprendido lo que es de verdad vivir y convivir con la tristeza, que no es lo mismo que infelicidad, es la otra cara de la alegría, pero es precisamente la que nos está abriendo las puertas de la consciencia.