28 de marzo de 2024

CHANGÓ

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
23 de octubre de 2020
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
23 de octubre de 2020

No lo velaron, ni le rezaron, lo bailaron, le cantaron y le hicieron sonar esos instrumentos ancestrales en los que el golpe rudo comienza a marcar compases y va contagiando todo el cuerpo de ritmos frenéticos que se van confundiendo con todos los sentidos, hasta el punto de ausentarse de los espacios en que se encuentran. Con hermosos vestidos de colores vivos y mucho blanco para marcar el contraste con la piel oscura, iban bailando a su lado, girando, sin detenerse porque ahí, en ese féretro había un vagabundo que solamente se detuvo de andar por el mundo cuando las fuerzas le fallaron y lo metieron en una fría casa bogotana a esperar a que esos 84 años dejaran de respirar y dejaran de seguir produciendo palabras y pensamientos en defensa de lo negro que fue el mundo en el que se movió por siempre, sin desconocer jamás las otras razas que le dieron ese mestizaje del que tan profundamente orgulloso vivió siempre. Le cantaron con esa especie de lamento profundo que se va metiendo por entre los poros para hacer sentir en lo más hondo lo que se dice y piensa. Fueron muchas voces que se unían sin un libreto que indicara entradas o salidas de parlamentos. Cada quien cantaba lo suyo en homenaje a ese símbolo que no era que se hubiese muerto, sencillamente se estaba transformando en lo que siempre se propuso ser: a quien leer por siempre jamás y llevarlo metido en todos los espacios de la memoria.

Luego hicieron el desfile que era fúnebre porque adelante iba un cofre de madera de color ocre, como las aguas de los ríos que tantas veces recorrió. Y lo siguiera acompañando las tamboras, los bongós, las flautas, los oboes sin que faltaron el acordeón, que se integró a ese mundo de expresiones en los que caben todos los sentimientos para contarlo y cantarlo todo. No lo condujeron a la tierra, porque ese fue su destino mientras estaba en el mundo de los vivos, lo llevaron en medio de esos bellos cantos al fuego, donde en pocos minutos lo convirtieron en un puñado de cenizas, que unos pocos amigos y familiares llevaron consigo en un avión hasta Montería, de donde salieron hacia Lorica, para nuevas y cantadas ceremonias, para esparcir esas cenizas en las mismas aguas que lo vieron crecer de niño, en el rio Sinú, a donde iban a parar las lluvias de la zona, a donde corrieron esas aguas que fue lo primero que vio al nacer, pues al rancho de paja donde llegó al mundo, se le entraban las goteras por todas partes, por lo que alguna vez dijo que su madre le había contado que cuando vino a la tierra lo primero que conoció no fue la luz, sino el agua. Por el cauce del Sinú esas cenizas se fueron diluyendo, llevadas hasta el gran río de la Magdalena, que las conduciría hacia el mar caribe, que tantas veces lo vio deambular por sus orillas, como que siempre se definió como un caminante.

Por este año ha llegado a los cien de existencia, porque si bien es cierto que su registro civil de defunción reza que murió en Bogotá el 19 de noviembre de 2004, se trata de un hecho de simple lógica, porque los inmortales no mueren nunca, perviven en el pensamiento de quienes lo siguen conociendo poco a poco, como muchos que ahora saben de su existencia por ese aniversario, que se hace notorio por el profundo significado de su obra y en cuyos actos se ha cumplido y cumple uno de los más trascendentes como es el documental cinematográfico que ha producido la Universidad del Valle, bajo la dirección del cineasta caleño Marino Alberto Aguado Varela, quien ya posee una amplia hoja de vida como productor y director de cine y televisión. Aguado Varela, egresado de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Occidente, donde fue un estudiante de bajo perfil, que poco o nada dejó intuir la calidad de comunicador que llegaría a ser, pues ya son varios los documentales que ha realizado y que se han conocido en escenarios internacionales, por la exigente calidad que exhiben. Aguado, con la asesoría del crítico literario y escritor Darío Henao Restrepo, es el director de “Zapata, el gran putas”, ya estrenado en Telepacífico y que seguramente será replicado en otros canales, pues se trata de un extraordinario homenaje a uno de los más grandes escritores que ha dado Colombia, a quien también le tocó la des fortuna de ser contemporáneo de ese monstruo universal que fue Gabriel García Márquez, que de alguna manera opacó a más de una figura, como es el caso de Manuel Zapata Olivella, de quien trata el documental citado y de muchos otros como Manuel Mejía Vallejo, Oscar Collazos, Fanny Buitrago, German Espinosa, y tantos que le han dado lustre a la producción artística nacional.

Zapata, el gran putas, es un brillante homenaje que se rinde a la raza negra de todo el mundo, aprovechando la coyuntura de la celebración de los cien años del escritor nacido en Lorica, Córdoba, un 17 de marzo de 1920. Aguado Varela se vale del título de la octava novela de Zapata Olivella, editada por primera vez en 1983, “Changó, el gran putas”, sin duda la obra que mejor representa al médico egresado de la Universidad Nacional, antropólogo y folclorista, quien publicó más de 50 libros y cientos de ensayos y publicaciones periodísticas girando siempre alrededor de la temática de los negros, de quien se propuso ser el más conocedor, por esa especie de marca que le dejaron sus estudios universitarios en Bogotá, cuando en la Facultad todos lo conocían como “El negro Manuel” o “El negro Zapata”, lo que nunca le molestó por la conciencia que siempre tuvo de ser negro y hacerse valer por lo que era, no por el simple accidente del color de su piel.

El documental, argumentativa y técnicamente fue muy bien elaborado. Un trabajo de muchos meses de consagración a la lectura, a las investigación, al análisis, a las discusiones, que son las características esenciales de la labor como documentalista de Marino Aguado, actual jefe de producción del Canal Telepacífico, donde goza del gran respeto de todos sus subalternos que tienen en él a un maestro de lo visual y lo cinematográfico. Es un documental universal, porque no se va a las anécdotas que es el común de esta clase de trabajos. El enfoque es serio y va juntando testimonios del amplio trasegar de la vida del escritor, quien siempre se definió como un vagabundo, despojando el término de todo su aspecto peyorativo y llevándolo al estatus de carrera, como que para él ser vagabundo era la carrera de siempre por estar en todas partes. Desde joven sus amigos le dijeron que era un “patiflojo”, de esos que no se pueden estar quietos en un solo lugar y que deben ir de un lado al otro, conociendo, sabiendo, aprendiendo.

Changó, el gran putas, es la novela universal de Zapata Olivella. Es todo un mundo. El mundo de los negros. Fue la obra de mas dificultad en la escritura del autor. Durante veinte años se dedicó a investigar sobre los orígenes de los negros en América, yendo a vivir por temporadas a las regiones africanas desde donde los trajeron amarrados con cadenas para venderlos como esclavos, como fuerza de trabajo de una explotación que requirió de su fuerza, ante el agotamiento de la raza aborigen, que los conquistadores sencillamente exterminaron con el fuego de sus arcabuces o sus abusivas jornadas de explotación inhumana. La novela, porque es escrita en lenguaje de ficción, no es la historia de ese dios de los negros, sino la historia de 500 años de ultraje de una raza digna y bella que supo permanecer a pesar del propósito exterminador de quienes la tomaron como una simple mercancía que mercadeaban de plaza en plaza y sometían a fuego, sangre y doctrina religiosa. Zapata Olivella solamente pudo encontrar el tono de la obra, la noche en que desnudo pasó en una caverna en la Isla Goré, con el fin de poder asimilar el ambiente y el ánimo de esos millones de seres humanos que sabían que al día siguiente irían a lugares desconocidos en calidad de cosas. En el documental hay un corto recorrido por muchos de esos caminos por los que anduvo Zapata Olivella aprendiendo de los negros. Allí están las imágenes del Harlem neoyorquino, pero también las de las orillas de los ríos en el Pacífico, los de Guachené, con los rostros de ébano de tantas figuras inmensas que esta raza le ha dado a la cultura colombiana y mundial. Un documental que concentra la atención del espectador, con un lenguaje sencillo, pulcro, simple para que todos comprendan el mensaje, con unas muy limpias imágenes, muchas de ellas recuperadas de viejos archivos gráficos y con muchas intervenciones en la voz del propio Zapata Olivella. Si la novela es la historia de los negros en América, el documental es la historia del autor para hacer conocer y empoderar a la raza que dignamente representó en todos los espacios.

Se ha dado el encuentro de un muy buen documentalista, de quien puede esperarse muchas otras de excelente calidad, como también lo fue “Busca por dentro”, sobre la vida del compositor y poeta chocoano Jairo Varela Martínez, el del grupo Niche, con el de un extraordinario novelista, un tanto desconocido por las generaciones actuales, pero que fue tema de estudio y de constantes lecturas para quienes participamos de una educación secundaria en que primaba más la enseñanza y el aprendizaje que el negocio del pago de la mensualidad o de las semanas de receso que se agregan a unas vacaciones cada vez más extensas, sin que los planteles dejen de cobrar los mismos diez meses completos de una pensión escolar por algo que no están dando, pero que nadie controla. Se han juntado Zapata Olivella y Aguado Varela y se ha hecho un producto audiovisual que va a estar por muchos años en la mente de los colombianos. Verlo es una buena manera de ingresar al conocimiento de este gran escritor.

Contaba Antonio María Zapata, el padre del novelista, que este apenas habló a los 4 años, que no era sordo, pero que la timidez lo llevaba a permanecer callado. Y saber que fue la palabra el instrumento esencial de su vida. Publicó más de 50 libros y cualquier cantidad de escritos de prensa. Durante veinte años fue director de la revista “Letras Nacionales”, que hace parte de la historia cultural de Colombia. Desde siempre quiso conocer el mundo a pie. Se recorrió el mundo en todos los medios de transporte y nunca le importaron las dificultades que pudiera tener en esos desplazamientos. Más de una vez debió pernoctar al aire libre, por carencia de recursos para un hotel. Eso lo tenía sin cuidado, lo que la importaba era conocer la gente, para escribir sobre ella, especialmente sobre su raza negra, por lo que bien puede decirse que es el novelista por excelencia de lo que ha sido, es y será esta representación étnica. Ya de joven, alguna vez le dijo a su padre que quería ser veterinario, para estudiar todos los animales. Su padre le respondió: “Maño, te has ganado el premio mayor, porque ya te inscribí en la Universidad en la carrera que te permitirá conocer al más complejo de todos los anuales, el hombre”. Lo había matriculado en la Universidad Nacional, en la Facultad de Medicina, de la que se recibió.

Con su hermana Delia se propuso conocer el folclor colombiano de todas las regiones. Viajaron por los más apartados lugares, grabaron manifestaciones autóctonas y fueron dándolas a conocer. Luego conformarían un grupo de presentaciones folclóricas con 14 entusiastas que estaban dispuestos a correr esa loca aventura de ir por el mundo presentándose con o sin pago de honorarios. Viajaron por el mundo entero. No ganaban nada, apenas para los gastos y más de una vez se vieron hasta sin lo de la comida. En el grupo nadie era especialista. Todos hacían de todo. Lo tenían que hacer. Cuando ya se disponían a viajar al exterior el acordeonista que había aceptado el proyecto, Colacho Mendoza, llamó a Manuel y a Delia y les dijo que no viajaría porque acababa de llegar al mundo su primer hijo y debía atender esa obligación. El flautista y el gaitero debieron ensayar nuevamente las piezas, pues se habían montado con la música de acordeón. Eran músicos, bailarines, coreógrafos, diseñadores, costureros, tenían que hacerlo todo entre todos. Se hicieron famosos en el mundo entero, regresaron con mucho nombre, pero más pobres que cuando se habían ido. Fue una manera de conocer al mundo y los miembros del grupo siempre se los agradecieron. Cuando su hermana Delia murió en el 2001, Manuel sintió que se iba una parte de su vida. Ya estaba con ciertas dolencias de salud y supo que los años de andar el mundo a pie se iban acabando, como efectivamente le ocurrió en el 2004.

Manuel Zapata Olivella está para ser conocido a través de sus libros, entre los que pueden destacarse:

– Pasión Vagabunda, de 1940
– La calle 10, de 1960
– En Chimá nace un santo, de 1964
– Chambacú, corral de negros, de 1967
– Changó, el gran putas, de 1980
– Levántate mulato, de 1990
– La rebelión de los genes, de 1997
– Las claves mágicas de América, de 1999
– Hemingway, cazador de la muerte de 1993
– Por los senderos de los ancestros, de 2000
– El árbol brujo de la libertad, de 1987

Desde cuya lectura es posible formarse una idea clara del contenido de la literatura de este maestro que ha tenido reconocimiento en la historia de Colombia, pero no el debido.

Con motivo de los actos que se cumplen en diferentes ciudades colombianas a raíz de los cien años de su nacimiento, se va conociendo un poco más. Es necesario que se retome lo que se hizo antes en la secundaria y fue darlo a conocer como un símbolo de lo que ha sido la identidad literaria del país.

La Universidad del Valle, su director de la escuela de letras, Darío Henao Restrepo, el cinematografista Marino Alberto Aguado Varela, el canal regional de televisión Telepacífico le han hecho un merecido homenaje al maestro Manuel Zapata Olivella de quien tenemos mucho por aprender, por leer, por saber, porque a más de ser escritor, fue antropólogo y conoció al hombre de la mejor manera y folclorista, para saber de las expresiones propias de las gentes de todos los rincones de Colombia. Hay tantas cosas por hacer en los medios audiovisuales, distinto a repetir telenovelas manidas, de argumentos similares y con las mismas actitudes de ausencia de imaginación.

Reconocimientos a un productor audiovisual como Marino Aguado y gratitud a las enseñanzas que legó a todos el maestro Manuel Zapata Olivella. Dos razones poderosas para juntar en una producción que debe conocer todo el país.