19 de abril de 2024

SABER

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
4 de septiembre de 2020
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
4 de septiembre de 2020

Desde siempre supo que el camino que se iba a trazar en la vida tenía dos vías: una, el estudio y dos el servicio público. Todo lo estatal le llamaba la atención, por las posibilidades de servir a causas generales y hacer muchas labores que de alguna manera repercutieran en lo colectivo. Y se propuso alcanzarlo, pero siempre y cuando estuviese de por medio la posibilidad de acceder a cargos públicos a través de concursos, sin necesidad de acudir a palancas y/o recomendaciones en las que no se tuviesen en cuenta sus condiciones intelectuales. Primaba, en él, antes que nada el saber a través del aprendizaje constante, por lo que desde muy niño se convirtió en un gran estudiante. No iba al colegio para cumplir. Iba con entusiasmo y no era necesario que sus padres lo llamaran muchas veces en la mañana y le rogaran que se levantara. Lo hacía con disciplina y con ganas de una nueva jornada en la que al final de la misma el balance de lo aprendido le fuera satisfactorio. Gozaba atender las enseñas, por lo mucho que iba aprendiendo, asimilando, teniendo como cada día nuevos conocimientos. Amaba el estudio, antes que jugar, que hacer deporte, que cualquier otra cosa. Los libros eran su constante dedicación y en ellos conocía lo que se proponía aprender.

A manera de disciplina personal, en el colegio y en la Universidad hizo parte de colectivos dirigentes, a los que se debía llegar por méritos, mediante el ejercicio de concursos. Miraba muy bien las bases de éstos. Se ceñía a todas las exigencias y se dedicaba a cumplir con todos y cada uno de los requisitos, resultando en todos los casos ganador, porque no desatendía ninguna de las exigencias, en la confianza de que alguien le pudiera ayudar. Nunca pidió ayuda a nada distinto a sus propias capacidades. Siempre se atuvo al saber, como fuente de posibilidades vitales. Nunca accedió a ninguna posición por la ayuda de terceros. Lo hizo porque se sentía capaz de aspirar a ellas y se sometía a lo que se demandara en cada caso. Era como una especie de entrenamiento mental para el futuro que tenía decidido desde muy temprana edad. Le gustaba lo público, le atraía el servicio a los demás, pero de igual forma iba conociendo poco a poco que en casi todas las ocasiones para llegar allí, se requería estar vinculado a grupos de poder, a los que era ajeno, pues esa no fue la vida que le dieron en casa, donde sus padres fueron trabajadores de siempre, que lucharon por sacar adelante a todos sus hijos, a quienes les dieron estudio y les ponían como metas llegar a ser ellos mismos, sin que se tuviesen que apoyar en los demás, y sin tener que estar en deudas por favores personales con nadie. Una especie de orgullo individual, pero edificado desde los principios y los más altos valores.

Formado en esa disciplina personal y teniendo metas claras, siempre se caracterizó por ser uno de los mejores estudiantes por cuanto claustro pudo pasar. Era el primero en responder ante los deberes impuestos por sus docentes. No se quejaba de dificultades. Cuando las tareas aparecían un poco más difíciles, lo tomaba como un reto que debía atender, como una manera de hacer algo nuevo. Quien hace algo nuevo, de una vez se queda con otro aprendizaje. La praxis consolidad más fuertemente el saber que la misma teoría. Es que constituye la prueba de lo que se sabe y la ampliación de lo que se va sabiendo. Y eso era lo que le gustaba ser: alguien que debía aprender cosas nuevas todos los días.

Cuando se graduó de secundaria hizo todos los cálculos de la carrera profesional que debía seguir, lo que, por demás, no fue muy difícil, dada su definición de vocación hacia lo público. El Derecho era el camino que lo podría llevar por el ejercicio del poder, a través de cargos públicos. Entendió que el Derecho podía ser un camino que lo condujera, incluso, hasta a ser abogado, por la universalidad de los conocimientos que deben adquirirse, cuando dicha formación se toma con la responsabilidad de llegar a ser un humanista, antes que una persona con la capacidad de leer códigos y legislaciones. Se trata es de conocer al ser humano, pues el derecho no es más que el conjunto de normas que llegan a componer la regla social, es decir el deber ser de lo social, de como debe actuar el ser humano en sociedad. Lo que puede equivaler a como ser alguien humano. El Derecho sólo se ocupa de los actos sociales de los humanos. Pero cuando se examina la calidad del acto social, se puede llegar fácilmente a la conclusión de que todos los actos humanos son sociales, como que de alguna manera tocan con los demás. Tal como lo planteara el maestro Aristóteles, el hombre es un ser social. Es decir: es eminentemente complementario de otros seres, colectivo. No es posible concebir al hombre útil sin estar involucrado en acciones u omisiones con los demás.

La decisión de estudiar Derecho fue firme y lo hizo con el mismo entusiasmo con el que había cursado sus estudios hasta ese momento, destacándose siempre entre los mejores. De igual manera, en la Facultad comenzó a sobresalir casi de inmediato, por la pasión que le puso al estudio de lo que ciertamente era su vocación. No quiso ser abogado por descarte, ni porque no pudiera estudiar otra cosa, o sencillamente por lo que muchos dicen, que se trata del estudio de quienes no sirven para otras cosas. Quería formarse en derecho porque sabía para donde iba. Y necesitaba conocer muy bien las normas, las reglas, los principios, los valores que animan la legislación que construyen esa ecuación ineludible de que no puede haber sociedad sin Derecho, ni Derecho sin sociedad. Esta fórmula la aprendió desde las primeras semanas en la Facultad y no solamente la aprendió, sino que la asimiló en forma definitiva. La practicó en todo lo que hizo.

Una vez terminó de cursar sus exitosos estudios universitarios y recibió el correspondiente diploma de Abogado, entendió que ciertamente lo habían graduado de permanente y eterno estudiante de Derecho, que viene a ser la pauta profesional de alguien que se dedica a las disciplinas jurídicas. Tener un diploma, obtener muy buenas notas, rendir pruebas, con resultados aprobatorios, no es más que el lleno de unos requisitos para la obtención de una Tarjeta Profesional, que expide el Consejo Superior de la Judicatura, y que habilita para ejercer la profesión. De ahí a saber Derecho, hay un trecho demasiado extenso. El abogado tiene el deber de ser consciente que debe dedicarse a estudiar sin parar un solo día, pues de un día para otro con nuevas legislaciones le pueden llegar a derogar completamente sus conocimientos. Y es lo que debe atender: a que lo que se sepa se renueve, no se derogue, ni mucho menos que desaparezca.

Por eso cursó varias especializaciones y un Magister en Derecho público, en la medida en que iba trabajando para pagarse sus estudios de posgrado, pues no era miembro de una familia adinerada. Era hijo de trabajadores que hicieron el gran esfuerzo de profesionalizar a sus hijos, y de ahí en adelante darles alas para que siguiera por la vida volando bajo su propia responsabilidad.

Comenzó en cargos muy humildes en lo administrativo llegando a ellos por ser bien evaluado en las pruebas a que lo sometieron. Para todas se preparó a conciencia y estuvo dispuesto a ganarse el cargo por lo que sabía. Una vez en el cargo se hacía completamente responsable de sus tareas y las atendía de la mejor manera, al punto de volverse indispensable donde estuviera. Era un empleado ejemplar. Cumplidor. Que nunca tuvo gestos de genuflexión ante sus jefes. Quería que lo valoraran por lo que era, no por actitudes serviles que en nada tocaban con el servicio a los demás.

En cada experiencia laboral que iba teniendo, por humilde que apareciera, siempre en el sector público, fue aprendiendo que de los cargos se iba cuando así lo decidiera él mismo, nunca por decisiones de los superiores o como producto de procesos disciplinarios que dieran al traste con sus nominaciones. Y ese aprendizaje le permitió un lujo que pocos funcionarios pueden darse en nuestro medio: siempre se fue de los cargos porque quiso, nunca por voluntad de terceros. Al fin y al cabo nunca le debió ningún cargo a nadie. Siempre fue con renuncia voluntaria de su parte, las que presentó con el fin de irse a un cargo de mejor categoría o de aspiración personal, en lo que le designaban cuando estaba ocupado. Nunca supo que el próximo era su último cargo. Todos los tomo como una escala que debía ir superando poco a poco, hasta llegar a lo que se proponía. Eso si: nunca a cargos de elec ción popular. No tenia el talante de mentirle a la gente, con tal de obtener su voto. En todos los actos de su vida fue frontal. A nadie le dijo lo que no le iba a cumplir. Nunca adquirió compromisos que no pudiera cumplir, ni mucho menos que se salieran de los parámetros del principio de legalidad, al que se aferro siempre, como si fuera un principio de vida.

Fue asesor jurídico del Consejo Nacional Electoral, a donde llegó luego de haber ganado un concurso y en el que estuvo hasta cuando quiso aspirar a ser Registrador Delegado Departamental, obteniendo el puntaje necesario para serlo y ocupó las delegaciones de los Departamentos de Tolima, Cundinamarca y Valle del Cauca. Lo hizo con imparcialidad, con garantías para todos. Todos los políticos tenían acceso a su despacho, pero en el desarrollo de su siempre respetuosa conversación les hacía saber que no estaba dispuesto a propuestas extrañas de ninguna naturaleza y que su labor estaba completamente ceñida a la ley, que era la mejor manera de ofrecerles garantías a todos, especialmente en los períodos electorales. Muy pocos se atrevieron a hacerle insinuaciones. Comedidamente se las despachó en forma negativa. Se mostró firme y para ello no tuvo que imponer autoridad alguna, se valía de lo mucho que sabía en el cargo en que estaba y ahí se encontraban los intrigantes de turno una especie de pared infranqueable que no daba paso a nada que no estuviera bajo el amparo de la ley. Se hacía amigo de todos, incluso de los que iban a pedirle favores por fuera de la ley, pero a quienes nunca despachó de malas maneras. Sencillamente les hacia entender la razón de las razones en. Derecho y les pedía que ajustaran su comportamiento a lo que estaba ordenado en las normas legales.

Estando en la Delegatura de la Registraduría Nacional del Estado Civil en el Valle del Cauca, con sede en Cali, concursó para el cargo de director seccional de Fiscalías en el Departamento de Caldas, sacando el más alto puntaje, por lo que renunció y se fue a Manizales, donde desempeñó con brillo el puesto y de ahí salió designado como Fiscal delegado ante el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Caldas. Internamente se abrió un concurso para Director Administrativo y financiero de la Fiscalía seccional del Valle del Cauca. Aplicó. Se lo ganó y regresó a trabajar a Cali, donde había echado raíces de amigos, compañeros, colegas, amores y mucho más. Estando en ese cargo lo designaron Fiscal Especializado y se fue a desempeñar el cargo, por tratarse de un reto especial que quería tener.

Estando como Fiscal Especializado en Cali, se abrió el concurso, en el 2015 para proveer el cargo de Contralor General del Municipio de Cali. Concursó, cumplió con todos los requisitos y llegó a la selección final de candidatos. Paralelamente participó en el concurso de méritos para el cargo de Registrador Nacional del Estado Civil, llego hasta la etapa final, pero el actual titular de ese despacho obtuvo los votos parlamentaros que le dieron el triunfo, tarea política en la que él no quiso participar. A la elección de Contralor Municipal de Cali llegó como el mejor calificado. Atendió la citación del Concejo. Habló con los concejales que se lo pidieron, pero no hizo ni campaña, ni mucho menos lobby entre ellos. Fue elegido en el cargo mediante la votación afirmativa de 15 concejales, contra seis que dieron sus votos a los otros dos candidatos. Tuvo cuestionamientos por aparentes incompatibilidades e inhabilidades que nunca se demostraron y comenzó a hacer una tarea brillante de control fiscal, mediante la cual dejó al descubierto muchas circunstancias irregulares que ahora son materia de investigaciones e indagaciones por parte de los entes competentes.

Un poco antes de participar en el concurso para Contralor de Cali, también se inscribió y participó en el Concurso Nacional de la Superintendencia Nacional de Notariado y Registro, con el fin de hacerse Notario Público, para lo cual también se había preparado. Se posesionó como Contralor y poco mas de un año después le llegaron los resultados del concurso de Notarios, en el que ocupó uno de los primeros puestos. De una vez le ofrecieron los despachos notariales disponibles en ese momento, ninguno de los cuales le satisfizo. No iba a cambiar de ser Contralor de la tercera ciudad de Colombia, por un despacho notarial de un apartado pueblo colombiano. Tenía dos años para que le siguieran ofreciendo ciudades de disponibilidad, hasta cuando a finales de 2018, cuando le restaban un año y dos meses de su período de Contralor, le ofrecieron un despacho notarial en Buenaventura y aceptó, por lo que debió presentar renuncia de su cargo de control fiscal en la capital del Valle.

Se fue al primer puerto sobre el Pacifico, que le ofrecía la ventaja de estar en el Valle del Cauca, adoptada como su Departamento, cerca de su familia y dar inicio a una carrera Notarial que la pensó extensa, porque el desempeño y resultados de su gestión estaba, en esencia en manos suyas, era tanto como desarrollar una gran empresa jurídica. A finales de 2018 se fue a Buenaventura como Notario y allí lo sorprendió lo que a todos nos tomo de igual manera, el virus infeccioso venido del oriente, que en cuestión de dos semanas se lo llevó de la vida. A un hombre que siempre confió esencialmente en el saber, lo sorprendió con la muerte una ignorancia general, como es la que se ha dado frente a la pandemia que se vive en este 2020.

Un ser humano transparente, pulcro, dedicado al servicio público, al que llegó siempre por concurso, en lo que nunca tuvo compromisos con nadie, por fuera de la ley. La prueba es que habiendo trabajado al servicio del Estado por más de treinta años, seguía dependiendo su manutención y la de su familia, de sus ingresos salariales. Jamás utilizó las dignidades que ostentó en favor de sus intereses personales. La pulcritud fue la línea de conducta que se impuso desde siempre.

Se llamaba Ricardo Rivera Ardila, y se fue de la vida el pasado 28 de agosto, en una Clínica de Cali, a los 53 años de edad, donde estuvo en una Unidad de Cuidados Intensivos por tres semanas, sin que fuera posible salvarle la existencia. Su ausencia es un duro golpe para quienes lo querían, lo apreciaban y especialmente lo respetaban. Y lo queríamos por lo que era y por lo que sabía.

Fue un gran amigo. En todos sus cargos tuvo abiertas las puertas de sus oficinas para esos amigos, a quienes atendía de manera deferente, pero con el lineamiento claro de su forma de ser de mantenerse en el respeto y pleno acatamiento al mandato legal. Hizo parte de la Gran Logia Occidental de Colombia, donde se destacó como uno de los Maestros Masones de mayor proyección en el inmediato futuro, por su excelente trabajo intelectual, pues como hombre que siempre confió en el estudio, en el proceso de aprendizaje, sabía de muchos cosas y aquellas sobre las que no sabía, no dudaba en sentarse a investigar.

Duele la vida y duele esta infame pandemia cuando se lleva de la existencia seres tan valiosos, tan leales y tan verticales como Ricardo Rivera Ardila, a quien se le debe rendir el honor de un fuerte aplauso por haber demostrado que en Colombia se puede ser funcionario público y seguir viviendo de los salarios, no de las trampas que se le hacen a la ley para enriquecerse ilícitamente. Alguien que demostró con contundencia que lo público es para servir a los demás, no para servirse así mismo.