28 de marzo de 2024

Con Pachitos a mí

21 de septiembre de 2020
Por Jaimito Juradito
Por Jaimito Juradito
21 de septiembre de 2020

En la fauna política colombiana brilla con luz opaca un personaje salido de la más pura entraña de la oligarquía santafereña. Francisco Santos Calderón, perteneciente a una de las castas políticas y económicas que han dominado la vida del país desde hace doscientos años, es presentado a menudo como alguien folclórico y lenguaraz que mueve a risa. Son famosas sus metidas de pata como cuando en plena protesta universitaria de hace unos siete años propuso como gran cosa que se usaran contra los estudiantes pistolas eléctricas (visionario el hombre, pues ahora la policía usa esas armas “no letales” en forma bastante letal). Más recientemente, como embajador de Colombia ante Estados Unidos, se le conoció una grabación en la que se refería en forma despectiva nada más ni nada menos que a su jefe, el canciller. ¿Qué tal la diplomacia de este flamante diplomático, representante del país en la embajada de más peso en nuestras relaciones exteriores? 

Por eso, para referirse a él muchos lo llaman “Pachito”, aunque dados algunos pronunciamientos de derecha extrema y su ingreso al uribismo, ni más ni menos que como vicepresidente y escudero de Álvaro Uribe, no faltan quienes cambian la p por una fe y le dicen “Facho”. 

Inicialmente se dio a conocer como periodista en el medio de comunicación de su familia, el periódico El tiempo, diario tan influyente que llegó a decirse que un editorial en contra podía ocasionar la caída de un presidente. Poco después fue catapultado a un mayor protagonismo con la Fundación País Libre, dedicada al apoyo a las víctimas del secuestro, la que creó después de su propia experiencia dramática de haber sido secuestrado por Pablo Escobar.  Sin duda, siguiendo la sentencia famosa de “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, esa fue, no obstante el mayor énfasis hacia los secuestrados de elevado nivel socioeconómico, una etapa positiva y un buen aporte al país ya que es claro que es bienvenido todo lo que se haga a favor de las víctimas y en contra de la violencia. No puede decirse lo mismo de su actuación posterior, en la que en vez de tender puentes hacia la paz y la reconciliación, esta figura se ha alineado contra las salidas civilizadas al conflicto, convirtiéndose en uno de los mayores detractores del proceso de negociación con las Farc adelantados por su primo, Juan Manuel Santos. 

No habría mayor problema si se tratara de una posición política honesta, por extrema que fuese, pero la cuestión se complica si tenemos en cuenta que el hombre no es un mero exponente de tesis partidarias. Es también protagonista de la violencia, en cuanto hay testimonios graves de comandantes paramilitares como Salvatore Mancuso que lo vinculan con su proyecto. La propuesta a los paras de crear el Bloque Capital evidentemente no era un dicho al paso ni una más de sus bufonadas. Claramente fue más que una mera proposición porque de acuerdo a altos mandos de esa organización criminal, se llegó a mencionar la posibilidad de que Francisco fuera el comandante de la nueva estructura sugerida. 

Así que difícilmente le quepa el diminutivo cariñoso, tan típico del habla y de la mentalidad colombiana(¿verdad señores Uribe y Uribito?), a quien a pesar de que su estatura física y sobre todo moral sugerirían tratar en tono menor, no merece esa forma de denominación. En efecto, este hombre público tiene de todo, menos de “ito” y mucho me temo que su fementido folclorismo es más bien parte de un juego perverso utilizado para banalizar sus conductas verdaderamente peligrosas. Mencionaré solamente dos ejemplos, uno de ellos sucedido hace cerca de una década y otro que todavía está ocurriendo ante nuestros ojos. 

El primero fue cuando por un error de cálculo en la cuenta de la prescripción de la pena impuesta por un juez y ratificada por el Tribunal de Manizales al coronel israelí Jair Klein(Klein significa “pequeño” en alemán, pero que eso no nos lleve a llamarlo Jaircito ni menos Kleincito porque sería reducirlo a su mínima expresión), este fue detenido en Moscú, a donde había viajado confiando en que ya no regía la orden de captura internacional. El reo pidió la intervención del Comité de Derechos Humanos de la Unión Europea argumentando que en Colombia no se respetaban los derechos humanos y no había garantía de imparcialidad. El flamante vicepresidente dio entonces declaraciones públicas en las que dijo que Klein tenía que ser traído a Colombia para que “se pudriera en la cárcel”. Con esto quería mostrar supuesta severidad y rigor con los criminales, pero precisamente esas palabras fueron la razón argüida por el comité mencionado para negar la extradición. Como resultado, el gran terrorista, condenado por entrenar grupos paramilitares de los que salieron los asesinos del candidato presidencial Luis Carlos Galán, regresó tranquilamente a su país. Se utilizó como prueba de la falta de respeto al Estado de Derecho y de que el capturado no vendría a cumplir una pena legal limitada en el tiempo de acuerdo al fallo de un juez, sino a languidecer encarroñándose sine die tras las rejas de las mazmorras criollas, a voluntad del ejecutivo. Así quedaron en la impunidad sus crímenes y fue burlada la justicia colombiana. ¿Fueron muestra de ingenuidad o una mera ligereza del bocón vicepresidente? Creo que ninguna de las anteriores y que más bien se le tiró deliberadamente una tabla de salvación al suertudo militar instructor de matarifes (y matarife él mismo, para utilizar un término muy de moda). 

La otra situación es la suerte de Salvatore Mancuso, oscilando entre dos patrias, a quien ahora le rebrotó la nostalgia por la dulce Italia. Su proceso de regreso al país para que responda ante la justicia por sus innumerables crímenes se ha empantanado tres veces por errores de trámite tan inexcusables como el de que un documento exigido por los Estados Unidos no estaba en inglés. En esa rocambolesca comedia de equivocaciones tiene que ver el inefable embajador ante la potencia del norte y nuevamente quiere presentarse como alguien implacable y riguroso con el candidato a repatriado, sin decir palabra sobre su impedimento legal y sobre todo ético para intervenir en el caso. En efecto, el señor Santos tiene un interés personal y directo en el asunto ya que el “signore” Mancuso es quien lo ha señalado de vínculos con los paramilitares en el evento ya comentado del Bloque Capital y por ende tendría que separarse de cualquier intervención en él, como ha planteado acertadamente el periodista Daniel Coronell. 

Pero no, el hombre del nombre en diminutivo, sigue tan campante como el del whisky Jhony Walker, como si la cosa no fuera con él. A lo mejor tiene razón en estar tranquilo porque para muchos ha hecho carrera eso de tratarlo como un “infant terrible”, como inimputable o simplemente como “Pachito”, uno de esos miembros de las familias ricas que es o se hace el bobo. Pero en realidad resultó ser más vivo que todos y anda muerto de la risa con la fama que ha creado y que tanto le ha servido hasta ahora para pasar de agache ante la justicia y ante la historia.