29 de marzo de 2024

Un nuevo orden mundial

2 de julio de 2020
Por Juan Alvaro Montoya
Por Juan Alvaro Montoya
2 de julio de 2020

Normalmente las expresiones relativas a un nuevo orden mundial hacen referencia a todo tipo de teorías conspirativas. Algunos fantasean con sectas “iluminati” dirigiendo el orbe como si fuésemos marionetas, otros suponen la inminencia en la reducción de la humanidad a través de armas químicas o biológicas que son diseñadas en laboratorios secretos, los másosados argumentan la participación del clero para facilitar un control global. Según estas hipótesis, todo este andamiaje se ha preparado para conservar los beneficios de la clase dirigente. A estos adivinos de fábulas, solo les falta encumbrar a Alvaro Uribe como líder supremo de esta secta maléfica.

Estos agoreros, al menos en el título de sus teorías, tienen razón. Se avecina un nuevo orden mundial. No estará enmarcado en escenarios apocalípticos con la destrucción de la civilización como objetivo. Por el contrario, se afincará en la fuerza laboral como pilar para sustentar el cambio pretendido. En este contexto China lleva la delantera. En el mediano plazo su posición se consolidará como la primera economía del planeta y cambiará el centro de poder hacia el Asia.

Después de la visita de Richard Nixon a China en 1972, los Estados Unidos se concentraron en ayudar al gigante asiático a crecer y liberalizar su economía o, como lo afirma el gobierno chino, establecer un socialismo orientado a mercado.  Este proceso se aceleró en 2001 con la adhesión del país comunista a la OMC, que puso sus reflectores en esta nación como uno de los principales socios, a pesar de las acusaciones permanentes de otros Estados de incumplir sus normas sobre proteccionismo, propiedad intelectual, subsidios, aranceles e impuestos discriminatorios. Se pensaba que la libre empresa cambiaría a China, pero sucedió lo contrario, China cambió las empresas. La actual orientación mercantil de China, aunada al tamaño de su población, hacen de este país una seria amenaza, real y evidente, para la hegemonía económica que por más de un siglo ha recaído en los Yanquis.

Estados Unidos aún permanece como la primera potencia económica, posición que ostenta desde 1871, con un PIB de 21.4 billones de dólares en 2019. China, un poco rezagado, posee el segundo lugar con un aparato productivo de 14.1 billones, que representa el 65% del PIB norteamericano. Esta cifra se ha venido acortando drásticamente si se considera que para 1990 el tamaño de la economía del gigante asiático era de USD 360 mil millones contra 5.9 billones de coloso del norte. Es decir, China ha crecido de manera sostenida, en promedio, un 1,9% mas que los Estados Unidos durante los últimos 30 años. De acuerdo con estas cifras, la economía China ocupará el primer lugar en menos de 10 años.

Este contexto resulta abiertamente lesivo para los intereses de la Casa Blanca. Una mayor influencia China modificará aspectos de la dinámica monetaria, comercial y balística en el escenario internacional. De hecho, una China más fuerte también implica una Rusia más fuerte que, en conjunto, podrán al gobierno norteamericano – cualquiera que este sea – contra las cuerdas en materia geopolítica.

Con estos precedentes se comprende la razón por la cual Donald Trump se ha enfrascado en una guerra con China, prácticamente desde el momento mismo de su posesión. A pesar de las críticas que ha recibido – muchas de ellas merecidas –, resulta claro que ningún acuerdo comercial será válido en tanto permita que aquel país crezca a tasas superiores a los Estados Unidos. No importa quien gane las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Ya existe una guerra a muerte, declarada y real. Las balas y las bombas se cambiarán por aranceles y tratados comerciales, pero en todo caso el objetivo es el mismo. La contención de China.

De no suceder nada extraordinario, en menos de una década nos enfrentaremos a un nuevo orden mundial, que cambiará los principios de política exterior que han prevalecido por más de un siglo.

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