19 de abril de 2024

La otra pandemia

21 de junio de 2020
Por Víctor Zuluaga Gómez
Por Víctor Zuluaga Gómez
21 de junio de 2020

Ha vuelto a ser noticia el señor Carlos Lehder, el hombre de origen alemán que llegó a fundar un movimiento político y logró involucrar al Obispo de Pereira de aquella época, con el fin de inaugurar la Posada Alemana, en vista que el de Armenia se había negado a ello. Ese Movimiento Latino lanzó incluso a un pereirano como candidato para la Presidencia de la República. Pero le llegó la hora, como a Pablo Escobar y las ruinas de lo que fue la Posada Alemana son testimonio del final de su movimiento político. Luego de purgar muchos años de cárcel en los Estados Unidos y lograr una importante rebaja de la pena por los datos que suministró sobre el General Noriega de Panamá, ha salido libre y se encuentra en Alemania.

Pero si bien es cierto que los hombres más fuertes del narcotráfico fueron desapareciendo de la escena, lo cierto es que la actividad, incluso liderada por narcotraficantes mejicanos y otros criollos, se ha expandido de una manera impresionante, permeando los sectores políticos y manteniendo una cercanía con aquellas fuerzas que en su momento pudieron ser calificadas como “revolucionarias”. No hay la  menor duda que el cultivo de la coca y el control de su transporte ha contado de un tiempo para acá, con la colaboración de movimientos guerrilleros.

Y resulta doloroso que, repito, aquellas fuerza que supuestamente luchan para reivindicar a los sectores más vulnerables, se constituyan en sus principales enemigos, cuando las ventajas económicas así lo requieren. Aulio Isama era un joven indígena del Alto Baudó que se hizo maestro y logró destacarse como líder de su Resguardo indígena. Pero en el 2017 hubo una citación de los habitantes de Docasino, en esa región del Alto Baudó, con el fin de lograr el apoyo a su movimiento. Fue precisamente en esa reunión cuando Aulio Isama manifestó públicamente estar en desacuerdo con la política de dicha guerrilla de reclutar menores de la comunidad para integrar el movimiento guerrillero. Porque si bien la condiciones en las que se encuentran en general las comunidades indígenas en el Chocó no son las mejores, también es cierto que las familias que se nieguen a entregar a sus hijos para dicho reclutamiento, sufren las consecuencias de hostigamiento y muchas son las que tienen que salir de la región. El resultado de la reunión: a los dos días de haber hecho los reclamos a la guerrilla el joven maestro y líder, fue ultimado por los guerrilleros.

El calvario para los chocoanos, afros e indígenas, no cesa. Recordemos que en el momento en que el gobierno ordenó el desalojo de una comunidad afro en un municipio chocoano porque había dado una licencia a una compañía minera para la explotación del terreno, el doctor Fernando Londoño expresó que los afros “estaban en el lugar equivocado”. Y luego el señor Diputado de la Asamblea de Antioquia diría que invertir en el Chocó era como “echarle perfume a un bollo”.

En síntesis: abandono, contaminación de los ríos por minería ilegal, tala de bosques, guerrilla y muerte de líderes que en determinado momento levantan la voz para exigir condiciones dignas de vida. Ese es el Chocó. En Estados Unidos murió un afroamericano y crearon las manifestantes el caos y obligaron al prepotente Trump a pedir más prudencia a la fuerza pública. Acá en Colombia, simplemente mueren y no pasa nada. La pandemia del narcotráfico nos tiene anestesiados.