29 de marzo de 2024

Músico

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
1 de mayo de 2020
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
1 de mayo de 2020

Todos eran estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Eran alumnos de de facultades de ciencias exactas. Hacían parte de esa generación que con mucho ruido y poca violencia le comenzó a dar un vuelco a la sociedad universal. Eran los nacidos en la década de los cuarenta del siglo XX, que en la de los sesenta se les ocurrió que lo que se necesitaba para vivir mejor era que se estableciera un “prohibido prohibir” y tener la ilimitada libertad de soñar. Confiaban en la utopía, de lo que fuera. Hacían parte de esa generación que fue capaz de hacer la revolución de mayo de 1968 en París, con mucha música, muchos poemas, muchos besos delante de todo el mundo, camisas de colores nada discretos, pantalones de colores distintos a los tradicionales (eran siempre oscuros), con diseño en mangas muy anchas y calzados con zapatos que mediante pequeñas plataformas los hicieran ver un poco más altos.  Ese movimiento se reprodujo a nivel mundial y la gente no volvió a ser la misma. De ahí en adelante la libertad de hacer propuestas salidas de los cánones regulares de lo que les habían enseñado a pensar, de manera acartonada y rígida, para ser buenas personas y mejores seres humanos, se habría de revaluar desde la posibilidad de todas las innovaciones que cupieran en la creatividad de la mente racional, con una altísima dosis de emocionalidad, que para entonces no se distinguía de esa manera, apenas eran reacciones afectivas ante las tradiciones.

En las horas de descanso de sus clases intensas e intensivas, con jornadas diarias de ocho horas, se fueron juntando atraídos por la comunidad de temas que conversaban, en los que primaban la literatura, la poesía, el teatro y la música, lo que les fue posible identificar  al compartir presentaciones y ensayos en los coros de la Facultad, que para contar con voces femeninas debían acudir a otras Facultades de mayor acogida de las bellas, pues para esa época, de mil estudiantes de técnicas, había tres damas.  Todos tenían vocación de artistas, pero tenían el grave compromiso con sus padres de formarse “en una carrera productiva, que le sirva a la sociedad”. Por iniciativa propia, todos de alguna manera habían asumido contactos con los instrumentos musicales y este arte no les llamaba la atención solamente desde la facilidad del acercamiento por lo popular, sino que entendían que la verdadera música se asimila y aprende con los grandes maestros de lo clásico. Esta clase de música les era conocida y en no pocas ocasiones en tertulias de cafetería universitaria, compartieron conceptos sobre obras de los grandes autores. Los altos precios de los buenos instrumentos musicales, les hizo pensar en que podían ser elaborados de otros materiales y con iguales o mejores sonidos. Desde un comienzo se pensaron como artesanos de instrumentos.

Otro de los temas predilectos de esas charlas  de seres humanos muy jóvenes que estaban en el empeño de cambiar socialmente al mundo, pero que se veían en la obligación de hacerlo con pleno conocimiento y justificación de lo que estaban haciendo, pues no se trataba de ser distintos por serlo, sino por la propuesta de nuevas fórmulas de convivir, era el teatro, mucho más viviendo en una de las ciudades de mayor tradición en la producción teatral, como que desde siempre las escenificaciones de los grandes autores han sido uno de los espectáculos favoritos de los bonaerenses,   por lo que eran común que hablaran  de los autores clásicos, comenzando por los griegos y los ingleses.

Del mismo modo la literatura, la historia, la política hacían parte de las grandes inquietudes de esos estudiantes de clase media alta, a quienes se les ocurrían muchas ideas creativas, con la limitante de las fórmulas de precisión de la profesión que estaba cursando. Un día decidieron reunirse de vez en cuando en casa de alguno de ellos e intentar hacer música de conjunto, sobre todo usando sus voces.  No siempre iban los mismos. No siempre en la misma casa. Lo que les daba tranquilidad a sus padres, era que esos muchachos se reunieran en casa, y no en la calle, ni en los grilles, ahora discotecas, ni en los boliches. Poco a poco fueron reuniéndose con mayor frecuencia y ya con la asistencia de todos.  Estaban próximos a graduarse y sus padres esperaban con orgullo a la entrega de esos diplomas de ingenieros. Ellos también, pero no con la idea de calzar botas, usar overoles, cascos de protección y arneses de los que usan los de su profesión, sino para ser independientes y hacer lo que realmente les gustaba hacer.

Ellos no eran seres aferrados a la rigidez de los cálculos matemáticos que no te dejan mover hacia posiciones que dañen los puntos de equilibrio o los centros de gravedad. Lo habían aprendido muy bien, aunque más para olvidarlo luego, que para practicarlo. A ellos les gustaba la libertad que da la creatividad, el ingenio, de hacer cosas originales, de esas que a nadie se le ocurren y que para algo deben terminar sirviendo.

Fue solemne la ceremonia. Hubo brindis y emociones a granel. Era tener una nueva brillante promoción de ingenieros y arquitectos de la Universidad de Buenos Aires. A los pocos días, en un mes de mayo de 1967 crearon el Grupo Musical Le Luthiers, por iniciativa de Jorge Maronna y definieron la vida de sus integrantes en forma permanente, a la vez que marcaron  una nueva manera de divertirse con la música y el humor. Ya son más de 53 años haciendo lo mismo todos los días, con presentaciones constantes, aunque con la ocupación sustancial de la creatividad, pues todos se comprometieron a que debían hacerlo todo. No es sencillamente pararse en un escenario a repetir un libreto. Es la necesidad de que todos aporten. Cuando hacen las presentaciones es cuando se divierten, mientras tanto están en el trabajo de producción, que es el más difícil, mucho más si se tiene en cuenta los niveles de exigencia de calidad que el grupo posee. Nunca presentan una obra si no ha pasado la rigurosa crítica de ellos mismos, que tienen la fórmula de la creación colectiva, que es compleja, pues no se trata de plasmar ideas individuales, que puede resultar fácil si el creador es ingenioso, quien termina por imponer un criterio, sino de llegar a una creación que los convenza a todos.  Lograr consensos plenos.

El compromiso de la rigurosidad en lo que llegaren a crear, fue el primer punto de acuerdo al momento de fundar el grupo. Y hubo otro más difícil aún: solamente se ocuparían de obras que fuesen originales de cualquiera de los miembros del conjunto y que tuviesen la aprobación unánime de todos.  No se lanzarían ante el público hasta no cumplir sus propias exigencias.  Comenzaron, como es apenas lógico imaginar, con presentaciones ante núcleos universitarios, su gente, y además porque para entonces era la comunidad más receptiva a propuestas ingeniosas y de mucho elemento novedoso. La Universidad siempre ha estado atenta a la novedad de la cultura humana, pero en la década de los sesenta (la era luminosa), con mayor razón. Los grandes eventos de innovación tenían como escenario los campus universitarios. Allí cabían todos y todas las ideas.  La acogida fue inmediata. Necesitaban un público receptivo a sus ideas de contenido de humor, pero a través del uso de elementos propios del idioma, de la música y del teatro. Era hacer las tres cosas a la vez, pero de una manera distinta. Más de una ocasión se discutió entre ellos que de pronto terminaba siendo una formula de hacer espectáculos para minorías cultas.  No estaban lejos de eso. El público inicial de Le Luthiers fue culto, informado, leído, sabedor de la música. Pero con el crecimiento de su prestigio y la excelente actuación de todos los personajes, se fue volviendo accequible para cualquiera que quiera reír con talento, con ingenio, con creatividad. Hay que desprejuiciarse y gozar de la elegante burla que hacen en la escena de todo lo divino y lo humano. No se les queda figura, situación, circunstancia sin asumir de la realidad, para llevarla a situaciones simuladas en las que se dicen muchas verdades, aunque con el sello de generar risas, no preocupaciones.

El amor, la amistad, la sabiduría, las costumbres, los protocolos, las etiquetas, las venias y los saludos altisonantes son objeto de modificaciones que provoquen leves sonrisas o la carcajada abierta y ruidosa de quien no es capaz de contenerse y termina por abandonar la sala, simplemente porque no soporta el dolor de estómago de tanto reírse. Es mejor hacer un alto en el camino, antes de provocar un espasmo ventral.

El amor y la política son sus temas preferidos. En su desarrollo no dudan en hacer citas de grandes maestros de la cultura, con la debida tergiversación de ideas, obras, personajes, situaciones, argumentos y posturas.  Al oírlos hay sorpresa, con el avance del parlamento se capta la idea completa y viene la provocación de la risa.

El Grupo Le Ltuthiers nació en la Facultad de ingeniería de la Universidad de Buenos Aires y fue fundado, por iniciativa de Jorge Maronna,   en principio como un cuarteto, integrado por   Marcos Mundstock, Geardo Massama, Daniel Ravinovich, a quienes más adelante se les agregó Carlos López Puccio, para convertirse en quinteto, que luego llegaría a septeto con nuevos miembros. Por ausencia o fallecimientos han llegado al grupo Tato Turano, Martín O´Connor, Roberto Antier, Tomás Mayer Wolf. Desde siempre y en el conocimiento de que son seres humanos, que se enferman, que pueden tener dificultades, han tenido a integrantes en la sombra que se van formando en la filosofía del grupo, de tal manera que nunca una presentación comprometida se deje de hacer por falta de alguno. Esos mismos miembros suplentes, para decirlo de alguna manera, cuando han faltado definitivamente fundadores, se han encargado de que haya continuidad en lo que es un estilo y una forma muy elegante, ingeniosa y culta de hacer humor con la mejor música.

Han puesto en escena más de 170 obras, todas ellas de su propia creación. Recibieron un Grammy Latino por el conjunto de su obra. Igualmente, en el 2017 les entregaron el premio “Princesa de Asturias”, en España, por sus aportes a la cultura y al idioma español, en su difusión y su modernización. En el 2019, cuando Marcos Mundstock ya no pudo asistir, por sus impedimentos físicos de movilidad,  el Instituto Cervantes les adjudicó uno de sus depósitos en la Caja de la Memoria del idioma español, donde depositaron partituras, libros (entre ellos su Biografía oficial, escrita por Daniel Samper Pizano, de quien Carlos López Puccio dijo que lo mejor de esa biografía de Le Luthiers es que nada de lo que allí dice es cierto), como registro inmortal de algo que alguien habrá de leer y conocer dentro de cien o más años. Pocos creadores en idioma español se encuentran presentes en esa Caja.

En este abril de pandemia en el 2020, el cáncer no le permitió a Marcos Mundstock seguir viviendo en medio de los que aplauden en vivo y en directo. Se lo llevó después de una lucha de un poco más de un año, en la esperanza de que pudiese ser controlado. Desde marzo de 2019 sus presentaciones eran esporádicas por indisposiciones de salud. En enero de este año ya debió cortar cualquier salida al escenario. La situación se hizo irreversible y era más el tiempo que permanecía en centros hospitalarios que en su casa.  Se fue en medio de ese silencio a que ahora han condenado a   los muertos  en tiempos de aislamiento y cancelación de besos y abrazos.  Se fue una vida de un hombre de 77 años, que formalmente nunca estudió música, pero de quien no puede caber duda alguna de que fue un gran músico y que en sus libretos y actuaciones manejaba un humor lúcido, mordaz, muy fino, inteligente y de profundos mensajes interpretativos,  que luchó con las fórmulas matemáticas y los cálculos infinitesimales para aprobar sus asignaturas de ingeniería, en la convicción personal de que nunca usaría esos conocimientos para vivir. Lo suyo era otra cosa. El arte con mucho humor.

Sabedor  de la poderosa calidad de su voz, también se hizo locutor profesional (cuando habían locutores profesionales, por exigencias, formación e información, no las simples emisiones de voces chillonas y aflautadas que dicen pendejadas en la radio y la TV), en  el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica, INSER, de Buenos Aires. Sabía que en su voz tenia una de las grandes ventajas de su persona y que ella le iba a servir como herramienta sustancial para comunicar lo que se proponía. En el escenario asumía la posición del catedrático sabio, que llegaba a comunicar cosas muy serias, manejando el púbico con la voz, el contacto visual y las expresiones corporales y faciales. Todo en él actuaba. No era solamente oírlo. Había que verlo. Simples gestos de convicción, duda o error provocaban la hilaridad.

Fue uno de los iniciadores de Le Luthiers y en casi todas las obras salía de primero a escena, con el papel de narrador de situaciones que pasaban a desarrollarse. Con Daniel Rabinovich fue de la idea desde un comienzo que siempre saldrían al escenario vestidos de riguroso y bien cortado traje negro, camisa blanca, mancornas, corbata negra, o corbatín (su símbolo gráfico) como comúnmente se le llama, zapatos negros de charol, como quien va para la mejor fiesta del mundo. Ese traje nunca les ha fallado. La obra se funda siempre en  lo que dicen , lo que cantan y el contenido de critica, tergiversación, cuestionamiento, dubitación, o distorsión de situaciones y en la música que hacen con esos parlamentos (diálogos) en que se va desarrollando la idea y el argumento. En el escenario no debe haber más que una alfombra de color rojo y un manejo de luces que  solamente permita distinguir sus figuras en la oscuridad y las de los instrumentos. No hay más. Lo demás corre a cargo de la imaginación de cada espectador, que no es un asistente pasivo, sino que debe poseer una especial atención para no perder detalle o palabra de lo que va oyendo contado o cantado. Nunca repiten en un mismo escenario, en una temporada, una obra. Todas son distintas y lo común es que sean nuevas. Siempre se han exigido la constante creatividad y la renovación, para mantener su humor sometido a la realidad de lo que es la sociedad en que se mueven.

Marcos Mundstock de alguna manera marcó un liderazgo dentro del grupo, por lo menos ante los espectadores, que siempre lo vieron como una especie de narrador conductor de cada obra. Era común que saliera de primero a escena, luego de la salida conjunta de todos ante el público, para, enfocados por los reflectores, saludar con una doble venia de cabeza y cintura, apagándose totalmente la luz y quedándose ese narrador de frente amplia, muy amplia, hasta la nuca, que con una elegante carpeta forrada en cuero café, aparentemente iba leyendo un libreto, pero que no era más que  la transmisión de un parlamento teatral que se sabia de memoria,  con los gestos de apoyo a lo dicho y los movimientos corporales que en si mismos provocaban la simpatía de todos. Famoso fue siempre su movimiento leve del hombro derecho, cuando aparentemente cometía un error en lo leído, y para quedar bien retomaba  sus movimientos de cabeza  con el sentido de hacerse el genio. Iba contando lo que pasaría e identificaba a uno de esos autores imaginarios que ellos mismos crearon como, el más recurrente, Johan Sebastian Mastropiero, un poco en homenaje al genio austriaco de la música universal,  o Cantalicio Gallo, autor  cercano a todos. Mundstock sólo en escena era capaz de hacer reir a todos.  Más de uno al verlo, pensaba_ es un genio. Como puede hacer reir tanto alguien puesto de pie frente a un micrófono, leyendo (eso se ha creído, pero no es cierto) un libreto.  Luego venia la obra. El titulo de cada de una de ellas de alguna manera anunciaba su argumento, pero con la sorpresa de las buenas creaciones, no ser capaz de prever su final.  Era, en escena, una especie de eje de transversalidad de la obra. Su acento, su tono, su posición al dirigirse al público, convencían al extremo.

Participó con sus compañeros en la  creación de más de 170 obras origionales, en las que se mezclan teatro, música y literatura. Se han presentado ante más de 40 millones de personas, en varios idiomas, aunque ellos siempre cantan y cuentan en español, por lo que en otras lenguas, mediante el uso de pantallas les hacen traducción simultánea.   Se han ocupado de tods los temas. Nada de la realidad se les ha quedado por fuera de esas escenificaciones  burlescas, con la finura de los seres inteligentes. No hay nada más difícil de hacer que el humor inteligente. Ellos siempre lo han hecho. Burlarse de los demás, es grotesco. Reírse de la realidad, con ingenio, es de creadores natos.

En la búsqueda de la originalidad  de Le Luthiers, también, han creado más de treinta instrumentos. Puede hablarse de que han creado, con materiales desechables, los siguientes instrumentos de cuerda: Latín, o violín de lata, Violata, o Viola de lata, Contrachitarrone  de gamba, Chelo lengüero, Cellato, Mandocleta, Lira de asiento o inodoro, Guitarra dulce, Bajo barritono,  Nomeolbidet; instrumentos de viento: Bas-ipe a vara, Gaita de cámara, Glamocot,Clarameneus, Narquilólofono, Alambique encantador, órgano de campaña, Tubolófonico silicónico cromático, Gisófono pneumàtico, Gom-horn natural, Gom-horn de testa, Bocineta, Yerbomatófono d´more, Ferrocalipe, Cometa de asiento, Manguelòdica pneumática, Calmfhone de casa, Bolarmonio; instrumentos de percusión: Desafinaducha, Marimba de cocos, Campanófono a Martillo, Manquelódica, pneumática, Calephone de casa, Bolarmonio, dactilófono o máquina de tocar; instrumentos electrónicos: Antenor (robot musical), Exorcitara, todos ellos usados en diferentes presentaciones, obteniendo sonidos acordes a los mandamientos  de la composición.  A mas del uso de instrumentos tradicionales, como el piano y la guitarra.

A Mundstock de todos modos  no se le perdió el esfuerzo de haberse hecho ingeniero, pues  de mucha ayuda le fue conocer de cálculos de tiempos y espacios, lo que se requiere para asumir la composición de cualquier ritmo musical. Si hay algo que deba obedecer a unas medidas rígidas para lograr armonía y ritmo adecuados, es la música. Le Luthiers se han familiariazado desde la Universidad con esas mediciones y de allí surge parte de la gran calidad de lo que han hecho.

Mundstock ha dejado el mundo  de pandemias y ausencia de abrazos. No se ha muerto. Queda su obra, que puede ser consultada en videos completos en  las redes de servicio, en las películas de las que hizo parte como actor, que lo fue y de mucha calidad, como en  “El viento de las comadrejas”, de 2018, bajo la dirección de José Luis Campanella, “La señora Beba”, “Muchas gracias de nada”, “Malegol” y “Mi primera boda”. Incluso en los archivos de la televisión argentina se pueden consultar dos programas que dirigió.

Marcos Mundstock había nacido  en Santa Fé,  en 1942, su vida se confunde con la esencia misma de Le Luthiers. Nunca hizo nada distinto en la vida a  estar en ese proceso engorroso de crear humor usando la música.  Muchas de esas obras tienen el sello personal suyo de fuerte crítica social, como la obra “La comisión”, (escrita en º994, en pleno ejercicio del gobierno de uno de los más ineptos y corruptos Presidentes de Argentina, como lo fue Carlos Saúl Menen) en que se habla de una comisión que crea la Presidencia de la República, con el fin de reformar y actualizar el Himno Nacional y ponerlo a decir cosas actuales y especialmente que remate con un mensaje que invite a votar siempre por el partido de gobierno, para que este  nunca más vuelva  a perder las elecciones. Es una obra mordaz, que en media hora no deja títeres con cabeza del  fenómeno de la corrupción que hoy día campea en el mundo entero. Algo tan inútil para gastarse muchos millones de pesos, como la reforma de un himno nacional, como  puede ser la remodelación constante de un parque  que nadie utiliza en los pueblos. El volúmen de las comisioens se parecen a todos los que se denuncian en la realidad, como las que ahora se dan en la compra de ayuda a los que los está matando de hambre la pandemia.  Es para reírse y ser consciente de lo que nos pasa.

Dos mujeres marcaron la vida de Marcos Mundstock: su esposa, la cardióloga, Laura Glezer, de quien nunca se separo ni temporalmente y su hija única, Lucía. La L perseguía a Mondstock: Le Luthier, Laura y Lucía. Las tres L que le mercaron una vida creativa de 77 años, que dejarán de avanzar en ese contexto temporal que se acabó en el 2020, pero que no impedirá que el mundo lo siga recordando con el mismo afecto con que se recuerda a los hermanos Marx, a Cantinflas, a Jerry Lewis, seres que tuvieron la capacidad de hacer reír pensando. Por lo demás, los citados fueron de alguna forma sus modelos de creatividad. A Marcos Mondstock nunca lo vamos a olvidar. Es cuestión de consultar archivos electrónicos y volvernos a reir de cosas tan serias como dijo cuando alguna vez puso de presente,  con grave voz, que: “La vida es para vivirla, que es para lo único que sirve”. Y nos ha ayudado a vivirla con sonrisas, risas y carcajadas. Hay que decirle gracias por haberla vivido. Millones de aplausos.