28 de marzo de 2024

Al diablo con toda la solidaridad intergeneracional

13 de febrero de 2020
Por Eduardo López Villegas
Por Eduardo López Villegas
13 de febrero de 2020

Las pensiones del Régimen de Prima Media son un nido de inequidad, dicen la banca internacional y los centros de pensamiento económico. Y lo afirman con la sensibilidad social del Banco Mundial cuyas fórmulas son por regla, dolorosa penitencia a la población para salvar la economía. Y son correas de fuerza que solo pueden romper los estallidos sociales, como el más reciente, en el Ecuador.

Cuando se trata de distribuir bienes del Estado, el criterio que se escoja debe ser el adecuado según sea su naturaleza. Para asignar medicamentos se ha de consultar su necesidad para la salud, y hacerlo con independencia del criterio de la formación académica del paciente, el que sería apropiado para asignarle un cargo público. No es una mera casualidad que entre los principios del sistema de salud, la ley haya fijado el de la EQUIDAD, más no para el sistema pensional. Y ciertamente porque la igualdad que allí subyace se cumple de manera diversa en salud, en la que todos han de recibir el mismo trato, y prestaciones diferentes, según las necesidades. Quien goza de buena salud no se ha de quejar de recibir de la Nueva EPS sólo acetaminofén, cuando a su vecino le han otorgado tres largas estadías hospitalarias con intervenciones de alta cirugía.

Más importante que un resultado particular, el de el valor de una mesada pensional, son las reglas de distribución que llevaron a él, que sean justas y uniformes, esto es, que se impongan las mismas cargas y se ofrezcan los mismos beneficios. Así, por ejemplo, que quien cotice, se accidente y quede en silla de ruedas, tiene el derecho a una pensión. La justicia de esta previsión no se debe ver afectada, porque quien reciba la pensión tenga veintiún años, y además posea una gran fortuna personal. Todos verían la trampa si se promueve el cambio del régimen de invalidez, alegando que se dan casos de ¨subsidios¨ a hombres ricos, por lo demás costosos cuando se trata de jóvenes.

Las pensiones de vejez, según las reglas, se otorgan a quien tenga la condición de retirado. Y quienes contribuyen a su pago, por solidaridad intergeneracional, son los trabajadores activos. Olvidar esta caracterización principal y acudir a condiciones no contempladas en las reglas de distribución o cambiar de contexto, es un recurso falaz, y lo es cuando se afirma que se le está quitando a los pobres para favorecer a los ricos. Hay que recordar que para cuando se ingresa al sistema esta abierta la posibilidad de tener una pensión mínima o una pensión mayor.

Es políticamente correcto y así lo ha sido históricamente, aspirar a tener un sistema pensional que otorgue prestaciones que le permita a cada quien mantener el estándar de vida que tenía como trabajador, y es justo por ello, que las mesadas guardan proporción con los ingresos, la base para aportar al sistema.

Nuestro mercado laboral no da para que el afiliado al sistema ahorre lo suficiente para atender su vejez. Es necesario la mano amiga. Desde tiempos inmemoriales la respuesta la ha dado la solidaridad de la comunidad. Y desde cuando hace ciento vente años se inventó el sistema moderno de seguridad social, se organizó bajo la forma de solidaridad intergeneracional, y recientemente, con la figura técnica de recursos parafiscales, esto es, dineros de los mismos aportantes, sus únicos beneficiarios.

Los economicistas que miden todo, y en ocasiones, olvidan cosas importantes, han estimado cuántos aportes de trabajadores de salario mínimo son necesarios para cubrir la pensión de un afiliado de la clase media, o cuánto es el porcentaje del capital que reunió el pensionado respecto al necesario según una proyección financiera, el cual resultará siempre deficiente. Y le dan el nombre a esa diferencia de subsidio que concede el Estado.

Empecemos por el final. No lo concede el Estado. No hay controversia de que ese dinero es de todos los afiliados y no del Tesoro Público.  Y lo parece cuando el Estado tiene que reponerlo por despojo. El dinero del ISS lo tomó el Estado y se esfumó en el Banco Central Hipotecario. También despojó al Régimen de Prima Media de afiliados. Antes de la Ley 100 de 1993 todos debíamos estar aportando a un fondo común. La ley 100 liberó de esa obligación a quienes optaran por el Régimen de Ahorro Individual. Existen ejemplos en la jurisprudencia nacional o extranjera de cómo el Estado debe asumir la reparación de los ciudadanos que resultan afectados con sus medidas, y dentro de las que podría perfectamente caber la relativa a la de haber roto la cadena de solidaridad intergeneracional.

¿Y subsidios? ¿Hay voluntad esclarecedora de los economistas en utilizar ese término que tiene un significado propio en la protección social? La salud subsidiada es para quienes no han hecho aportes. Y quienes están en un régimen contributivo, si reúnen requisitos, adquieren derechos, categoría jurídica que choca contra el concepto socorro, expresión que los caricaturiza y bien se acomoda al propósito de desprestigiar el Régimen de Prima Media.

Debemos aspirar a una sociedad más equitativa, librando las batallas contra la inequidad donde ellas son más pronunciadas. No cebándose en las rentas de trabajo, de las que hacen, por su naturaleza, las pensionales.

¿A que conduce, aplicar el credo anti inequidad pregonado por el sector financiero? A que sería reprobable toda manifestación de este género de solidaridad. Al diablo toda inequidad, abultada, moderada o menor. ¡Que cada cual se defienda con lo suyo!

Lo que se tiene en mente es replicar la igualdad tipo americana, en la que toda desigualdad vale si es fruto del esfuerzo personal. Esa es la sociedad de la ética puritana, que alimentó esa vocación radical por la individualidad, y la ley del más fuerte en cualquiera de sus múltiples cabezas. La del Destino Manifiesto para arrebatarle a los Siux las Black Hill; para elevar a íconos nacionales bandidos que logran lo que se proponen como Búfalo Bill. Para moldear la familia en la que el hijo, desde adolecente, se duele de agotar el dinero que los padres disponen para su vejez, a condición de que no cuenten con él, y de una que no practica la solidaridad con el anciano, más que alrededor de un pavo sacrificado en  thanksgiving. 

Es una inconcebible miopía poner a funcionar arietes contra la solidaridad comunitaria, -de la que es expresión la intergeneracional-, rasgo de nuestra protección social, el más positivo y valioso, que define nuestra identidad social, y en su lugar, alimentar la de una sociedad americana, bien simbolizada con las de New York y Los Ángeles, en las que, como lo pone de relieve Ignatieff, no hay vecindario global, en donde unos y otros viven juntos, sin convivir, cada uno aparte en su comunidad segregada, en la que ningún oriental toca la puerta de un afro.