16 de abril de 2024

JUSTINO

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
6 de diciembre de 2019
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
6 de diciembre de 2019

El partido lo iba ganando el equipo local cinco goles por cero.  Era uno de sus primeros partidos como profesional del fútbol, su sueño de siempre.  Tomó un balón que le vino del costado izquierdo, se lo pasó al centro delantero, este lo observó por la derecha y lo vio mejor ubicado, no tuvo recelo en devolverle la pelota para que con un potente derechazo batiera al arquero. Era su primer gol  en el torneo profesional colombiano. Tomando su camiseta por la parte frontal, estirándola hacia abajo, corrió hacia el costado izquierdo, la tribuna de oriental del Romelio Martínez, que lucía un tanto escasa de público y se fue a gritar ese gol como loco. Ninguno de sus compañeros lo acompañó a la celebración. No había nada que celebrar, pero para él era su primer gran logro. Celebraba sin pausa, hasta cuando oyó a su compañero de equipo, el argentino Darío Campaña, que era el organizador dentro del campo, que le gritó: “Que hacés boludo, vení a jugar que vamos perdiendo.  boludo hideputa”.  Fue la celebración más solitaria de que se tenga noticia en el fútbol nacional.  Por mucho que empujaban, los del otro equipo eran muy superiores.  De todos modos  su espíritu no le cabía en el cuerpo, a pesar de su estatura, porque era un puntero derecho extraño, tenía gran talla, normalmente quienes juegan en esa posición son jugadores menudos,s fuertes defensas  lo detuvieroa comenzaba a hacer mella en el estado filidades de gol, pero los fuertes defensas  lo detuviero ágiles, muy rápidos y de pensamiento veloz. El tenía todas las condiciones pero era alto. Los defensas tenían problemas en marcarlo, precisamente por su estatura.

El partido se reanudó cuando  se hubo colocado en su puesto. Los del otro equipo no tenían mucho afán en la reanudación, como que iban ganando sobrados.  Le llegaron varios balones con posibilidades de gol, pero los fuertes defensas  lo detuvieron o el arquero controló esos balones por lo alto que desde la punta derecha enviaba. No hubo  más goles de parte de su equipo, además el fuerte calor de Barranquilla comenzaba a hacer mella en el estado fs fuertes defensas  lo detuvieroa comenzaba a hacer mella en el estado filidades de gol, pero los fuertes defensas  lo detuvieroísico  de los visitantes. Los otros si hicieron dos goles más y terminaron perdiendo 7-1, que para cualquier equipo es una vergüenza, una humillación y así se sentían todos los integrantes del Deportes Quindío cuando abandonaron la cancha, el menos golpeado era él, porque había anotado el primer gol de su vida, que tuvo que celebrar en solitario y por eso jamás lo ha olvidado.  En el camerino lo hicieron avergonzar por celebrar lo que nunca se celebra, pero no entendían el pensamiento, ni mucho menos las emociones de ese muchacho  de tez morena que cuando entraba a la cancha lo daba todo y andaba por el camino de la consagración en la vida que había escogido llevar. Para sus compañeros ese partido contra el Junior de Barraquilla fue enviado al olvido. Para él no, jamás se le ha borrado y por eso recuerda todos los detalles. El único que quiso guardar su camiseta fue él, no había quien se la pidiera. Es que a los perdedores nadie les pide nada, si acaso los saludan por solidaridad.

Eran los inicios de una profesión que la sabía difícil, disciplinada, de muchos esfuerzos y en la que para ese entonces eran más los reconocimientos  de méritos que el dinero que se podían ganar.  No eran los grandes  salarios de ahora, en que un buen futbolista, como siempre lo fue, se hace rico en un año de contrato. Casi se jugaba por la comida.  Recuerda que todos los jugadores del Quindío se pusieron de acuerdo con el Presidente del equipo para que no se hicieran concentraciones deportivas, previas a los partidos,  que tenían los costos de hotel y alimentación, que cada integrante se obligaba a tener la disciplina suficiente  para permanecer en su apartamento, sin trasnochar, sin vida nocturna, sin mundo de afuera, con tal de que dispusieran de los recursos necesarios para cubrirles aunque fuera una parte de su quincena. El Quindío siempre estaba pasando angustias económicas.  Igualmente en varias ocasiones cuando iban a Bogotá a jugar con Santa Fe o Millonarios, pedían viajar en bus, en lugar de avión, para que el equipo economizara algo y pudiera abonar a sus salarios.  Era tan crítica la situación que muchas veces iban a entrenar con hambre. No había con que comer. No habían pagos oportunos, de esos salarios que no eran gran cosa. Estaban, eso si, las ganas de un grupo de jugadores, entre veteranos, a quienes se les daba la última oportunidad de salir con dignidad del deporte, y muchachos llenos de ilusiones y sueños, como él. Eran uno solo.  Los más curtidos cuando entrenaban con los jóvenes les enseñaban  esos pequeños secretos que se tienen en la cancha, el que más recuerda es cuando le indicaban que no tuviera temor, que ningún jugador era más que él, que metiera pierna, que nunca se fuera a arrugar. Y así lo hizo: fue su característica esencial.

Desde niño le gustaba mucho el fútbol. No fueron pocas las veces que sus padres le llamaron la atención por ponerle más atención al deporte que al estudio.  En este sabía que no podría llegar muy lejos, porque era una familia numerosa y que obtenía el sustento de un salario mínimo de su padre en uno de los Ingenios del sector. Eran muchas bocas. No pasaban hambre, pero sabía que estudiando no iba a llegar muy lejos. Confiaba en sus condiciones innatas para correr por la punta derecha, desplazarse con picardía, saber levantar la cabeza cuando llevaba el balón en sus pies y colocar el pase hacia el centro, para que sus compañeros atacaran el arco contrario.

En esa confianza comenzó hacia finales de 1983 a viajar a Cali, en bus, buscando una oportunidad en las inferiores del Deportivo Cali, donde lo recibieron sin ninguna condición, pero también sin ninguna ilusión, proyecto o promesa. El pasaje le costaba mil doscientos pesos, ida y regreso. Casi los conseguía pidiéndole a sus amigos o muchas veces pidiendo rebaja al conductor del bus, para que lo llevara por lo que tuviera disponible.   Le dijeron juegue que parece que tiene condiciones y muestre lo que es capaz de hacer en la cancha. Nosotros no respondemos por nada. Usted mismo llega y usted mismo se va. Con la ayuda de sus familiares lograba reunir lo de los pasajes en bus y un breve alimento a la hora del almuerzo. Quien más lo animaba era Hernán Borrero, el entrenador y dueño del Club San Lorenzo de Pradera, quien siempre creyó en sus condiciones. Algunas veces le ayudó con lo de los pasajes. Allí lo vieron, le dijeron que era bueno, pero nunca le propusieron absolutamente nada. Entre los técnicos  de esas inferiores estuvo Pedro Nel Ospina, quien cuando fue designado director técnico del Deportes Quindío, no dudó un solo momento en llevarlo en desarrollo de una figura que entonces se denominaba aficionado a prueba. Ospina sabía que ese muchacho podría llegar a ser un gran jugador. Delanteros había pocos y era goleador.  Les daban el alojamiento  y la alimentación y unos pocos pesos  para sus gastos personales. Y comenzaban a darle oportunidades en el equipo profesional. De esa manera llegó en 1985 a la ciudad de Armenia, a la que ahora reconoce como su segunda patria chica, pues se apegó  a su gente, para quienes sólo tiene palabras de gratitud, de reconocimiento, de mucho afecto. Allí comenzó lo que sería el periplo de un gran jugador, que se fue haciendo famoso en todo el país, pero que no dudaba en regresar a su pueblo natal, Pradera, donde nació hace 58 años,  a sentarse en las bancas del parque principal, en los andenes de las calles, a charlar con sus amigos de toda la vida. Nunca se le subió la fama a la cabeza. Mantuvo la humildad de siempre. Se sabía famoso. Sus goles los cantaban en la radio. Los pasaban en los noticieros de televisión, salían en los diarios nacionales, pero él no era más que nadie. Seguía siendo el mismo Justino Siniesterra que un día se fue de Pradera a buscar suerte dándole patadas a un balón, lo que ha sido, es y seguirá siendo el gran placer de su vida.

Su pase, o derechos de transferencia, nunca dejó de ser de San Lorenzo. Cuando el Quindío lo pidió no tenía dinero para ofrecerle a Borrero. Entonces  lo pagaron con un partido de exhibición en el estadio de Pradera, unos balones y otros implementos de entrenamiento de fútbol que le dieron a su entrenador de siempre.  Para Pradera fue un gran acontecimiento que un equipo del torneo profesional de fútbol llegara a jugar allí. Llegó al Quindío en el año 1985 y permaneció  en el equipo hasta 1993, con algunas intervalos, cuando lo facilitaron a otros equipos. Su carrera se desarrolló en los conjuntos Deportes Quindío, Unión Magdalena, cuando era de los grandes del país y dirigido por Jorge Luis Pinto, de quien dice haber aprendido mucho, Atlético Huila, donde tuvo al profesor Alberto Rujana, de quien vive agradecido, luego en Once Caldas, con el Piscis Restrepo,  donde fue gran figura y finalmente terminó en Cortuluá. No ganó grandes cantidades de dinero, apenas para vivir decentemente. Cuando debió irse del deporte, por el paso de los años, que no perdonan debilidades musculares, quiso ser técnico, pero no encontró la oportunidad.

En el fútbol hizo muchos amigos, pero destaca la relación cercana que tuvo, tiene y va a tener con Chepe Torres, quien llegó a ser técnico del equipo Melgar, de Arequipa, en el Perú. Estaba sin trabajo. Le pidió  que lo llevara de asistente, pero Torres le dijo que la plaza estaba ocupada y que solamente le podía ofrecer el oficio de entrenador de arqueros.  Torres lo hizo a sabiendas de que nunca fue arquero, pero conocía de sus enormes inquietudes que le generaban los arqueros en el campo de juego, a quienes analizaba en todos los aspectos, para detectar como los podía vencer. No fue arquero, pero si un gran estudioso de lo que hacían los arqueros. Torres le dijo que él no era entrenador de arqueros, pero que se preparara con alguno de sus amigos arqueros y que en quince días lo esperaba en Arequipa. Y así llegó a Perú. Lo hizo muy bien. El equipo marchaba  en la punta de la tabla, pero hubo un disgusto fuerte entre Torres y el Presidente del Club y aquel renunció. Le ofrecieron el equipo a Sinisterra y este, por lealtad con su amigo de siempre, dijo que no.  De alguna manera fue como un corte de cuentas con el fútbol.

Regresó a su natal Pradera, donde era amigo de todo el mundo. Terminó sus estudios de bachillerato e hizo  otros estudios complementarios, hasta que alguna vez le propusieron que estuviera en una lista de candidatos al Concejo Municipal, resultando elegido. Allí no dudo en volverse un estudioso de los temas municipales e hizo una excelente gestión como concejal durante dos períodos. Fueron ocho años de mucho trabajo al servicio de la comunidad. La gente le creía y muchos le pedían que fuera alcalde. Siempre contestaba que ni siquiera era profesional, y que su municipio debía tener  un alcalde preparado.  La gente le decía que eso no importaba, que lo querían y lo reconocían mucho. Que se lanzara que ganaba.  Antes que a las emociones atendió a la razón y se dijo para si mismo que si iba a ser alcalde de Pradera, se iba a preparar como administrador público y comenzó a estudiar en la ESAP, donde al cabo de cinco años obtuvo su título profesional.

En las elecciones del 27 de octubre de 2019 fue candidato a la  alcaldía de su ciudad natal y con un total 9.882 votos resultó electo.  Se posesiona el próximo primero de enero y un hombre  nacido en los  barrios del Municipio será su primer mandatario, luego de haberse preparado a conciencia. Un muchacho que se fue a buscar suerte tras un balón, que nunca se olvidó de su origen, que nunca dejó de ser amigo de sus amigos, ahora asume la gran responsabilidad de hacer mucho por esa tierra que lleva, antes que nada, en lo más profundo de su ser. Es un pueblerino, nunca ha dejado de serlo y de ello está profundamente orgulloso.

Como futbolista  lo hizo muy bien. Como concejal lo hizo mejor. Ahora sabe que como alcalde no puede fallarle a la confianza de los que votaron por su nombre y de los que no votaron también, porque es el alcalde de todos los pradereños.

Aprendió de sus maestros. De todos ellos un poco. Lo mejor. De Fernando El pecoso Castro,  de Luis Augusto el Chiqui García,  de Álvaro de Jesús Gómez,  de Pedro Nel Ospina, de Alberto Rujana, de Jorge Luis Pinto, de Piscis Restrepo, de Francisco Maturana, porque  no se piense que solamente jugó en equipos chicos y nada más. No. Fue llamado a la selección Colombia de mayores por Francisco Maturana y luego por Chiqui García en 1991 y 1992 y cuando  estaba a punto de participar en torneos internacionales vistiendo la camiseta nacional,  en un partido  en Medellín, el 5 de abril  de 1992, fue lesionado en un choque fortuito con un jugador del DIM, que le generó rotura de ligamentos de su rodilla derecha. Fueron seis meses de incapacidad. De ahí en adelante no volvió a ser el mismo y poco a poco los años le fueron pasando factura, hasta cuando supo que nunca volvería a ser llamado a la selección, porque habían otros mejores que él.

A Justino Sinisterra la vida le dio las satisfacciones que buscó. Supo aprovecharlas. Nunca se quedó en lo que era. Siempre fue más allá, preparándose, como cuando en quince días se hizo  un eficiente entrenador de arqueros, que había aprendido antes analizándolos como hacerles muchos goles.  Jugó casi mil partidos profesionales, de los que 600 fueron en el Quindío, que es el equipo que lleva en su corazón, del que es hincha a morir y por el que sufre  tanto cuando estaba en la A, como ahora que pasa afugias en la B. Se paseó por las páginas de la gloria, de los vítores, de los aplausos y nada de eso lo hizo cambiar en su humildad de pradereño íntegro.

A Justino, a partir del primero de enero del 2020 no se le podrá llamar simplemente Justino, como le han dicho siempre, ahora será el Señor Alcalde de Pradera, en el Valle del Cauca, la tierra donde nació y en la que aspira a que sepulten sus huesos. O sea: señor alcalde Justino, lo que en nada le mermará su humildad, su capacidad de entenderse con todos y su anhelo de hacer una administración municipal de la que todos los habitantes se sientan orgullosos, como lo estuvieron cuando fue uno de los mejores delanteros del fútbol profesional colombiano. Las celebraciones de sus éxitos como alcalde ya no serán en solitario, van a cumplirse con el acompañamiento de todos los ciudadanos que le dieron el voto de confianza  como su primera autoridad.