28 de marzo de 2024

El  Efecto  Pigmalión

5 de diciembre de 2019
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
5 de diciembre de 2019

El lamentable deceso accidental del joven Dilan Cruz durante los violentos motines que empañaron las marchas pacíficas programadas por un reducido sector de la dirigencia sindical colombiana, en ejercicio de legítimo derecho a la protesta consagrado en la Constitución Nacional, obliga a reflexionar sobre fenómenos que resultan de frecuente ocurrencia al calor de las pasiones desatadas y los sentimientos exacerbados de los actores, observadores y analistas de uno y otro lado de la barrera de tales acontecimientos.

Por un lado, es natural que la muerte violenta de cualquier ser humano, con mayor razón si se trata de un joven, siempre desata sentimientos de preocupación y congoja, pues se trunca una vida que siempre esta sembrada en esperanzas y expectativas de padres, hermanos, parientes y amigos quienes, por “tarambana” que demuestre ser su querido muchacho, siempre esperan buenas y brillantes ocurrencias para su futuro. Por otra parte, a través de las redes sociales se ha filtrado la versión, ilustrada con numerosas fotografías en las que aparece el joven Cruz, quien aparentemente era habitual participante en expresiones violentas, ataques contra la fuerza pública, vandalismo y riñas de pandillas, entre otras “travesuras juveniles”, por las cuales fue objeto de su temprana internación en una correccional, algunas comparecencias ante las autoridades competentes para tratar de corregir sus precoces problemas de conducta y la versión sobre su cuestionable conducta en el entorno escolar. Suele pensarse que “no hay muerto malo” o que todo muerto automáticamente se convierte en buena persona. Estas afirmaciones no siempre corresponden a la verdad y por tanto no pasan de ser un mal chiste.

Pero si las afirmaciones sobre su comportamiento previo y la supuesta presencia del joven Dilan en anteriores actividades violentas resultan ciertas, convertirlo en un paradigma de conducta juvenil a raíz de su lamentable muerte, mediante una especie de tardío “Efecto Pigmalión”, constituye una preocupante ausencia de criterio de sus promotores y estaríamos dando un pobrísimo mensaje a nuestra juventud, tan necesitada de modelos de conducta dignos de imitar y tan hambrienta de privilegios graciosos, derechos sin costo y reclamos injustificados, pero desprolija cuando de cumplir obligaciones y deberes ciudadanos se trata.

Así mismo, achacar todo el peso de la culpa del infortunado suceso al modesto policía de cuya arma de dotación salió el fatal proyectil es, en mi opinión, un despropósito simplista y una injusticia de marca mayor que desconoce la dinámica de tales situaciones y las condiciones en las que un servidor de esta especialidad está obligado a cumplir con sus riesgosos y estresantes deberes en la calle. Los continuos ataques por diversos frentes de opinión a la fuerza pública en general y a la Policía Nacional en particular, por los supuestos excesos de fuerza de los integrantes del ESMAD, cuerpo especializado en controlar tales desmanes, obligan a pensar en medios alternativos para ejercer el indispensable manejo de tales situaciones. En alguna reunión de amigos surgió la idea de que ante la ausencia del ESMAD, los mismos manifestantes se comprometieran a designar su propio cuerpo de “guardia cívica” que neutralizara a los encapuchados y violentos y garantizara el libre y ordenado ejercicio del derecho a la protesta pacífica. Algunos amigos muy creativos y algo cínicos plantearon la opción de reemplazar la “amenazante” presencia del cuerpo de control de disturbios con sus escudos, cascos, petos plásticos y armas normalmente no letales, por grupos de atractivas porristas con brillantes minifaldas y armadas de coloridos pompones para controlar los tropeles de la inquieta muchachada de con sus pedradas y sus “papas bomba”. A coscorrones y sombrerazos sacamos de la reunión al autor de propuesta tan traída de los cabellos, truculenta y poco seria.

Es preciso recordar que el servidor de la Fuerza Pública escoge voluntariamente una profesión que, junto con los riesgos propios de su ejercicio, acepta su marginación de algunos derechos que la Constitución Nacional garantiza a todos los demás ciudadanos, lo que supone que un virtual “Capitis Deminutio” laboral. En efecto, el policía, quien recibe una remuneración que a duras penas le permite llevar una vida modesta y frugal, no es deliberante, lo que supone que no puede elegir ni ser elegido; carece del derecho a sindicalizarse y por consiguiente tiene vedado el privilegio de la protesta legítima, la manifestación pública y la huelga, sin importar las duras condiciones en las que deba atender sus deberes oficiales. Además de estar obligado a permanecer con su incómoda impedimenta a cuestas durante largas jornadas, alimentándose precariamente, parado en el mismo sitio de trabajo, soportando además al sol y al agua, insultos, ladrillazos, baños de pintura, cocteles molotov, papas bomba y todo tipo de ataques letales capaces de causar graves quemaduras, fracturar cráneos, romper huesos, mutilar y desfigurar en forma permanente, pese a la protección de cascos, petos y escudos. Así mismo, no puede elevar peticiones colectivas ni cobrar horas extras por la frecuente y agobiante prolongación de sus horas de servicio y el estado de disponibilidad permanente, a los que puede ser llamado a pesar de que se encuentre en su tiempo de descanso reglamentario o disfrutando de vacaciones, además de que tampoco posee el derecho a devengar remuneración alguna por trabajar en dominicales y festivos.

El lunes 2 de diciembre, ocurrió en Medellín la trágica muerte del joven Julián Andrés Orrego Alvarez, quien pereció por la explosión de una de las papas bomba que portaba y manipulaba, mientras en compañía de otros encapuchados, con estos artefactos explosivos, trataban de impedir la circulación por la calle Barranquilla frente a la Universidad de Antioquia en la cual el fallecido cursaba una licenciatura en Educación Física. El lamentable suceso fue captado en video por cámaras disponibles en el sitio, donde se ve el momento en el que Orrego Alvarez se lanza contra un motociclista que intenta cruzar la bloqueada calle, luego cae y se escucha el mortal estallido, luego de lo cual se oyen hasta 13 explosiones más de estos artefactos, lanzados por los energúmenos encapuchados contra peatones y vehículos que intentaban pasar por el lugar. La triste ocurrencia pone en evidencia la letalidad de tales “papas bomba”, con las cuales los vándalos amenizan sus “jolgorios”, lanzándolas contra los policías, tal el caso del patrullero Arnoldo Verú Tovar de la policía de Neiva, cuyo rostro está siendo reconstruido por cirujanos plásticos luego de haber permanecido en la unidad de cuidados intensivos de un Hospital local, en coma inducido, como consecuencia de una “papa bomba” lanzada por encapuchados frente a la Universidad Surcolombiana de esa ciudad, que le afectó la cara y el brazo izquierdo.

Hasta cuándo tendremos que soportar la embestida de delincuentes y vándalos que aupados por políticos de dudosa solvencia moral, derrotados en las urnas, cuya voracidad por “embolsados” recursos de inexplicada procedencia, incapacidad administrativa y de gobierno quedaron en evidencia luego del implacable balance de sus experiencias en el ejercicio del poder, que tan cuantiosas pérdidas dejaron al erario público. Por último, la cereza del pastel del injustificado paro del 4 de diciembre la puso en Cali el sujeto Wilson Sáenz, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) del Valle, cuando mostró la calidad del material con el que está amasado y se dio el lujo de gritarle “Negro hijueputa” a un patrullero afro descendiente de la Policía Nacional que trataba de contener su mala conducta y sus desmanes. Veremos qué sanciones merecerá el alterado “caballero” por su ruin y canallesco comportamiento contra un servidor público en el legítimo ejercicio de sus funciones. Como dijo el célebre cantante norteamericano Stevie Wonder: “Amanecerá y veremos”.