28 de marzo de 2024

Corralito

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
29 de noviembre de 2019
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
29 de noviembre de 2019
Siglo XX cambalache,
problemático y febril,
el que no llora no mama,
y el que no afana es un gil.
 Enrique Santos Discépolo.

Era cuestión de amigos. Un viejo molino abandonado y muchas ganas de hacer cosas con los pocos ahorros que tenían en dólares. Las instalaciones estaban disponibles y abanmdonadas. El era una estrella del pasado por un gol espectacular que alguna vez hizo, que aunque nunca más lo volvió a hacer, quedó en la memoria de todos porque fue el tanto que le permitió al equipo local ganar la única estrella que lucía en su escudo. En no pocas de esas casas había afiches con su foto y en los boliches lo seguían reconociendo como si aún estuviera activo, aunque los años se le habían venido encima, las canas le cubrían su cabeza, su esposa ya estaba pesada y se había vuelto más enérgica, pero amándolo como siempre; su hijo había crecido y se había ido a la Universidad en La Plata. Era, por encima de todo, un hombre en quien la comunidad de Alcina confiaba, por el conocimiento y reconocimiento que poseía. De él siempre esperaban lo mejor. Fue donde su gran amigo de siempre, aunque un poco mayor que él, le dijo que visitaran la vieja propiedad abandonada y compartieran la idea de hacer algo allí, productivo, con capacidad de generar empleo, en esa crisis terrible de la ineptitud total de sus gobernantes – con quien es común que se equivoquen en las elecciones, lo que parece convertido en una especie de atavismo que los lleva de una montaña a otra, pero siempre con la sensación de quedar en el vacío-, en la que cada vez solamente crecían las necesidades. El viejo amigo soltó la idea: vamos a hacer una cooperativa, ponemos a producir ese viejo molino y generamos por lo menos unos seis empleos.

El viejo amigo prometió elaborar el proyecto y cuando tuvo las cifras concretas, le dijo al matrimonio que se necesitaban un total de doscientos mil dólares. Era mucha plata. Había que buscar amigos que tuviesen pequeños ahorros en moneda americana, para poder  reunir los costos.  Fueron de casa en casa. Todos los posibles socios  de la cooperativa eran personas humildes, a quienes les quedaban  unos pocos ahorros, que en plata cada día les valdrían menos. Cuando les contaba la iniciativa lucían escépticos, pero  en la medida en que el ídolo del pueblo les explicaba, todos se entusiasmaron  y pusieron lo que tenían.  El  pescador Medina, un hombre de una elementalidad absoluta, quiso poner 1.153 dólares, tuvieron dudas, le dijeron que lo anotaban como socio con los mil y que guardara los 153. Se negó contundentemente, exigió que fuera todo su capital.  Lo aceptaron.  Siguieron en la recolección. Fueron hasta donde la rica del pueblo, quien tenía una pequeña empresa de transportes, con un hijo a quien no le gustaba ni estudiar, ni trabajar; se entusiasmó,  con la condición de que le dieran empleo a su hijo. Se comprometieron.  Les fue bien en la consecución de socios y de capital. Cuando se sentaron a contar los billetes la cuenta exacta de lo recogido daba US$158.000.oo No era suficiente. Necesitaban recaudar los doscientos mil que era el valor mínimo del proyecto. Ya se les ocurriría algo.

Mientras tanto, pondrían el dinero a buen seguro, en una cajilla de seguridad que de mucho tiempo atrás tenía en el banco local, en la que  no guardaba nada, porque no tenía valores para guardar. Con cuidado, con mucho sigilo, guardó el dinero recaudado en ese lugar. Cuando salía de la bóveda de las cajillas se encontró con su amigo de siempre, el gerente local del Banco, a quien le expuso la idea y lo invitó a que participara. El banquero agradeció la invitación, pero se rehusó por carencia de recursos propios. Le dijo que el saldo que hacía falta lo podrían conseguir mediante un préstamo bancario, en cuyo trámite y aprobación se ofrecía incondicionalmente. Llenaron los documentos y pusieron en marcha  lo del crédito. Al día siguiente el amigo gerente, lo llamó y le dijo que fuera urgente a la oficina que  necesitaba hablarle del préstamo  que iba muy bien, gracias a sus enormes influencias en la casa matriz del establecimiento en Buenos Aires.

Fue de inmediato al Banco. Le comunicó a sus amigos que todo indicaba  que el préstamo era una realidad y que cuando la cooperativa comenzara a producir, lo primero que se atendería serían esas obligaciones, hasta liberar completamente la empresa. El banquero lo recibió   con prontitud y gentileza. Le hizo saber que el Banco exigía  que para aprobar y desembolsar el préstamo  debía depositar en esa casa, la totalidad de los ahorros de sus socios, lo que garantizaba que para el día lunes –hablaron un viernes -,estaría lista la aprobación y el miércoles  se produciría el desembolso.  Le brillaron los ojos. Le agradeció de mil maneras su ayuda, pero le dijo que esos recursos no eran de él, que pertenecían a una cooperativa y que por tanto debía obtener la autorización de todos para poder  consignar  el capital en el Banco.

El gerente le explicó de nuevo. No podía esperar hasta el lunes, porque  en este momento los créditos  estaban abiertos, pero en cualquier momento se podían cerrar por la inestable situación de la economía argentina, que había terminado por volverse imprevisible. Si él disponía de ese dinero de inmediato, abría la cuenta a nombre de la cooperativa  y seguían adelante con el trámite del préstamo y su aprobación se podía dar como un hecho, de lo que era garante su palabra de banquero. Dudó mucho, pero al final corrió el riesgo. Sacó el dinero de la bóveda, lo consignó, abrió una cuenta a nombre del colectivo y se fue a contarles a todos el buen negocio que acababa de hacer, gracias a la gran ayuda de su amigo el banquero.  A la salida del Banco tropezó  con un hombre elegante, que llevaba un maletín en la mano, iba apurado a entrar al local. Lo miró sin darle importancia. Se fue a contar lo de la apertura de la cuenta bancaria para facilitar el préstamo,  y las miradas fueron desde la aprobación hasta el signo de interrogación.

Ese mismo viernes  los noticieros de televisión de la noche anunciaron las medidas extremas que acababa de tomar el Ministro de Hacienda del Presidente De La Rúa –inepto entre los ineptos-  de encerrar todos los ahorros que los argentinos tuvieran en moneda extranjera, porque el país los estaba necesitando papa atender obligaciones urgentes de la deuda externa.  En adelante, se dispuso  legalmente, cada ahorrador solamente dispondría de 250 dólares como retiro máximo, por semana. Con el paso de los días hasta esa posibilidad desapareció.

Estaba al lado de su esposa. Conversaban al pie del comedor. Ella trataba de darle ánimos, con explicaciones de alguna manera esperanzadoras. De un momento a otro se fue yendo de espaldas, logro atajarlo en el aire, e impedir que se golpeara la cabeza contra el piso. Había perdido el conocimiento. Cuando volvió en si, se preguntó que le diría a sus socios de ese sueño llamado cooperativa. Les diría la verdad. Reconocería que era un gil, un boludo, de esos muchos millones de argentinos que por boludos les ha pasado lo que les ha pasado. Era un verdadero gil. Uno de esos millones de giles de los que siempre se han valido los estafadores para hacerse ricos.  Un gil que se quedaba con las manos vacías y le dejaba a sus amigos en la misma condición.  Lo oyeron. Uno de ellos le reclamó airadamente. Estuvo a punto de pegarle, por no responderle por  su dinero,  lo que se pudo evitar cuando su esposa salió a la puerta y con una escopeta de doble cañón le apuntó al socio, a quien le increpó que a su marido le fuesen a cobrar como no le han cobrado a ninguno de los muchos cabrones que han robado a los argentinos por todos los siglos.  Regresó la calma. Casi se dieron al dolor, la tristeza y la inmensa pobreza que los agobiaba.

Le reclamaron al gerente del Banco. Este se hizo el inocente, pero no dudó en huir del lugar de la manera más cínica. De casualidad  conocieron que en su lecho de enfermo  un obrero al servicio de un abogado millonario, había cavado una fosa enorme en su finca, en la que había instalado  un sistema de seguridad con caja fuerte. Identificaron al abogado con la misma persona con quien chocó cuando  salía del Banco. Este abogado y el banquero se habían puesto de acuerdo para recibir los ahorros de los socios de la cooperativa  en dólares ese viernes en la tarde. El banquero los recibió y el abogado los recogió. Identificaron el lugar del predio rural. Lo exploraron, dieron con la bóveda secreta, tapada con mantos vegetales. Lograron bajar hasta la caja fuerte y vieron que estaba dotada de un sistema sofisticado de alarmas que detectaban cualquier movimiento en el lugar, lo que provocaba el viaje inmediato a grandes velocidades, del propietario de la misma.

El corralito decretado por De la Rúa en el 2001 había encerrado todos los ahorros de los argentinos, como una solución imbécil de quien no tiene la más mínima idea de administrar lo público, pero a ellos, los de la cooperativa ni siquiera les habían encerrado  su capital de trabajo futuro, sino que los habían robado de frente, con palmaditas en la espalda, cayendo en manos de dos  estafadores inteligentes que conocían previamente la información privilegiada  de lo que pasaría esa noche en la Argentina y la plata ni siquiera había quedado en el Banco, no, se la habían llevado ese par de timadores.

Ya sabían donde estaba su plata. Irían por ella, a como diera lugar, tomarían lo que les correspondía y dejarían lo adicional  en el lugar. La transportadora dijo que se llevaran todo y lo que no fuera de ellos, se lo darán a los pobres, pues ellos irían por lo suyo, pero por nada ajeno, porque no eran ladrones.

Se organizan como si fueran una banda criminal. Piensan mucho. Discuten más. A casi todos  ellos las cosas se las tienen que repetir, porque no las entienden, son seres demasiado elementales. Cada paso que dan en el objetivo de alcanzar la recuperación de su dinero, se convierte de inmediato en un obstáculo más que van resolviendo de la manera más ingeniosa, como si  se tratara de delincuentes avezados.  Ellos se habían vuelto casi locos con la pérdida de un día para otro de sus ahorros. Pagarían con la misma moneda: volverían loco  al cínico que se coaligó con el banquero para robarlos.  Y lo van haciendo y de esa manera se va desarrollando  el tercer largo metraje del director argentino Sebastián Bordensztein, quien basado en la novela de Eduardo Sacheri, “La noche de la usina”, Premio Planeta de Novela 2016, con guión del mismo autor, cuenta entre drama y comedia uno de los cientos de miles de episodios de miseria, angustia y desolación a que llevaron a los gauchos en ese año  de imbecilidad gubernamental, que de poco o nada les ha servido, porque cada que llega una escogencia presidencial caen en las mismas designaciones, sin dudar en repetir,  en darle responsabilidad a quienes ya han demostrado su fracaso. Es la película “La odisea de los giles”, que acaba de llegar a los teatros colombianos, con una muy baja recepción del público, a pesar de la atractiva presencia como actor de Andrés Parra, uno de los mejores  del país.

Por momentos  uno siente que lo  irrespetan, como irrespetan en la pantalla a esos pobres trabajadores que se juegan todo lo que tienen en busca de un porvenir de mucho trabajo, ni siquiera de riquezas, apenas con el sueño de hacer empresa, porque ya nadie les da trabajo y porque trabajo no hay, que ven como los dejaron con los brazos cruzados  y con el último de sus proyectos desbaratado sin que hubiese empezado, más allá de su imaginación, en la que ya estaba completo. En otros momentos no es posible ocultar la sonrisa y la risa abierta por las cosas que hacen sus protagonistas, los diálogos inteligentes y dolorosos que sostienen y lo que les pasa, como que estén en pleno ajetreo de asalto y suene el celular de uno de ellos que andaba estrenando esa maravilla del mundo moderno y no dudó en contestar porque era la primera llamada que le entraba a su equipo.

Bernsztein cuenta  en esta nueva cinta, filmada el año anterior, con la actuación estelar de su actor de confianza, Ricardo Darín, sin duda el mejor del cono sur, quien siempre ha estado a su lado, pues a más de los artístico los une una vieja amistad de mucha solidez. La cinta cuenta con una gran fotografía, que se apoya en una excelente banda sonora con música compuesta por Francisco Jusid.  Y en el elenco también se destacan las impecables  puestas en escena del hijo de Darín, el Chino Darín, Luis Brandoni, Rita Cortese –señora actriz-,  y el colombiano Andrés Parra, en un papel de malo que es odiado por todos los espectadores, y en el que demuestra que es un actor de talla internacional, no solamente en la pantalla televisiva, en la que se ha destacado muchas veces, sino en proyectos de esta naturaleza.  Hace el personaje de un abogado argentino y en nada desentona en su credibilidad.

Es la tercera película de este director argentino, nacido el 22 de abril  de 1963,  quien primero se formó como comunicador social en la Universidad del Salvador y luego  se dedicó a las artes escénicas,  ingresando a la Escuela “Augusto Fernández”, cuando descubrió que le era muy difícil alejarse de la vocación que involuntariamente le imprimió su padre, el comediante  Tato Bores, quien no dudó en darle la oportunidad de debutar como guionista a su hijo, siendo muy joven. Su madre, Bertha Splinder, siempre lo apoyó  en sus ideas  y sus proyectos y ahora se presenta como un director latinoamericano trascendente, que ya sido galardonado en varios festivales de cine, en los que sus filmes son apreciados como obras de arte visual. Sus dos primeras cintas  fueron “Un cuento chino”, con Darín y “Kóblic”. Sacheri el mismo autor del guión  de “El secreto de tus ojos”, ganadora del Oscar. Con “La odisea de los giles”, se tiene la oportunidad de conocer un detalle de lo que fuese esa terrible crisis económica de comienzos del siglo en el sur, en un lenguaje asequible, claro, cierto, divertido. Al final se sale del teatro con la satisfacción  de que en casos como este, no siempre son los malos los que ganan, aunque los buenos sean tan giles. Es que giles somos todos.  Y a veces nosotros nos negamos que somos giles, porque nos da pena reconocerlo, aunque estamos seguros de que seguimos siendo unos  giles consagrados e irredentos. Pero a veces los giles nos sacudimos y somos capaces de ganar, aunque sea una.