29 de marzo de 2024

PRECURSOR

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
11 de octubre de 2019
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
11 de octubre de 2019

En este momento cuando todo se quiere llevar al blanco de la verdad propia o al negro de la mentira ajena, y cada quien defiende lo que le corresponde, o cree que le corresponde,  como sea necesario, ya que lo único que importa es no dejarse vencer del otro, no viene mal quitarse los anteojos y mirar ese mismo mundo en matices de muchos grises, dándole  una visión que no es posible que tengan los demás, porque ellos no padecen de lo que le descubrieron siendo muy niño: que era daltónico. Con cierta frecuencia hace el ejercicio de ver lo que le rodea en grises infinitos y de pronto hasta repetidos.  Al colocarse sus gafas vuelve a ver todos los colores, como los ha apreciado siempre, algunas veces un poco a la velocidad de sus piernas, pero en el deber de no salirse del contexto social que le ordena unos colores que ya fueron convenidos con determinados nombres. Mucho más  si se toma en cuenta su profesión que le demanda  las diferentes combinaciones que desde las coloraturas pueden hacerse.

Los anteojos los debe usar desde muy temprana edad porque a más de no distinguir naturalmente los colores, es miope y por tanto  carece de la precisión de la visión en detalle, lo que de alguna manera determinó lo que sería su vida.  Le encantaron los deportes. Casi todos los deportes, pero especialmente el futbol, la natación, el beisbol, el basquetbol, el voleibol y el atletismo. Alguna vez probó con unos guantes de boxeo y se enfrentó en un ring de aficionados a un compañero. La cosa no salió bien. Le lograron colocar un recto de derecha en el ojo izquierdo que se lo puso morado de inmediato y al llegar a casa las explicaciones fueron de todos los órdenes en la seguridad de que ninguna de ellas merecía la menor credibilidad de su señora madre. Esta se convenció de que se había liado a golpes con alguien en la calle, actitud que le era completamente desconocida en su hijo. Tuvo que contar la verdad: le había dado por entrenar boxeo, que de inmediato le fue prohibido de por vida por muchas razones: no tenia mucha fuerza en sus brazos, era muy delgado, carecía de la agresividad de quienes se ganan la vida a golpes, su rostro era demasiado débil y todas las veces que le conectaran con los guantes del contrario, le iban a dejar muchas huellas.  Podía practicar los deportes que quisiera, menos el boxeo.

Descartado el boxeo por razones de disciplina familiar y crianza, siguió en los otros, pero como se trataba de disciplinas de contacto, debía despojarse de sus gafas, lo que de alguna manera le daba mucha ventaja a sus contendores, pues los veía en colores grises y debía acercarse mucho a ellos para poderlos enfocar. No podía jugar con sus gafas, de grueso y pesado vidrio para entonces, porque  el accidente  era seguro. Había que competir sin gafas.  Era mucha ventaja para los otros.

En 1945 y representando al colegio Berchmans, de  la comunidad Jesuita, donde cursaba su bachillerato, participó en unos juegos Intercolegiados en Cali, corrió los cien metros planos, sin haberse preparado específicamente para eso. Ganó sobrado y además hizo un tiempo competitivo en muchos espacios: 11.1 segundos.  Ese día supo que su deporte sería el atletismo. Tenía las condiciones, lo podía practicar sin quitarse sus gafas y por tanto sin darle ventaja a los demás. Una carrera de un joven aficionado definió lo que sería de alguna manera la precursión del deporte colombiano, que se mostraría en su fuerza y velocidad. De inmediato se fijaron en sus condiciones y lo comenzaron a tener en cuenta  en torneos de mayor entidad, como juegos municipales y departamentales, hasta llegar a competir a nivel nacional. En esas condiciones se fijó un gran dirigente deportivo y cívico de Cali, Alberto Galindo Herrera, quien le ofreció constante estímulo y apoyo, para consolidar su entusiasmo por las carreras en pistas.

En todas las pruebas  en que participaba  resultaba ganador. Sin muchos esfuerzos, pues a sus condiciones innatas se sumaba una intensa preparación de un hombre que hizo de la disciplina de los entrenamientos diarios e intensos su modo de vida. Nunca se dio por satisfecho  de la calidad de sus entrenos, siempre se exigía más y más, debía ser mucho mejor, sus aspiraciones iban mucho más allá de competir a nivel nacional y ganarle a todo el mundo. Sabía que en   el  exterior había gente mucho más rápida y que contaban con preparadores adecuados y metodologías ciertas  de cómo se afronta cada modalidad en las pruebas del deporte básico.

A más  de ser un excelente deportista, nunca descuidó sus estudios, en los que su madre le exigía resultados constantes. Se volvió un gran lector y un estudioso. Era uno de los mejores en el colegio, lo que de alguna manera contribuyó  a que nunca le negaran un permiso para competir, que eran constantes pues se iba convirtiendo poco a poco en una figura  que no podía faltar en ningún certamen.

En alguna ocasión cayó en  sus manos un libro sobre preparación para el atletismo. No logra recordar cuantas veces lo leyó, ni mucho menos las subrayas y resaltos que le hizo.  Se volvió su manual de entrenamiento ante la ausencia de un apoyo constante de quienes sabían del asunto, que, por demás, para ese entonces no eran muchos en Cali y en el Valle. Tenía que confiar en sus capacidades naturales y tratar de perfeccionar las técnicas de arranque, de carrera, de remate y saber que la lucha de todo atleta es, antes que nada, contra el reloj. Son los tiempos que se logran lo que verdaderamente se convierte en la carta de presentación de cualquier atleta. Ese libro de cómo prepararse en el atletismo se convirtió en su manual constante de consulta y aún recuerda que en esencia fue de allí de donde aprendió para llegar a ser el gran ganador que fue.

Este caleño nacido en Lima, Perú,  ahora anda con su cuerpo ligero, en magnifico estado físico, celebrando unos apenas 90 años  de vida, sin que haya dejado nunca de ejercitarse y de estar al aire libre, al lado  de la mujer que ha sido su compañera solidaria en todos los momentos y junto a sus hijos y sus nietos, que de alguna manera se han convertido en su razón de ser.  Es una gran figura, pero sigue siendo el hombre sencillo, humilde, que considera que ya todo se ha dicho sobre él y que lo que vale la pena ahora es resaltar a las nuevas figuras del deporte colombiano que lo han tenido a él como un símbolo, sin que se sienta así, pues considera que lo conseguido en el deporte fue apenas el resultado que desde niño se propuso, por amar el sudor, el esfuerzo, la disciplina, las ganas de llegar primero.  Son 90 años de un hombre erguido, delgado, elegante,  que no le es posible confundirse con el común de la gente, porque donde quiera que va es objeto de la admiración y el respeto de los demás. Saben quien es y le prodigan la admiración que merece, quien puede ser denominado el gran precursor del deporte colombiano, ahora cuando se viven tiempos de gloria  conquistada por muchos muchachos que piensan en ella tras los esfuerzos denodados de quien quiere ganarle a la vida.

Jaime Aparicio Rodewaldt no llegó a ser atleta porque se tratara de un niño marginado, de estratos humildes de Cali. No fue buscando la gloria para tratar de salir de pobre –como es el caso de la mayoría de los grandes deportistas nacionales-, fue, por encima de todo, por la satisfacción de hacer de la mejor manera lo que le gustaba, le divertía, lo distraía y lo mantenía ocupado. Siempre tuvo el apoyo constante de sus padres, el ganadero Abraham Aparicio Vásquez y la dama de ascendencia alemana Ernestina Rodwaldt, quienes  mantuvieron su atención en inculcarle a su hijo los mejores valores: lealtad, constancia y disciplina. Que los asimiló, que no los ha borrado y que de alguna manera le marcaron su existencia.

Jaime argumenta que es un afortunado porque siempre ha estado en el lugar adecuado a la hora de la oportunidad buscada.  Puede corresponder la expresión a su humildad y a su afán de no figurar, que se tornaría imposible, porque  con los resultados de sus competencias no podía ser ignorado por nadie. Nació en Lima, porque “me nacieron en la capital del Perú”, pero se siente el más caleño de los caleños.  Su padre dispuso que su nacimiento fuera allí por cuidados médicos más avanzados y vivieron en ese país hasta cuando Jaime tuvo cinco años, cuando regresaron  y nunca más vivieron en otro lado. Vivieron siempre en el tradicional barrio San Fernando, en el sur de Cali, que para entonces era el estrato social más alto  y que además estaba cerca de los escenarios deportivos que constituían la vida esencial  de ese muchacho que llegó a competir internacionalmente representando a Colombia y le enseñó al país como era ser un ganador.

En 1946 compitió en los Juegos Bolivarianos de Lima y fue primero en la carrera de 400 metros planos con vallas, que llegó a ser su gran especialidad deportiva. En 1951 compitió  como parte de la mínima delegación nacional, en Buenos Aires, Argentina, en los primeros Juegos Panamericanos, ganando la medalla de oro en los 400 metros planos con vallas, estableciendo un tiempo récord nacional,. y Panamericano  Ahí se hizo la gran figura. Era la primera vez que un deportista nacional ganaba un oro a nivel continental.  Fueron muchas competencias internacionales, en las que siempre figuró entre los primeros. Nunca paró de entrenar, de ser más rápido, de ser más responsable en lo que se proponía. Pasó a ser la figura de mostrar en el deporte nacional. No era el deportista que demandara el cuidado y la vigilancia de sus seleccionadores. Recibía los planes de entrenamiento y los cumplía de manera estricta, sin necesidad de que nadie lo estuviera vigilando o controlando.

Se casó dos veces. Su segunda esposa, la abogada especialista en finanzas Beatriz Jaramillo,  es la compañera de muchos años, con quien tuvo cuatro hijos y éstos a su vez le han dado varios nietos, entre quienes Sebastián  es el más cercano al atleta, quien no duda en llevarlo a sus entrenamientos de mantenimiento del estado físico y con quien practica arranques de carrera, parados sobre los tactos de largada.  Un día de ejercicio Sebastián le dijo a su abuelo que había oído hablar de él y que veía que era famoso, porque en el colegio le resaltaban la importancia de su abuelo. Pero le agregó que no lo quería por famoso, que igual si no fuera famoso también lo iba a querer mucho, tanto como lo quiere ahora, por ser su abuelo y nada más. Ese día Jaime recibió el halago mayor que le hayan entregado en  la vida, sin que hayan sido pocos los que ha recibido.

Era tanta la entrega de Jaime por el deporte que sus padres llegaron a pensar que no ingresaría a la Universidad una vez que terminara su bachillerato. Estaban equivocados. Jaime, además, es un gran administrador del tiempo y desde siempre supo que el atletismo lo iba a dejar  muy temprano y que debía tener construido un futuro. Terminado el estudio secundario le interrogaron en que Universidad quería estudiar y escogió una pública, la del Valle, donde dio inicios a sus estudios de arquitectura, sin dejar de entrenar, sin dejar de competir.  Cuando estaba en cuarto año lo becaron  por buen estudiante y excelente deportista y le dieron  un subsidio completo de estudios en la Universidad de la Florida, en Gainesville, donde terminó y se graduó. Es la profesión que ha ejercido siempre, destacándose como un gran planificador.

Fueron muchas las noches que debió dedicar a los entrenamientos por la intensidad de sus estudios universitarios. No pocas veces se quedó observando el firmamento y comenzó a hacerse muchas preguntas respecto de la existencia del universo, del sistema solar, de los astros y  de su influencia en el sistema natural. No tuvo ningún inconveniente en conseguir muchos tratados de astronomía y se volvió un verdadero estudioso de la materia. Es uno de los astrónomos más respetados del país.

En 1969 tuvo  lo que para él ha sido su mayor logro profesional: fue nombrado director técnico de los VI Juegos Panamericanos que por primera vez se harían  en Colombia, en  Cali en 1971. El éxito de las competencias y el extraordinario e irreversible desarrollo que vivió la ciudad capital del Valle son su orgullo. Las justas en las que se consolidó su prestigio en 1951 en Buenos Aires, ahora se hacían en su ciudad de siempre y obtuvo el honor y el placer de responder por una de las partes más delicadas de su logística, como es la parte técnica. Lo lleva en su memoria como su gran  conquista. Ganar en unas competencias y luego dirigirlas. Pasaron 20 años entre competir y dirigir en unos mismos juegos deportivos. El ciclo completo de todo gran deportista.

En 1956 fue nombrado como Sectario Municipal de Obras Públicas de Cali, lo que en sus palabras se convirtió en el gran error de su vida, pues las numerosas responsabilidades que un cargo público de esta naturaleza demanda, le restaron el tiempo que necesitaba para sus entrenamientos y cuando iba a las competencias detectaba los resultados, cuando las medallas comenzaron a escasear y los trofeos no volvieron a llegar.  No se dio por vencido  y continuó  cumpliendo con el mandato legal a él encomendado y siendo un gran deportista.

En 1958 la realidad le mostró el camino del retiro. Fue a representar a Colombia  en los Suramericanos de Atletismo, celebrados en Uruguay, donde ganó con cierta dificultad los 400 metros planos con vallas. Cuando llegaba a la meta, en el último obstáculo, al superarlo sintió que lo tropezó y lo derribó, aunque llegó primero supo que el final era ahí. Se sentó en la pista atlética del estadio Batlle y Ordóñez, en la seguridad del público asistente de que lo hacía por agotamiento, era un hombre de 29 años, pero todos se equivocaron, solamente él sabía que estaba tomando la decisión que nunca hubiese querido tomar. Se retiraba de las competencias. Se puso de pie, recibió los aplausos, las aclamaciones, la medalla, los abrazos, a nadie le dijo nada, regresó a Colombia y nunca más volvió a competir. Fue un retiro en el más amplio de los silencios, como se van los ganadores, sin estridencias, sin solicitar reconocimiento, sin pedir aplausos no ganados. Sencillo: todo tiene su final. El fin de la carrera de un atleta que compitió  en todo el mundo representando orgullosamente la bandera colombiana, había llegado a su final.

Nunca se propuso ser famoso. Lo que quería era ser disciplinado, ordenado, luchar contra los tiempos y ser el mejor en las competencias en que participara. No lo pudo evitar: la fama le llegó sola y no lo ha abandonado cuando  pensó que hasta allí llegaba todo. Sigue siendo figura. Sigue siendo un referente. Sigue siendo un símbolo. Sigue siendo el gran precursor de los triunfos del deporte colombiano. Sebastián sabe que su abuelo es muy famoso, pero él no lo quiere por ser famoso, sino porque es el abuelo que lo lleva a los entrenamientos y le enseña a pararse en los tacos de largada de una pista atlética.  Para un gran deportista, 90 años no son nada.