29 de marzo de 2024

Nuestra campaña libertadora (7)

15 de julio de 2019
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
15 de julio de 2019

Superado este escollo, Bolívar regresó a Bonza y siguió a Duitama y para reemplazar las bajas sufridas, el 28 de julio dictó un decreto de reclutamiento de hombres solteros y casados entre los 15 y los 40 años, con pena de muerte a quienes se resistieren a enlistarse en el ejército libertador. La norma tenía fuerza de ley en las provincias de Tunja, Socorro, Casanare, San Martín y Pamplona. Asi se logró incorporar casi 800 reclutas que, despojados de sus ruanas, luego de una fugaz valonada y envueltos a la brava en las sobras y jirones de los uniformes rescatados de los realistas muertos en el Pantano de Vargas y luego de un cursillo relámpago de temas básicos, sobre cómo marchar y la forma de empuñar y disparar un fusil sin lastimarse ni matar al compañero de al lado, ¡Eureka!, como salidos de la chistera de un mago, se convirtieron en flamantes soldados de la causa emancipadora, que, por cierto, actuaron con la firmeza y fluidez de veteranos durante las acciones del resto de la campaña.

Bolívar y su ejército siguieron a Paipa, donde la gente los recibió con afecto y entusiasmo y fueron objeto de generosas atenciones, comida caliente, provisiones para el camino, novillos, cabras y abundante suministro de granos, frutas y verduras. Sigilosamente, las tropas reiniciaron la marcha pasando por Toca y Chivatá y llegaron a Tunja, donde la vanguardia arribó el 5 de agosto y enfrentaron a algunas pocas tropas realistas que había dejado el coronel Juan Loño, gobernador de la provincia, que había salido con un grupo a encontrarse con Barreiro, quien, según informes de espias granadinos, planeaba atacar a Bolívar en su marcha a la capital. A su turno, el Libertador ordenó alistar las tropas en la plaza principal en orden de marcha al amanecer del 7 de agosto y desde el Cerro de los Ahorcados observó con su catalejo la marcha realista hacia el Puente de Boyacá, sobre el correntoso Rio Teatinos.

A las 2 de la tarde, mientras la primera división española se acercaba al rio, le salió al paso la descubierta de caballería que fue hostigada por la vanguardia realista, enviada para sacarlos del camino y abrir paso al grueso de las tropas realistas en su marcha hacia el puente. Sin que Barreiro se enterara en ese momento, toda la infanteria patriota en formación de combate, apareció sobre una altura dominante mientras los soldados realistas estaban en una hondonada, en completa desventaja, donde recibieron ataques por todos los costados. En esas apareció el escuadrón “Llano Arriba”, que lanza en ristre atacó por sorpresa a los realistas, causando pánico y numerosas bajas entre sus efectivos, que perdieron sus posiciones, provocaron la dispersión y huida de parte de las tropas y la rendición de los sobrevivientes. A su turno, Santander, encargado de dirigir las acciones por el flanco izquierdo, se topó con la vanguardia realista a la que arrolló y luego, guiado, entre otros vecinos de la región, por la niña Estefanía Parra, a través de una ruta desconocida, alcanzó el puente con los Guías de Casanare y el escuadrón de Rondón, siendo el Sargento de Caballería Salvador Salcedo Vega el primero en cruzarlo lo que le valió el inmediato ascenso a Capitán, prometido previamente por Santander.[1]  La caballería causó muchas bajas realistas mientras el Batallón de Línea rodeó al enemigo y empezó a definir la batalla a favor de la causa libertadora. Por su parte el general Anzoátegui con dos batallones y un escuadrón de caballería atacó y desarticuló al cuerpo principal de los realistas.

El general Soublette, uno de los principales jefes de las tropas republicanas, en un boletin de guerra firmado en Ventaquemada el 8 de agosto, hace un breve informe de la batalla con el parte de victoria en el que relata algunos pormenores del encuentro y la rendición de los realistas. En efecto, expresa: “Todo el ejército enemigo quedó en nuestro poder; fue prisionero el General Barreiro, Comandante General del Ejército de Nueva Granada, a quien tomó en el campo de batalla el soldado del 1º de Rifles Pedro Pascasio Martínez”. [2] En su informe considera a Anzoátegui como el principal responsable de la victoria obtenida y además afirma que el General Santander “…dirigió sus movimientos  con acierto y firmeza. Los batallones Bravos de Páez y 1º de Barcelona y el escuadrón del Llano Arriba combatieron con un valor asombroso”. También detalla las bajas sufridas por las propias tropas diciendo: “Nuestra pérdida ha consistido en 13 muertos y 53 heridos, entre los primeros el Teniente de Caballería N. Perez y R. P. Fr. Miguel Diaz, capellán de vanguardia, y entre los segundos, el Sargento Mayor José Rafael de las Heras, el Capitán Johnson y el Teniente Rivero”.

En Ventaquemada, camino a Bogotá, Bolívar pasó revista a los realistas tomados prisioneros en el Puente de Boyacá y reconoció a un antiguo subalterno suyo, el capitán Francisco Fernández Vignoni, de origen canario, quien en 1812 lo había traicionado en Puerto Cabello, cuando entregó armas a oficiales españoles prisioneros en el Castillo de San Felipe, situación que originó la caída de la Primera República de Venezuela. El Libertador ordenó el inmediato ahorcamiento en el mismo sitio donde se encontró con el traidor Fernández Vignoni y ordenó al alcalde dejarlo colgado varios dias para que sirviera de escarmiento a los traidores. Cumplido este macabro ritual, Bolívar siguió hacia la capital a donde llegó el 10 de agosto. Sámano y gran cantidad de españoles entraron en pánico y salieron huyendo con tal prisa que el Virrey olvidó en las arcas reales 500.000 pesos en efectivo y 100.000 pesos más en barras de oro. Bolívar se dedicó a organizar el gobierno, el poder judicial, el sistema de rentas y nombró a Santander como vicepresidente. Cumplidas estas tareas de gobierno, el 20 de septiembre salió para Venezuela. Días después, Santander, encargado de la presidencia, dispuso fusilar el 11 de octubre de 1819 a Barreiro y a 38 oficiales realistas prisioneros en Boyacá.

Durante el fusilamiento, el español Juan Francisco Malpica, presente entre los testigos, refiriéndose al esperado regreso de las tropas de Morillo, comentó en voz alta: “Atrás viene quien las endereza”. Algún correveidile lo oyó y le fue con el chisme a Santander que estaba cerca y quien de inmediato ordenó incorporarlo a la fila de los condenados, situación que durante mucho tiempo, valorizó las ventajas derivadas del “Saber cuándo mantener la boca cerrada”.

Por esas vueltas y revueltas del destino, el Coronel Leonardo Infante, el valiente y bromista lancero de los llanos venezolanos, se encontró cara a cara con el vicepresidente Santander en una fiesta de toros en Boyacá. Tiempo después, en Bogotá fue acusado, sin fundamento alguno, de la muerte del Teniente Francisco Perdomo, ocasional compañero de juergas, cuyo cadáver apareció el 24 de julio de 1824 en el cauce del rio San Francisco, bajo el puente de San Victorino. Por el dudoso testimonio de dos mujeres “de vida alegre”, madre e hija, asiduas “marchantas” de una chichería cercana, que se contradijeron y citaron testigos inexistentes y situaciones absurdas, Infante fue apresado y condenado a muerte en una corte marcial relámpago que no cumplía la ordenanza según la cual, un coronel debía ser juzgado por una corte que contara al menos con dos generales.

El defensor alegó y obtuvo la nulidad. Luego, en juicio con los dos generales exigidos, se le condenó nuevamente a muerte, lo que fue apelado, petición elevada a una Corte compuesta por cinco magistrados, los abogados Félix Restrepo, Miguel Peña, el aceitoso jurista don Vicente Azuero y dos jueces militares, Mauricio Encinoso y Antonio Obando. Peña y Encinoso votaron la absolución, Azuero y Obando, conocedores de la “tirria” de Santander por Infante e incondicionales santanderistas, la muerte; Restrepo, la degradación y 10 años de presidio. Luego de debates y discusiones sobre si los 10 años de presidio debían sumarse al concepto de vida o de muerte, se presentó la singular ponencia del magistrado Azuero, según la cual, “Había más distancia de la pena de presidio a la vida que de la pena de presidio a la muerte”. El presidente del tribunal, Miguel Peña, se negó a firmar la sentencia por considerarla un “asesinato judicial” y dejó escrito su salvamento de voto, documento en el que aclaraba que las pruebas que incriminaban a Infante eran las que más demostraban su inocencia. Así, a los brochazos, se llevó al cadalso a un oficial meritorio, inaguantable mamagallista, borrachin y peleonero como pocos, pero que se batió como una fiera en los momentos más difíciles y definitivos de las acciones en el Pantano de Vargas y la Batalla de Boyacá.

En su edición del 18 de abril de 2019, el periódico “El Tiempo” de Bogotá publicó el artículo titulado “Así se libró la Batalla de Boyacá”, en uno de cuyos apartes traza una breve semblanza de la personalidad del magistrado Vicente Azuero, obsecuente servidor y experto “hala bolas” de quien estuviera en el “curubito”, cuando fuera necesario y siempre dispuesto a “ponerle a cada santo una vela”. Dice el artículo de marras, refiriéndose a don Vicente Azuero, orador principal en el homenaje ofrecido por los granadinos al Libertador luego de su triunfal llegada a la capital: “…quien tan fructíferamente había confraternizado con los españoles desde la llegada de Morillo, consiguó, a fuerza de intrigas, que se le designara como orador para ofrecer el homenaje de los granadinos a Simón Bolívar. En el discurso hueco y altisonante que pronunció en esta oportunidad se advierte la exageración de quien tenía mucho que hacerse perdonar de sus conciudadanos y de los soldados que habían luchado en los campos de batalla mientras él litigaba tranquilamente en el Tribunal de la Real Audiencia.”

El dia de la ejecución, que se realizaría en la Plaza Mayor, en vez de ser conducido al patíbulo por la ruta acostumbrada y más corta, por la calle real (Actual carrera 7ª de sur a norte), la comitiva, con el reo maniatado, dio un injustificable rodeo y pasó lentamente por frente al balcón del despacho del vicepresidente Santander, a cargo de las funciones presidenciales, quien tras las vidrieras observaba el paso del triste cortejo y probablemente, satisfecho, se atusaba los bigotes recordando con fruición, las risotadas de Infante y sus lanceros cuando, años atrás, aquel ingrato y traicionero jamelgo le hizo probar por la fuerza el sabor de la tierra llanera.

Supongo que los amables lectores que han tenido la paciencia de llegar hasta aquí, ya conocen la conclusión y el resto de esta historia, relatada a cuenta gotas desde los antiguos textos escolares por la “Historia de Colombia” de Henao y Arrubla. De no ser así, reitero la saludable recomendación de una ilustre senadora a una comunidad de estudiantes durante una reciente e injustificada manifestación de protesta:  “¡Estudien, vagos!”

[1] Santander había prometido a sus hombres un ascenso de tres grados al primero que lograra cruzar el Puente de Boyacá. El Sargento Salvador Salcedo Vega, fue el ganador del ascenso, y la misma persona que en Cerinza gestionó, entre sus vecinos, la donación de gran cantidad de caballos y provisiones.

[2] Cuando Pedro Pascasio Martínez, un niño de 12 años, ordenanza del Libertador, sorprendió a Barreiro oculto en un matorral, lo atacó e hirió levemente en la garganta con su lanza y le intimó captura, el jefe realista le ofreció una faja con onzas de oro que portaba en el cinto para que lo dejara libre, a lo que el joven le respondió:  “Siga adelante, o si no, lo arreamos…” Al enterarse Bolivar de la hazaña de su joven ordenanza, lo llamó y le dijo: “Muy bien Sargento Martinez, tendrá usted cien pesos de gratificación”.