29 de marzo de 2024

El secreto mejor guardado de Hungría

31 de julio de 2019
Por Jaime Jurado
Por Jaime Jurado
31 de julio de 2019

En la turbulenta historia de Europa las llamadas invasiones bárbaras son un capítulo muy especial. Tomados los “bárbaros” como extranjeros “no civilizados” que irrumpían en forma violenta en sitios donde se habían asentado sociedades más estables, son dos los grandes grupos que hicieron presencia en ese continente. Los germanos, provenientes del norte y los que venían de oriente. En una primera etapa, hacia el siglo V d.c. se hicieron sentir, provenientes de las estepas del centro de Asia los hunos, comandados por Atila, que llegaron hasta las puertas de Roma. Es muy recordada la frase que se le atribuye “donde pisan nuestros caballos no vuelve a crecer la hierba” y los occidentales lo demonizaron llamándolo “el azote de Dios”. Por un tiempo considerable este pueblo se asentó en Panonia, llanura en la que ahora es Hungría. Los hunos desaparecieron misteriosamente de la historia y cuatro siglos después fueron reemplazados por los magiares, otra tribu de origen asiático que le dio el sello definitivo a la nación húngara.

Es pues este país una isla entre otros caracterizados por un origen germano, mediterráneo o eslavo, particularidad que también se extiende a lo lingüístico pues su idioma, el húngaro o magiar no deriva de la lengua indoeuropea de la que descienden la mayoría de los idiomas occidentales, sino que hace parte de la familia ugro-finesa, más característica del centro y oeste de Asia, entre las cuales, por cierto hay también por excepción otras dos lenguas habladas en Europa: el finés y el estonio.

Desde luego, el sustrato huno-magiar de la nacionalidad húngara no es el único. A él se han agregado importantes componentes alemanes, austríacos y rumanos, entre otros. También es muy notorio el aporte judío y gitano. Fue en Budapest donde tuvo lugar la saga de Raul Wallenberg, diplomático sueco que arriesgando su vida dio pasaporte de su país a cientos de miles de judíos que así pudieron escapar de la suerte que les tenía reservada Hitler. Los zíngaros, por lo demás también grandes víctimas del holocausto nazi, son generalmente asociados a su origen exótico y a la vivacidad de su música, de la cual son ejemplo las melodías de Franz Listz. Un famoso fox los evoca bellamente al decir “solo, a orillas del Danubio cuando en la noche clara se escucha tu violín, toca gitano con pasión en las noches de Hungría”.

Toda esta reminiscencia me surgió con la lectura de las novelas de Sándor Márai, escritor que abandonó Hungría en 1948 a raíz del ascenso de los comunistas al poder y que por estar vetado en su país era muy poco conocido. Por ironías del destino murió en 1989, en mismo año en que cayó el comunismo, y solo después de su muerte fue redescubierto en su país y en el mundo entero.

De su narrativa destaco dos novelas: El último encuentro y Divorcio en Buda. En la primera se relata la cita de dos ancianos que al final de sus vidas rememoran su lejana juventud. Cuarenta años antes fueron amigos entrañables, pero un día en el coto privado de caza de uno de ellos, el rico, cuando éste tenía en la mira del rifle a un ciervo, algo indefinible le dice que alguien lo observa con malas intenciones y al voltear la cara ve a su amigo, el pobre, también con el dedo en el gatillo y una mirada que podía ser de duda o culpabilidad. Silencio. El venado escapa. Al día siguiente, Kristina, esposa del hacendado abandona el hogar y el amigo se va a la China por cuatro décadas. En el último encuentro los examigos, unidos en el recuerdo de la mujer (tanto que el uno nunca volvió a casarse y el otro nunca lo hizo)reviven de manera dramática los momentos de la amistad juvenil, el secreto de lo ocurrido en la cacería y la causa de la ruptura.

En la segunda, Kristóf, joven juez de familia, casado y con hijos, debe decidir el divorcio de Imre y Ana. Sería un caso más en la carrera judicial a la que estaba predestinado por tradición familiar, de no ser porque conocía a los protagonistas. Con Imre, compañero en el colegio, lo ligó, no una amistad estrecha pero sí una extraña corriente de simpatía, aunque nunca pasaron de cortos intercambios de palabras.   Con la mujer tampoco pasó de un leve trato ocasional, pero se le quedó grabada la imagen de una de esas veces en que se vieron cuando ella, al regreso de una corta caminata devolvió hacia él su mirada en un camino en penumbra, como si quisiera decirle o preguntarle algo importante, que finalmente no se dijo. Un día antes de la audiencia de divorcio Imre se presenta intempestivamente en casa del juez y le informa de suicidio de Ana con veneno. Le dice que se considera culpable de matarla porque como médico hubiera podido salvarla, pero que prefirió no hacerlo. En una larga conversación que dura toda la noche le relata a Kristóf incidencias de una infancia miserable, la nueva vida que le trajo su amada y el deseo de ser dueño total de ella, hasta de sus pensamientos más íntimos. A pesar el éxito profesional y social su matrimonio se desmoronó sin causa aparente. Finalmente Ana le confesó el secreto de la lejana mirada hacia Kristóf, lo interroga queriendo saber si él sintió el mismo magnetismo en esa ocasión y sobre si en los últimos años ha soñado con ella porque necesita saber la verdad porque no puede vivir sin saberla(ni morir porque también ha acudido con elementos y voluntad para autoeliminarse pues contempla el suicidio como una de las salidas a una vida que ya considera sin sentido).

Con el trasfondo de la inminencia del estallido de la II Guerra Mundial, el azar hace reflexionar a Imre y a Kristóf sobre su el sentimiento más complejo que gravita sobre el ser humano y revelar las emociones más íntimas que no habían compartido con nadie. El médico abandona la escena más solo que nunca hacia un destino incierto  y el juez, sacudido por el pasado, retorna a su vida familiar y laboral sin poder borrar el recuerdo de una mirada.

Dos obras maestras que nos dan un exquisito banquete literario para degustar en la ribera del Danubio o en cualquier otro lugar del mundo.