Patada fenicia en el Pompeo
El Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, visitó varios países del Medio Oriente a fines de marzo. Pieza clave de su gira, además de Israel, fue su presencia en Líbano, pequeño pero importante actor en la política regional por ser el único país de la zona en el que conviven tanto en la sociedad como en el estado los cristianos, los drusos e islámicos.
Igualmente la participación en el gobierno del grupo Hezbolá(Partido de Dios), aliado de Irán y del presidente sirio, que es catalogado como terrorista, firme puntal del llamado eje de la resistencia contra los planes israelíes de dominar la zona, es motivo de gran preocupación para el alto mando estadounidense.
Es entendible entonces que Donald Trump haya enviado a su jefe de política exterior a tratar de influir en las autoridades libaneses para cambiar la posición de su país frente al complicado panorama de la región. El imperio no se ha caracterizado por su diplomacia y siempre ha estado marcado por la prepotencia de quienes se creen dueños del mundo. La rudeza de sus maneras se ha incrementado con el actual mandatario y si no es muy respetuoso de las formas con naciones fuertes como Rusia y ni siquiera con sus aliados de la Otán, no era de esperarse mucha cortesía ni respeto con una nación débil que con gran esfuerzo ha recuperado su paz interna y que se conserva estable en medio de las turbulencias del entorno.
Y es que raya en el descaro total ir a plantearle a un gobierno que eche de su seno a uno de sus componentes y a que rompa con otro país amigo. Pompeo insistió ante los funcionarios libaneses en el presunto carácter terrorista de Hezbolá y en la supuesta amenaza de Irán para la seguridad y la paz. No se limitó a eso, fue más lejos al plantear que Líbano debía ceder parte de su zona económica exclusiva sobre el mar, en la que se han encontrado yacimientos gasíferos, a su protegido Israel, sin mencionar, así fuera por diplomacia, que este país ha agredido a su vecino varias veces y que aún continúa ocupando alguna fracciones del territorio libanés(Granjas de Sheeba y colinas de Kfar Shuba).
Con lo que no contaba el dignatario era con la firmeza con la que respondieron los dirigentes, los partidos y la propia sociedad. Para un pueblo que atravesó largos años de guerra civil (1975-1990), varias invasiones israelíes (1982,2000 y 2006) es vital mantener el acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y las diferentes comunidades religiosas, lo mismo que la independencia y la unidad frente a la amenaza de Israel y del verdadero terrorismo de Al-Qaeda, el Estado Islámico, el Frente Al-Nusra y formaciones similares.
Tanto el presidente, Michel Aoún, como el jefe del Parlamento, Nabih Berri y del ministro de Relaciones Exteriores, Gibran Bassil, fueron enfáticos en señalar que Hezbolá es un partido legal que por lo demás logró mayoría en las últimas elecciones y que el país no está para nada interesado en adscribirse en alianzas antiiraníes. Igualmente fuerte fue la negativa a la pretensión de dificultar el regreso a su país de los numerosos refugiados sirios y las insinuaciones del enviado de Trump sobre una flexibilización de la posición libanesa en el contencioso con Israel sobre las áreas marinas que discuten ambos países.
Nasralá, líder de Hezbolá, se mostró orgulloso de que en una intervención de pocos minutos Pompeo se refiriera 19 veces a su movimiento, señalando este hecho como demostración de que se está en el camino correcto y que sería preocupante lo contrario, el elogio de la gran potencia. Fue también muy claro en advertir lo absurdo de que mientras el gringo acusaba a Irán y Hezbolá de todos los males, no mencionó ni una sola vez las agresiones del Estado de Israel a sus vecinos ni el hecho de que sigue ocupando ilegalmente Palestina, parte del Líbano y de Siria.
Tan grande fue el fiasco que se llevó el agente de Trump que canceló la rueda de prensa que tenía planeada conceder a los comunicadores libaneses e internacionales.
Fue un verdadero puntapié el que recibió en medio de la suavidad de las formas diplomáticas de sus anfitriones en la parte del cuerpo en la que la espalda pierde su decente nombre y que en nuestro idioma se parece mucho a su propio apellido.
Algo de esto debería ser tenido en cuenta por nuestros gobernantes cuando se observa el trato que le da el mandatario de Estados Unidos al presidente colombiano.