29 de marzo de 2024

IMPOSTURA

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
25 de enero de 2019
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
25 de enero de 2019

Llegó al mundo con un enorme talento natural. Nadie le tuvo que enseñar como se cogía un cincel, o una navaja para pulir materiales duros y darle la forma que estuviera en su imaginación. Ni siquiera puede decirse que se haya iniciado en el arte como un autodidacta, porque  difícilmente en sus primeros años de existencia tenía un entorno que así se lo permitiera. No era el más artístico, sólo el de las necesidades elementales. Toda superficie dura que fuese capaz de moldear, el niño se buscaba la manera de hacerlo y la transformaba en formas bellas que nacían de su deseo y de la destreza de sus manos.  Como si hubiera nacido escultor. Y además contaba con el respaldo anímico de sus hermanos, dos de quienes  también optaron como expectativa de vida por la vía de la creación de formas estéticas.  Se fue abriendo el mundo en la medida en que en la escuela conocía  de muchas cosas que iban más allá del quehacer cotidiano de su casa. Era un detallista, un  perfeccionista visual de las formas de los animales, que las iba almacenando en la memoria para en cualquier momento plasmarlos en figuras que dejaba por algún lado.

Siendo muy joven,  tuvo la osadía de concursar en el IX Salón Nacional de Artistas y con apenas 20 años y ningún estudio académico de formación artística, se ganó el primer puesto en escultura, con la admiración del jurado calificador que desconocía al autor y se lo imaginó todo un maestro, con la sorpresa de encontrarse  en presencia de un muchacho eminentemente sonriente,  de muy buena presencia, de cuerpo atlético, vanidoso, bien vestido con su estilo caribeño de ser, quien no le dio mucha importancia al galardón, hasta cuando supo que el premio consistía en una beca de formación en artes plásticas en Europa, lo que le despertó el entusiasmo y los grandes sueños que siempre tuvo, en silencio, de estar lejos, muy lejos de un país en el que no alcanzaba a encontrar un porvenir para alguien como él, con ánimo (y capacidades) de genio. Iría a Europa. Conocería el gran arte de todos los tiempos. Visitaría los mejores museos del mundo y se codearía con verdaderos maestros de la escultura, quienes le enseñarían los secretos de los materiales y los elementos químicos con los que los más duros pueden ser reducidos a la forma que pretenda el creador.

Muchas veces contó  de su orgullo y soberbia al abordar el  vuelo que lo llevó a España, Italia y Europa por cinco años: miró hacia atrás y dijo: “Adiós Colombia de mierda” y se fue en la convicción de que nunca más volvería, porque esta geografía la sentía estrecha para sus ambiciones y muy corta en las posibilidades que podría ofrecerle a un artista de nacimiento.

Perdió la comunicación con su familia. Se dedicó al estudio de las artes. Conoció a gente del medio, mucha de ella de gran poder económico, algunos  miembros de familias tradicionales de artistas con gran éxito en sus producciones.  Se sintió de esos. Se olvidó de sus humildes orígenes en las calientes calles de Riofrío, en el Departamento del Magdalena, donde nació en 1932 y nacieron todos sus hermanos, algunos de ellos supérstites, sin que hayan salido de su ambiente de estrato medio-bajo. En Europa, ante sus amistades,  desconocía  su pasado y presentaba fantasías de poder y riqueza que solamente estaban en su imaginación.  Trataba de ponerse, aunque fuera fantasiosamente, a la misma altura de sus interlocutores, entre quienes  contaba a la bella italiana Laura, por quien desde un comienzo sintió una enorme atracción, habiendo visitado su casa en Italia, conociendo a su padre, un escultor de materiales blandos y sus hermanos, artistas plásticos  de buen mercado. Ella estudiaba arte. Le atraía ese hombre bello, de sonrisa permanente y de gran optimismo en todas las horas, incapaz de conocer momentos malos y en caso de tenerlos, saber disimularlos o incluso ignorarlos. Confiaba tanto en su sonrisa que la patentó como su lema vital: sonríe y reinarás.

Cuando se acercaba el final de su ciclo  de formación de cinco años, gracias a la beca, comenzó a pensar  en el futuro y a mirar que en el viejo continente las cosas no iban a ser fáciles, porque en Colombia podían ser  pocos los genios, allí había muchos, algunos con extensos recorridos y amplio reconocimiento en la comunidad. Además podría regresar a Colombia, a Cartagena, donde estaba su familia, con el triunfo de sus estudios académicos exitosos y a mostrar a la novia de cuna rica y ascendencia artística, posibilidad de relación que en nuestro medio le era negada. No resistió a la vanidad del retorno triunfador.  Volvió. Llegó con su novia Laura, la italiana bella, de modales refinados y exquisitos gustos.  Buscó que hacer con el fin de hacerse notorio.

Por esos días, en la ciudad heroica se preparaba un homenaje especial al poeta de la tierra, Luis Carlos López, y se programaron actos solemnes. El propuso hacer un monumento  que perpetuara su memoria, pero que estuviera abierto al público, para que todos lo recordaran a su paso, como se memoran  a cada instante las cosas buenas que todos llevan consigo. “Mi ciudad Nativa”, el poema insignia (al menos desde el conocimiento colectivo) de López, hace referencia al amor que se le tiene a las cosas gratas de la vida, entre los que se cuentan  el cariño por los zapatos viejos, esos que tanto gustan y que no tallan, ni incomodan en lo más mínimo, cuando fabricaban zapatos tan duros que era necesario el proceso de amansamiento.  Y no era fácil. Por eso los zapatos viejos no se desechaban. Y se querían tanto.  El escultor ofreció diseñar y fabricar un monumento en que se inmortalizara ese sentimiento. Trabajando pátima con plombagina esculpió  ese par de botines retorcidos por el uso, uno de los cuales luce  en posición vertical y otro horizontal, pudiendo verse el enorme agujero de la suela y la descomposición de la misma.  Se hizo sobre la zona verde de una vía principal de Cartagena y al  fondo original  de la escultura, había un aviso grande, pintado sobre la pared, de aceites lubricantes Penzoil.  Eso fue en 1957.

Comenzó a ser reconocido como artista talentoso y amante de la buena vida.  Durante un poco más de un año se dedicó a tallar mármol blanco de Carrara y mármoles rojos  de Calemandino y Levanto, con los que realizó seis hermosas figuras de animales marinos, que en 1960 expuso en la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, siendo recibido por la crítica nacional como el gran artista de mayor proyección en el medio, al punto de que el novelista y gran pintor Héctor Rojas Erazo, se refirió a esa muestra con palabras como:

“Desde este punto  de vista, es un obcecado. Quiere su tierra y la luz repetida en esa tierra y en los seres que la pueblan. El lujoso resultado de sus estudios  europeos en especial en talleres  y museos italianos, se vuelca entero en una fauna (los animales de la muestra son pocos pero  trabajados con máxima intensidad) que le es propia. Por imperativo de los sentidos y de la herencia. Su exposición en la Biblioteca Luis Ángel Arango tiene, por ello mismo, la dignidad, el austero  alborozo de un testimonio. Lo demás –lo que este escultor habrá de rendir en su futuro que esperamos y deseamos muy vasto- será el resultado de su energía que ya destacamos, de esa disposición para elegir la belleza de ese ímpetu, extrañamente maridado con la contención y con la gracia , de que ha hecho tan acusado alarde en su última muestra”. (Boletín Cultural y Bibliográfico. Volumen # 08- 1960- Bogotá).

Quien se refería así de esa exposición era una de las grandes figuras del arte y la cultura por ese momento en Colombia, el maestro cartagenero Héctor Rojas Erazo, quien no solamente se destacó en la novela (“En Noviembre llega el arzobispo”), sino también en la pintura, en la que tenía una expresividad y fuerza inmensas, pero con la poca fortuna de que fue contemporáneo de ese monstruo que se llamó Alejandro Obregón.  Es decir, en ese escultor había mucho por esperar, lo dijo alguien conocedor del asunto.

La novia decidió regresar a Italia, donde su familia, aunque  profundamente enamorada del dueño de esa eterna sonrisa. Poco después, este  fue detrás y le propuso matrimonio.  Regresaron casados y buscó un mundo en el que hubiese mayores posibilidades de adquisición de su arte, por lo que se fueron a vivir a Medellín, donde comenzó esa enorme espiral de acenso y descenso que de alguna manera hasta hace poco estaba convertida en misterio, para casi todo el mundo.

En 1997 conoció a le menor de sus nietas, a quien como gesto de cariño al despedirla le entregó un sobre que contenía muchos dólares.  Fue la única vez que se vieron. El le dijo a la niña que le quedaba poca vida. La niña le dijo que estaba joven y él respondió: ”Ya son 65 años, suficientes”.  Cuando la niña quiso conocer un poco de ese abuelo desconocido, poca o ninguna información le dieron. Supo que el tema tenía algo de tabú.  Esperó a crecer un poco más y a tratar de saber por cuenta suya, como investigadora académica, algo sobre ese abuelo a quien vio en esa ocasión por primera y última vez, pues al año siguiente moriría.  Y comenzó un trabajo de muchos descubrimientos, en medio de sentimientos encontrados, pues  de lo bueno todos sabían,  lo malo todos lo ignoraban o lo querrían ignorar.  Ella se fue al fondo.  Daniela Abad Lombana logró saber que su abuelo materno Tito Lombana Piñeres con todo y sus claroscuros, era alguien de quien contaría su vida, a través de lo que sabe hacer: cine.

Así nació la segunda película en  largometraje (documental) de  la directora colombiana, formada en la Academia Cinematográfica de Barcelona, donde alguna vez llevó los pocos datos que logró conocer  sobre la vida de su abuelo Tito Lombana Piñeres, para trabajarlos en los talleres de guiones, a manera de trabajo de grado, lo que  plasmó en  la cinta “The ismiling Lombana” (El sonriente Lombana,  o Lombana el sonriente, como llegó a saber que figuraba  en el remoquete que le tenían las autoridades norteamericanas de policía en su prontuario de narcotraficante), de la que es directora y guionista.

Es la segunda película de Daniela Abad Lombana –quien promete ser una de las grandes realizadoras del cine nacional, junto con la talentosa Cristina Gallego (“Pájaros de verano”)- y es otro documental de 84 minutos, con una impecable realización, en la que supo utilizar, con mucho criterio, las filmaciones caseras recuperadas en el archivo personal de su abuela Laura,  de cortos hechos con  unas cámaras de 8 y 16 milímetros,  que alguna vez tuvo entre sus lujos Tito Lombana.  El primer documental fue un  homenaje a la dignidad, al honor, al saber, al orgullo de luchar por quienes nadie los representa o los quiere representar, como fue “Carta a una sombra” (co-dirigida con Miguel Salazar), basado en el libro de su padre Héctor Abad Faciolince, “El Olvido que seremos”, en el que aparece la figura brillante y digna en todo sentido,  del médico salubrista Héctor Abad Gómez, sicariado en una calle de Medellín, a plena luz del día, en 1986, por el crimen de defender los derechos humanos, en medio de la degradación de tantos seres  puestos al servicio del actuar delictivo y de los atropellos.  Un contraste inmenso el que se da entre las dos cintas de la directora antioqueña, nacida en Turín, Italia, precisamente en el año que falleciera su abuelo paterno.  El homenaje a un ser íntegro, como su abuelo paterno y el descubrimiento de la gran impostura de su abuelo materno.  Ambas películas hechas con la calidad y la exigencia de quien trabaja en el arte  con sentido de creadora responsable.

En “Carta a una sombra”, todo el conocimiento del personaje salió del libro de su padre, Héctor. En “The similing Lombana”, fue el producto de una extensa investigación de dos años, en que se desplazó a hablar hasta con los abogados defensores de su abuelo Tito, cuando fue detenido en Estados Unidos por tráfico internacional  de drogas y quedó libre a los 90 días, por vencimiento de términos procesales, habiendo estado en problemas legales por doce meses, al cabo de los cuales regresó a Colombia –por expulsión-, al lado de su familia, que se dio cuenta donde estaba al cabo de mucho tiempo, por los titulares de prensa, en los que se le señaló como jefe de narcotráfico,  como si nada hubiera pasado, como si hubiese salido el día anterior en plan de su trabajo cotidiano. Como siempre lo hizo. De sus ausencias nunca tuvo explicación. Ni se las pidieron, ni las dio. Todo estaba en su eterna sonrisa y en los lujos y comodidades que se daba y le daba a  los suyos, justificados los ingresos en una pequeña empresa llamada “Acabados industriales”, hasta cuando Laura, su esposa italiana, se cansó de  la impostura y regresó a su tierra, con la mayor de sus hijas, Laura,  pues la menor, Mónica, prefirió quedarse en Medellín con su padre.

Tito Lombana  cayó en la corriente  del narcotráfico en la década de los setenta en Medellín, vendiendo  esculturas para las lujosas residencias que comenzaban a verse en los diferentes barrios.  Después, dejaría de ser el escultor creativo y pasó a ser el complaciente decorador de interiores  de los traficantes, que simplemente le contaban de las extravagancias de sus gustos y deseos, de lo que alguna vez se atrevió a contarle a su esposa que  “los ricos de Medellín tienen mucha plata y muy mal gusto”. Les hacía lo que pedían y les cobraba lo que se le antojaba. Se hizo muy rico y vivió de la mejor manera, pero el artista se echó a perder del todo. Esa actividad le permitió contaminarse con el negocio ilegal, que realizó por su cuenta.

Su esposa Laura  se negó a aparecer en la película de su nieta Daniela, aunque aceptó hablar en off y narrar muchos de los detalles de esa vida  que iba de un lado a otro en medio de muchos misterios, que eran ocultados tras una constante sonrisa. Ella nunca perdió su dignidad, la que aprendió de su familia, la que asimiló  en un proceso educativo en el que nunca tuvo carencias y en una vida que no quiso ser lo que no era, le bastaba con ser lo que ciertamente  ella era: una dama. Prefirió regresar a esa dignidad en Italia, a permanecer en medio de tantos misterios tan dañinos. Ella dice en la cinta: “Tito hizo mucho daño, dañó a su familia, a mi, a sus hijas, pero especialmente se hizo un gran daño así mismo”. Simplemente por el dinero fácil  echó a perder  un gran talento de las artes plásticas.

Su obra destacada, el monumento a los zapatos viejos, en Cartagena, ya no existe, lo que hay ahora es la impostura de su hermano Héctor, quien se ofreció a trasladar la obra a otro lugar, en razón a la ampliación de la vía urbana donde se ubicó originalmente. Luego dijo que no era posible su traslado por los materiales usados por el autor, que se deteriorarían completamente  al movilizarlos.  Lo destruyó  y se obligó a reproducirlo en el nuevo lugar. Así lo hizo en 1994, de  cuando data el actual monumento,  copia fiel del original, pero impostadamente presentado como obra de Héctor Lombana, de quien hay muchos monumentos en diferentes ciudades colombianas, algunos de franco mal gusto, de poca estética y hasta con fallas de ética, como el de la Solidaridad, en la entrada norte, por la avenida 3 con calle 34, de  Cali.

La investigación para el guión de la película no fue nada difícil. Tuvo muchos obstáculos. Su madre, Laura, la hija de Tito, se negó a la menor participación. Varios miembros de la familia  pusieron de presente su contrariedad por el proyecto. Mónica, la hija menor de Tito colaboró, aparece repetidamente en el filme, con un testimonio sincero y no duda en bailar un  tema flamenco que practicaba con su padre cuando era una niña y quedó grabado con la pequeña cámara de 8 mm.

Tito Lombana Piñeres, hizo de su vida una impostura. Lo sedujo el lujo, el dinero, el placer y se olvidó de ese enorme talento con que la naturaleza lo había dotado. Echó a perder una familia y se hizo a un lado de la gloria en la historia del arte colombiano, por la vergüenza del dinero fácil.  Es posible conocerlo en su dimensión extraña, en la segunda película de Daniela Abad Lombana, ahora en las carteleras de cine  en Colombia, con una escasa acogida del público.  Una cinta de mucho valor, con una gran realización y una manera diferente de ver una etapa histórica del país, que solamente se ha querido observar desde el ruido de las balas y las bombas.  Hubo mucho más que analizar. El filme permite hacerlo.