28 de marzo de 2024

¡Fuera el Esmad y mueran los bomberos..!

28 de enero de 2019
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
28 de enero de 2019

Luego de las multitudinarias marchas del domingo anterior en las que gran parte del pueblo colombiano manifestó ruidosamente su rechazo al atentado terrorista del ELN del jueves 17 de enero contra las instalaciones de la Escuela de Cadetes de Policía General Santander que causó la muerte de 22 personas, entre ellas 21 jóvenes cadetes del instituto, además del portador del siniestro cargamento, lamentable evento que dejó más de medio centenar de heridos, algunos de ellos con lesiones definitivamente incapacitantes e irrecuperables, manifestaciones en las cuales, con flores, saludos afectuosos y cálidos abrazos, ciudadanos de toda condición social y diversas edades agradecieron a los hombres y mujeres policías que encontraron a su paso los aportes de la Policía Nacional como institución y los esfuerzos individuales de cada uno de ellos en beneficio de la paz, la seguridad, el orden y la convivencia de todos los colombianos.

Lamentablemente, en la mañana del domingo 27 de enero, diez días después del criminal atentado del ELN contra el centro de formación de cadetes de la Policía Nacional, se recibió la triste noticia del fallecimiento del cadete  Andrés Felipe Carvajal Moreno, de 23 años de edad, quien a pesar de la fortaleza propia de su edad, no pudo superar los terribles destrozos sufridos en sus miembros inferiores, tórax, ojos y abdomen, causados por la deflagración de los explosivos utilizados en el abominable ataque, según el testimonio de los facultativos que lo atendieron desde el momento de su ingreso a la entidad, las múltiples cirugías reconstructivas a las que tuvieron que someterlo y a su permanencia en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de El Tunal en el sur de Bogotá, donde hicieron todo lo posible por rescatar esa vida joven, llena de expectativas, proyectos e ilusiones.

No obstante la mayoritaria y contundente expresión popular del domingo 20 de enero en contra del terrorismo y la violencia, durante el transcurso de la semana que acaba de pasar, el estudiantado reanudó las marchas periódicas que han venido programando en las que se reclaman reformas y mejoras al sistema educativo colombiano y entre otras pretensiones se reclama la reestructuración o el desmonte del Escuadrón Móvil Antidisturbios, mejor  conocido por su sigla, ESMAD, entre cuyas funciones oficiales está la difícil, peligrosa y muy ingrata responsabilidad de prevenir y controlar los continuos, injustificados y catastróficos desmanes y manifestaciones violentas contra edificios, propiedades oficiales y privadas y la vandálica destrucción de los ya precarios medios de transporte público de la capital y de otras ciudades del país.

Estos curiosos reclamos contra el ESMAD me hacen recordar una antigua anécdota según la cual, el frustrado sindicato de rateros, ladrones y atracadores de un olvidado pueblito intentó una demanda formal contra el único ferretero de la localidad por atreverse a vender en su establecimiento, candados, trancas, cerraduras y cadenas de seguridad que dificultaban el ejercicio de sus lucrativas y “honradas” profesiones. O como si los pirómanos e incendiarios exigieran la clausura y erradicación de los cuerpos de bomberos para que no interfirieran con sus actividades, sus incendios recreativos, de negocios y demás hobbies.

Dadas las cotidianas y lamentables consecuencias sobre la propiedad privada, la movilidad ciudadana y la seguridad y tranquilidad públicas que se presentan al paso de las marchas estudiantiles de protesta, probablemente explicables y justificadas hasta cierto punto en su fondo y esencia, pero absolutamente repudiables cuando se convierten en expresiones violentas y ataques injustificables de sujetos encapuchados que, armados con piedras, papas bomba y los letales cocteles molotov, atacan sin asco ni pudor alguno a los miembros de la fuerza pública que en cumplimiento de sus deberes oficiales y exponiendo sus propias vidas, deber permanecer impasibles al sol y al agua, recibiendo improperios, escupitajos e insultos en sus intentos de mantener el orden durante sus desplazamientos, arengas y reclamos.

Hasta algunos de los caballos que en algún momento fueron utilizados por la Policía Nacional para el control de motines y disturbios en la capital, resultaron afectados por los inmisericordes ataques de las turbas de vándalos encapuchados mezclados entre los manifestantes, trátese de estudiantes, trabajadores, sindicalistas, docentes o servidores de la Rama Judicial. La historia de los carabineros colombianos recuerda con pena el caso del caballo policial “Comején”, que resultó apuñalado por manifestantes frente a la Universidad Nacional en hechos ocurridos el 16 de febrero de 1971, a consecuencia de lo cual hubo necesidad de sacrificar al animal en la misma calle, tal la gravedad de las heridas recibidas. Muchísimos han sido los policías, hombres y mujeres que han resultado con graves lesiones y quemaduras por impactos con piedras, papas bomba y elementos incendiarios como los conocidos cocteles molotov, que mediante una simple botella de vidrio llena de gasolina y una mecha encendida arrojada contra un ser humano, pueden convertirlo en segundos en una incontrolable tea humana, tal como ya se intentó hacerlo con un policía de servicio en algunas de las recientes manifestaciones “democráticas” de la comunidad estudiantil de la capital el año pasado.

Recientemente, a finales del mismo año anterior, durante alguna de las marchas estudiantiles también se presentó el lamentable y lamentado caso del estudiante Esteban Mosquera, quien resultó afectado en uno de sus ojos por el impacto de un proyectil de goma disparado por alguno de los miembros de la fuerza pública encargados de controlar los desmanes ocurridos dentro de  la manifestación. El penoso incidente produjo airadas protestas y reacciones contra el gobierno y contra el mismo ESMAD, que provocaron la intensificación de las posturas y reclamos abolicionistas de la comunidad estudiantil contra este cuerpo especializado de la Policía Nacional. Reclamos a los que han hecho eco algunos políticos oportunistas, aparentemente preocupados por que el gobierno garantice el libre y tranquilo desarrollo de tales manifestaciones de protesta, no cabe duda alguna.

Resultaría interesante conocer cuáles son las alternativas de control policial más recomendables propuestas por los dirigentes políticos que han manifestado sus inquietudes en torno a la eliminación del ESMAD, cuerpo policial señalado como responsable por presuntos excesos en el uso de la fuerza. Me pregunto, será que preferiblemente nos conviene más, adoptar alguno de los modelos de control policial de motines y disturbios más “tolerantes, benévolos y amables”, tales como los utilizados en los sistemas socialistas como Rusia, Cuba, Venezuela, China, Nicaragua o Corea del Norte? O mejor, recurrir a los métodos de control que emplean las policías de Estados Unidos, México, Chile, Argentina, Brasil, Francia, Alemania, Holanda, Arabia Saudita, Egipto, Libia, Irán, Siria, Turquía, Bélgica, India o el Reino Unido, donde, en algunos de ellos, no existe el riesgo de recibir impactos de proyectiles de goma, aunque sí de plomo?

Las opciones disponibles son múltiples, pero, impajaritablemente, todas apuntan al mismo propósito, garantizar el orden, la seguridad de la propiedad privada y la tranquilidad de todos los miembros de sus comunidades, durante el desarrollo de manifestaciones hostiles o que representen riesgos previsibles de violencia y vandalismo. Lo ideal y deseable, es que el ejercicio del legítimo derecho a la protesta, regrese al cauce de lo racional y civilizado. Que se marche y se proteste todos los días si es necesario, pero sin afectar el derecho general de la ciudadanía a su actividad y movilidad tranquilas y seguras. Cabe aquí recordar la sentencia de aquel humilde indiecito de Oaxaca, México, Benito Juárez, el inmortal Benemérito de las Américas, quien expresó: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.