28 de marzo de 2024

Una réplica

6 de diciembre de 2018
Por Andrés Felipe Betancourth López
Por Andrés Felipe Betancourth López
6 de diciembre de 2018

Con el título “Las mujeres, al agua”, Evelio Giraldo Ospina publicó en este portal sus cuestionamientos sobre la preparación de las mujeres para asumir representaciones en cuerpos colegiados, y para hacerlo, expuso sus dudas sobre las capacidades de las mujeres para madrugar, trasnochar, abrazar o acompañar, al tiempo que las mezcló con las habilidades (al parecer masculinas) para la zancadilla, el zarpazo y la hipocresía. Sobre el primer grupo de habilidades la duda es –cuando menos– infundada. Sobre el segundo, llama la atención que se les considere atributos para la acción política.

Eje 21, vía twitter, se disculpó públicamente, aunque no dejó claro si el destinatario de su disculpa eran las mujeres, de quienes puso en duda sus capacidades y se refirió en tono de burla; o si eran los políticos hombres, a quienes les asigna tan poco honrosas habilidades.

Le vendría bien al redactor revisar las ideas de Sylviane Agacinski, quien en su libro “Política de sexos” (1999) expone hechos y efectos de las diferenciaciones establecidas por las anacrónicas y hegemónicas visiones patriarcales que –no solo en el campo de lo político– han relegado históricamente a las mujeres, manteniendo una profunda brecha entre la igualdad teórica de los derechos y la desigualdad práctica de los hechos. Tal distancia no puede ser llamada solo desigualdad, tendría que llamarse injusticia, y es imperativo en una democracia reclamar todo tipo de acciones que garanticen la justicia.

No replico porque considere que la paridad numérica resuelve la marginación histórica, pero si porque cuestionarla con argumentos cargados de arrogancia y jerarquización de un género sobre otro, profundiza la marginación y la injusticia, y pretende hacer ver como “gracioso” un hito de la transformación política e institucional del país. En lugar de cuestionarlas, estas transformaciones hay que celebrarlas, y acompañarlas, para erradicar de una vez por todas las confusiones que se han construido alrededor del ejercicio público de las mujeres. Solo basta pensar en la anacrónica e insulsa figura de las “Primeras Damas”, transformada eufemísticamente en “Primeras Gestoras”, a las que además por extensión se les cargan (con el escaso peso que pudiera esperarse) algunos temas que se “feminizan”: el bienestar de los niños, la atención a los adultos mayores, la cultura y el arte, cuando a estos se les minimiza a lo estético… etc… Pero lo más humillante, es que para la opinión general pareciera que el principal mérito de aquellas mujeres hubiera sido la escogencia de marido.

Desconocen este tipo de notas el peso político que ya han ganado las mujeres, y no en virtud de la reforma política. La Ruta Pacífica de las Mujeres, las Madres de Soacha, las Madres de la Candelaria, la Organización Femenina Popular son solo ejemplos de movimientos y organizaciones que se han ganado un espacio en la política y en la historia. Igual referente constituyen las valiosísimas mujeres que desde espacios periodísticos han revelado y denunciado hechos de corrupción, zancadillas y zarpazos… su peso político específico es tan alto que tienen personajes de los más altos niveles persiguiéndolas.

Nuestra política merece profundas transformaciones, que van más allá de los balances cuantitativos, aunque sea justo reclamarlos. Y si se reclaman, es porque la tradicional mayoría masculina ha sido incapaz de construir relaciones justas, equitativas y verdaderamente incluyentes, que reconozcan y valoren las diferencias de género, de ingresos, de procedencia, de tipo de conocimiento, etc.

Finalmente, no escribo esta réplica pensando en reivindicar a las mujeres, pues justo su valor es tal que no requieren un hombre que las respalde. La reivindicación que espero es la de los hombres de estas tierras, que esperamos que algún día dejen de vernos como cavernarios y vetustos, en virtud de los prejuicios de algunos.