28 de marzo de 2024

Cuestiones de edad

Columnista de opinión en varios periódicos impresos y digitales, con cerca de 2.000 artículos publicados a partir de 1971. Sobre todo, se ocupa de asuntos sociales y culturales.
13 de diciembre de 2018
Por Gustavo Páez Escobar
Por Gustavo Páez Escobar
Columnista de opinión en varios periódicos impresos y digitales, con cerca de 2.000 artículos publicados a partir de 1971. Sobre todo, se ocupa de asuntos sociales y culturales.
13 de diciembre de 2018

Galán: 39      Belisario: 59     López: 69 

(En la campaña presidencial de 1982, en la que el vencedor fue Belisario Betancur, escribí en La Patria este curioso artículo relacionado con la edad de los tres candidatos, todas terminadas en 9. Por extraña circunstancia –tal vez nacida de la numerología–, Belisario, el último sobreviviente de los tres, fue enterrado el 9 de diciembre. Y el 9 también se encuentra en su edad final: 95 años. Una flor en la tumba del gran abanderado de la paz).    

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Nuestros candidatos presidenciales, cuyas edades curiosamente terminan en 9, no sólo pertenecen a distintas genera­ciones sino a distintos estilos. López es 10 años mayor que Belisario y 30 que Galán. Y Belisario le lleva 20 años a Galán. Galán irrumpe en la política entre con­tendores mayores, y esto, lo misino que puede perjudicarlo, puede favorecerlo. Mientras López pregona la experiencia y Belisario la tenacidad, Galán se apoya en el vigor.

Se ha dicho, dentro de las actuales escaramuzas de la política, que la edad de Galán no es garantía para el ejercicio de la presidencia. Así se quiere insinuar que la edad avanzada significa experiencia, y la juventud, inexperiencia. Vamos a torear un poco los años, sin que con esto el articulista tome partido a favor de ninguno de los tres con el argumento de sus eda­des, si de lo que se trata es de sostener que la edad no significa, por sí sola, ni madurez ni inmadurez.

Verdad de Perogrullo es que los años, más que cronológicos, son mentales.  ¿No está acaso Borges, a sus 83 años, en el pleno uso de sus capacidades intelectuales? Si Bernardo Londoño Villegas sostiene que “la juventud no es cuestión de calendario sino de superación”, también puede decirse que la vejez, más que una resignación, puede ser un goce.

No siempre lo es, desde luego, y la generalidad de los viejos que no saben vivir se convierten en una carga para ellos mismos y para los demás. Hay niños adul­tos y vejetes infantiles. También hay niños niños, lo mismo que viejos viejos. La repetición no afirma más la realidad de ambas eda­des. Pero nadie ignora que es preferible ser niño en la amplia dimensión del tér­mino y del alma, y no viejo viejo, o sea decrépito. No es lo mismo un mueble pe­queño, pero bien cuidado, que uno grande, pero des­tartalado.

No es lícito, por tanto, afirmar que Galán no sería buen presidente por tener sólo 39 años. Es una edad razonable, acaso la edad pe­ligrosa que llaman las seño­ras cuando el hombre sigue solterón. Y Galán no es nin­gún solterón, ni en la vida civil ni en la vida pública.

De otra parte, no resulta acertado atacar a López por sus 69 calendarios como impedido, por ese solo he­cho, para impulsar obras, aunque tampoco su edad sería necesariamente aval de buen gobierno. Tal vez la gente piensa más en su an­terior administración, don­de la edad, siendo inferior, fue la que menos influyó en sus actos. Cuenta él con un almanaque colmado, que no excedido, y  se ve vigoroso e incluso desafiante.

Dice André Maurois que «el verdadero mal de la vejez no es el debilitamien­to del cuerpo; es la indife­rencia del alma». Si la ve­jez se presume un depósito de sabiduría, no siempre implica sano juicio, porque también la mucha edad atrofia la razón y hace cometer necedades. La edad provecta, bien ajustada, será el faro que busca la humanidad para conducirse mejor. Suele equivocarse, claro está, porque las apariencias enga­ñan.

La edad, ya se ve, no de­be ser bandera electoral. A Galán le atacan sus años cronológicos y él se defien­de con el equilibrio de su intelecto. Belisario se sostie­ne en una edad razonadora. A López le enrostran sus años abundantes, y olvidan que De Gaulle y Churchill dieron sus mejores batallas a edades más avanzadas.

Como ironía, ni a Galán lo dejan ser joven ni a López le perdonan ser viejo. Otros impulsan a Galán, por jo­ven y presumible reforma­dor, acordándose de los errores de López. ¿Y Beli­sario? Él está atrin­cherado en su propio ciclo vital, para el caso el más temible, el del hombre ca­bal, o sea, el que va de los 50 a los 60 años, cuando la edad cronológica corre pa­reja con la estructuración de la mente.

Pero si la longevidad sue­le ser portentosa, la juven­tud no se queda atrás. Cristo redimió al mundo a los 33 años; Bolívar obtuvo la re­sonante victoria de Boyacá a los 36; Napoleón cosechó sus mejores triunfos antes de los 40. Como se ve, la sola edad no indica nada. Conforme nacen niños pro­digios, también se arrinco­nan viejos inservibles. «La vejez es juiciosa –dice Tagore–, pero no por eso es sabia. La sabiduría es la juventud del espíritu».

Si se tratara de los sim­ples años, Galán sería el mejor intérprete de la ju­ventud; Belisario concilia­ría los conflictos de una transición generacional; López sería el elegido. Pero si las cosas se barajan en otra forma, Galán sería el acelerado, Belisario el demorado, López el incapaz.

¿Habrá que seguir insistiendo en que hay viejos verdes y otros fenomenales, lo mismo que niños precoces y otros ingobernables? En cuestión de años nadie tie­ne la razón. Con ellos gene­ralmente sólo conseguimos hacer un baturrillo como el que aquí nos ha crecido.

Las mujeres se defienden de la edad diciendo que es­ta es relativa, rara vez cro­nológica, y que sólo la su­ministra el corazón. ¡Un misterio!

(La Patria, Manizales, 30-V-1982).

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