29 de marzo de 2024

La misteriosa casa de Manuel Mujica

Columnista de opinión en varios periódicos impresos y digitales, con cerca de 2.000 artículos publicados a partir de 1971. Sobre todo, se ocupa de asuntos sociales y culturales.
23 de noviembre de 2018
Por Gustavo Páez Escobar
Por Gustavo Páez Escobar
Columnista de opinión en varios periódicos impresos y digitales, con cerca de 2.000 artículos publicados a partir de 1971. Sobre todo, se ocupa de asuntos sociales y culturales.
23 de noviembre de 2018

Durante varios meses estuve buscando en las librerías de Bogotá la novela La casa, de Manuel Mujica Láinez, agotada desde años atrás. Hasta que al fin apareció un ejemplar en la librería Torre de Babel, bien conservado a pesar de los 30 años de su existencia. Este libro, salido en 1988, pertenece a la décima edición efectuada por Editorial Sudamericana (la primera fue en 1954).

Es una de las novelas más sugestivas de la literatura argentina, cuya acción se desarrolla en una suntuosa casa señorial construida a fines del siglo XIX y situada en la calle Florida de Buenos Aires. Sus propietarios son el influyente senador don Francisco y su esposa doña Clara, padres de 4 hijos, y protagonistas todos de singulares sucesos que cautivan la atención del lector.

En realidad, el principal actor de las varias historias que narra el novelista es la noble casona,  convertida en un ser con vida propia, que habla, ríe, sufre, presencia hechos horrendos, se recuesta en su pasado de glorias y se duele de su demolición inevitable. Hay momentos en que se escuchan voces estremecidas entre las paredes que van flaqueando, y surgen reales fantasmas que brotan de la propia intimidad de quienes habitan la residencia. O las residencias, porque todos llevamos una casa a cuestas.

Esta casa de Manuel Mujica es, cómo no, el grito silenciado que se esconde en el alma cuando volvemos al pasado y nos enfrentamos a las sombras inocultables. Al iniciarse la novela, la casa nos pone en sintonía de lo que va a pasar: “Soy vieja, revieja. Tengo 68 años. Pronto voy a morir. Me estoy muriendo ya, me están matando día a día”. Sí: la están matando, la están desmantelando y descuartizando, la están despojando de sus lustres y sus pergaminos, para volverla el esqueleto que pronto llegará a ser. Pero antes dirá su verdad.

Ella ha presenciado un crimen que nadie vio –el crimen del balcón– y capta el drama del hijo loco. Por eso, clama con furor enardecido cuando se inclina alguna columna y tapa la realidad. Ella sabe de las lujurias cometidas en los cuartos cómplices; de las intrigas, los chismes y los enredos de la esclarecida familia; de las infidelidades urdidas en el secreto de las alcobas; de los pecados cuyo eco por la casona solo ella percibe, lo abomina y le eriza la piel.

Mientras tanto, resuena el carnaval que sacude a la ciudad y se siente con mayor ímpetu en la inquieta calle Florida, frente a la residencia patricia. La casa, aquí y en todas partes, hoy y siempre, es un termómetro de la conciencia. Es el reflejo de lo que llevamos adentro. En eso reside la magia de Manuel Mujica al escribir su obra cumbre.

El escritor nació en Buenos Aires en 1910 y murió en La Cumbre, Córdoba, en 1984. Sobresalió como crítico de arte, periodista y novelista. Su obra narrativa, con fondo histórico, ocupa puesto destacado en la literatura argentina. Venía de una familia aristocrática, con raíces de los fundadores de la nación. Después de residir varios años en Europa regresó a su país y se dedicó a la escritura de sus libros. Su prosa es amena, fluida, seductora.

La casa fue escrita entre enero y agosto de 1953, y editada en 1954. Por lo tanto, lleva 64 años de vida, casi la misma edad del autor. Las casas literarias no mueren, como sucede con las físicas: estas se derrumban bajo el peso de los años, y en cambio las literarias sobreviven en los ejemplares que no logra destruir el tiempo, como este que estaba guardado en una librería de viejo y ha motivado la presente columna.

Clara, la esposa del senador, es personaje pintoresco, encantador. Mujer bella y elegante en su juventud, fue perdiendo el encanto físico hasta volverse glotona y obesa. La pasión por el dulce le formó una figura caricaturesca, que no la estorbaba. Genial en sus gustos y disgustos. Siempre se mantuvo vanidosa, autoritaria, intrigante. Su presencia se siente a lo largo de toda la novela. Va y viene. Ya muerta, vuelve muchas veces a las páginas que avanzan, como queriendo decir que no se resignaba al olvido ni dejaba perder su esencia femenina.

La novela está considerada como una alegoría política e histórica de la Argentina. Cuando fue escrita en 1953, Eva de Perón llevaba un año de muerta, y el gobierno de su marido entraba en la decadencia. Muchos de los sucesos que se describen encarnan lo que acontecía en la vida real del país. Hay símiles impresionantes. El derrumbe de la casa es el derrumbe de la Argentina.

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