18 de abril de 2024

Árboles andariegos

29 de noviembre de 2018
Por César Montoya Ocampo
Por César Montoya Ocampo
29 de noviembre de 2018

A las cinco de la mañana el Cerro Santa Elena que lindera los remotos horizontes de Aranzazu, es una sombra  espesa que se diluye en un cenizo de opaco fulgor, para convertirse prontamente en una llamarada de luz. La naturaleza reverbera cuando el sol con su potencia la hace crepitar. En el claroscuro la robusta montaña con sus árboles coposos , parece una procesión de monjes camanduleando sobre un suave colchón  de nubes. Esas colinas lejanas cobran matices de alborada con una alquimia de colores que golpean el dormido paisaje.

Según Virgilio en “La Eneida”,  Eneas estuvo de visita  en el infierno. La  Sibila  le informa que “todo el centro del Averno está poblado  de  selvas”.  La fantasía del latino imaginó ese recinto de torturas enclavado en una movible marea selvática, fertilizada por el rio Aqueronte, sobre cuyas aguas, Carón, el barquero infernal, acarreaba las almas de los difuntos. Para Dante el séptimo círculo del infierno es un bosque. Allí el tronco  de una encina protesta :  “¿Por qué me tronchas”? “Fuimos hombres”, queja con la que  busca el suspenso del hacha que lo astilla.Según Ovidio en “Las  Metamorfosis” un roble “ fue herido, las ramas, las hojas y todo lo que le adornaba  y cubría, cambió de color, lanzaba gemidos  y corría su sangre  con la misma abundancia que la de un  toro inmolado”.  En el reino africano de Perseo, afirma Ovidio,  eran de oro los frutos de sus árboles y de sus hojas  “salían gotas de sangre”.

Cómo se desborda la mente. Fluye el misterio, surgen y desaparecen los enigmas en transfiguraciones sorprendentes.   La mitología ensarta truculencias que tienen origen en caprichos y enredos amatorios. Zeus fue un desbocado  fornicador. Las diosas del Olimpo eran cazadas por su avidez sexual. Utilizó las nubes como cortinas alcahuetes, fabricó tálamos de urgencia y de esos nidos de amor salían encintas las hembras aladas. Suponen los autores fantasiosos  un Hades en donde se encarcelan los difuntos, incrustado  en los repliegues de una montaña infinita, con  ríos de aguas letales, todo orquestado por los alaridos de las almas sometidas  a un fuego ardiente que no calcina.

Macbeth es una creación  genial de Willian Shakespeare. Por sus entrelíneas se escuchan voces extraterrestres con resonancias de mensajes trágicos. Tiene el trasfondo de un  bosque que  camina. “Me pareció que el bosque comenzaba a  moverse” dice un mensajero.  Exclama Macbeth “Me engañaron usando la verdad  como anzuelo, diciéndome : ”No temas jamás hasta que el bosque de Birnam no se mueva en dirección a Dunsinane”.!Y ahora el bosque avanza!”. Malcolm  hijo de Duncan, rey de Escocia, recomienda “que en todo nuestro ejército, cada soldado corte una rama frondosa y tras ella se oculte”.

La ficción no solo pone los montes en  movimiento. También la extiende a otros elementos de la naturaleza.  Según Homero,  ante los ruegos de Odiseo, un río suspendió su corriente, “apaciguó las olas, mandó la calma delante de sí y salvó a Odiseo en la desembocadura”. El invidente le impregna voluntad y mando a las aguas que cobran vida, paran su fluido y hacen favores humanitarios.

Los poetas elucubran según el hontanar de sus antojos. Tienen  mundo propio que se gobierna con normas caprichosas no sometidas a métricas, no encarcelables en estéticos crochets. El poeta francés Georges Schehade ¿qué percibe? : “Los árboles que no viajan sino con su murmullo”. La metáfora es preciosa. Les sopla vida, los transfigura en seres que tienen audición para los susurros, los espiritualiza y les da jerarquía metafísica. Según el vate sus lenguajes pueden ser confusos, o tienen trabazones dialécticos, o conversan a sotto voce y hay qué adivinar hasta donde llegan las intenciones. El murmullo es condicionado por el volumen de voz, para  acomodarlo  a las intimidades. A la amada no se le enamora a gritos sino con balbuceos,restándole énfasis a las palabras. Valen más los suspiros, el tibio contacto de los cuerpos, los monosílabos adobados de miel. El lírida francés nos entregó una arboleda quejosa,menudeadora de sentimientos, confidente de los rocíos matinales, predispuesta también para los letargos nocturnos.

Max Gallo en su voluminoso y ameno libro “Napoleón”  afirma que la briosa caballería del Corso  era “como un bosque ondulado por el viento”. Otra vez la metáfora. Si en el cerro Santa Elena de mi tierra, en el espesor nocturno los árboles parecen viajeros enlutados, con su ramaje inclinado musitando preces, sobre los corceles de Bonaparte montan jinetes que soportan la carga de los vésperos.

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