29 de marzo de 2024

A los sastres; Hijos de Sastres

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
30 de octubre de 2018
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
30 de octubre de 2018

Óscar Domínguez

Dos sastres he tenido en esta encarnación: Mamá Geno quien nunca me cobró por hacerme pantalones bombachos con cargaderas, y Chucho, de quien fui conejillo de indias antes de que se volviera uno de los dedales más tesos de la parroquia. En los dos felicito a los sastres en su día, el 28 de octubre. Ella nos acompaña desde más allá del sol, él mira pasar la vida desde de su hamaca caleña (foto tomada de su página de facebook).
Para mí es simplemente Chucho. O Jeval, Jesús Valencia, desde los años setenta en Bogotá cuando éramos ricos sin plata, felices y documentados a medias. Hoy se da el lujo de seguir sin estrés los eventos que reúnen a los egos de la alta costura.

Jesús Valencia

Sus hijos que tomaron la posta están atentos a la jugada para no quedarse del tren. El Jeval de los setenta derivó en ValenciaSartorial.com dicho sea de refilón.
En el campo sartorial el caleño Chucho es la prolongación de mi madre quien con su máquina Singer nos confeccionaba las pintas con ventajita.
Como la historia se repite, cuando marco con el siete adelante, han reaparecido los bombachos en forma de bermudas. También volvieron las cargaderas que utilizo para que mis calzones no sigan “cuesta abajo en su rodada”. Con mis bombachos con resorte made in casa, no me cambiaba por Christian Dior mano a mano.
Tener sastre propio es como tener librero, siquiatra, cardenal o jíbaro propio. No es por humillar pero en mis mejores tiempos de reportero, el Chucho fue mi sastre. (Si ahora le ordenara una pinta se quedaría con toda mi pensión).
Comíamos en la misma casa en el Chapinero bogotano. La exquisita sazón corría por cuenta de doña Lucía Reyes de Vasco, una ráfaga boyacense madre del fallecido restaurantero envigadeño Alvarito Vasco, otro conejillo de indias en el garaje-taller de Jesús en el Chapinero bogotano.
Le atribuyo a las viandas que preparaba doña Lucía el éxito de Chucho en su destino de sastre. También tiene ella la culpa de la prosperidad sin plata de este palabrotraficante como me bautizó un colega chapetón.
Estos párrafos son un anoréxico homenaje a artistas como el sonriente Jeval que nos visten “para podernos presentar decentes en la escena del mundo”, como dice mi pariente Gustavo Adolfo Claudio Domínguez, que decidió apellidarse Bécquer, para los amigotes.
El homenaje es sobre todo para aquellos nostálgicos sastres sin prestaciones y sin centímetros en la prensa que todavía llevan el metro en la nuca y una jurásica tiza en la mano.
Los veo en sus garajes, fatigados pero felices, ganando el pan con el sudor de la melancólica Singer que solloza como si fuera un bandoneón.
Que san Homobono, italiano, patrono del gremio, les mejore el currículo y la cuenta bancaria. Para los regalos el día clásico de los sastres, o modistos, o estilistas, es hoy 28 de octubre.
A uno de estos sastres proletarios, también llamado Chucho, le cantó su hijo el poeta nadaísta Jotamario quien se viste donde su paisano Jesús Valencia sin que se mosquee su cuenta bancaria: “Tú me diste las primeras puntadas de mi amor por la poesía”.

HIJOS DE SASTRES

Algún eslabón perdido debe haber entre literatura, periodismo, política y sastrería. Muchos niños gatearon arrullados por la música que salía de una nostálgica máquina Singer que daba puntadas con y sin dedal.
El terrible Henry Miller nació con estrella: su padre Heinrich, era cirujano plástico de paños. Obraba el milagro de adecuar el traje de los mayores a los que venían empujando. Convirtió esa destreza en destino. Miles de madres en el mundo tienen idéntica habilidad.
Sam, padre de los hermanos Marx, era sastre pero “no sabía nada del oficio”, según su hijo Groucho, en «Yo Groucho», que recomiendo. Sam lo hacía mejor como amante.
Gay Talese, gurú del Nuevo Periodismo, perteneció a una generación de cinco sastres. Hizo la primaria literaria escuchando la prosa de las clientas de su madre modista. Desde entonces, cuida tanto su periodismo como su pinta.
Otro que tuvo el acompañamiento de fondo de una máquina de coser, fue el filósofo italiano Gianni Vattimo.
Dedal mayor del siglo pasado fue Ángelo Litrico quien puso de moda las dos aberturas largas que lució Mastroianni en La Dolce Vita. Les confeccionaba los trajes a Eisenhower, Kennedy, Perón, el Rey Hussein.
Litrico, heredero del oficio de mamá, fue motivo de escándalo cuando confeccionó trajes para su cliente, Gorbachov. Le sugirió la hebra para airear la perestroikla.
También firmó el zapato con el que Nikita Krushov agredió su atril en la ONU.
Fue famoso en Medellín el sastre Ignacio Jaramillo, cuñado del presidente Ospina. Ilustres dedales fueron los Amaya, sastres de Dios (y del clero).
Hijo de sastre fue Rafael López, el gran locutor de la Universidad de Antioquia en los años cuarenta y cincuenta.
Ambrosio López, bisabuelo de López Michelsen, vivía con la vida pendiente de un dedal.
Jorge Eliécer Gaitán se vestía en la sastrería de Rodrigo Ferregán, si no estoy mal de noticias.
A los 13 abriles, guiado por los salesianos de Don Bosco, Hernando Trujillo ya estaba emparentado con el dedal. Pegó botones en Everfit y luego montó empresa. Se salió de la ropa y exporta elegancia.
Doña Oliva Pérez, madre del finado y elegante Bernardo Hoyos, premio de periodismo Simón Bolívar, director de la Emisora de la Tadeo al momento de su muerte, practicaba la magia de convertir prosaicos retazos de tela en pintas para la muchachocracia de Santa Rosa. Mientras escuchaba la música clásica que salía de la máquina de mamá, Bernardino leía extasiado a Don Quijote.
No olvidar al padre de Harold Pinter, sugirió en su momento el propio Bernardo Hoyos.
Líbano, Tolima, es el municipio colombiano que ha dado más más hijos de sastre por milímetro cuadrado: cuatro. Dos son los hermanos Román y Henry Medina, quien cogió el sombrero y voló a la eternidad.
Un tercer hijo de sastre libanés es Fernando Barrero, director del teatro Cafam. Y el cuarto, periodista, novelista y uribista, es Germán Santamaría, exdirector de Diners, exembajador en Portugal.
(Lo mejor de ser embajador en Portugal es que está a dos pasos de Madrid).
Me cuenta un amigo bombero que el cuadro más famoso de sastre alguno es el de Bartolomeo Moroni, pintado a mitad del siglo XVI donde aparece vestido a manera del renacimiento y con una inmensa tijera aplicando sus cortes.
Recuerdo a mi madre, en complicidad con su máquina Singer, haciendo milagros para que la ropa de mi hermano mayor le sirviera al menor (ese era yo). No logro reponerme del todo del impacto que me causaba que mi ropa ya hubiera pasado por otras carnes y otros huesos, así fuera las de mi superior jerárquico en el árbol genealógico.
Creo que por eso me fui para el seminario: allá no me podía endosar la ropa hereda de mi hermano Fernando. Mi ropa era mi ropa. Lo decía la marca grabada en la ropa con aguacate para que no se borrara. Y para que no se la robaran.
«Caballero a la medida», es la película en la que Cantiflas se luce en el arte de la sastrería. “Estoy feliz porque me viste Ortiz”, dice un aviso que Cantinflas lleva a sus espaldas en la cinta. Yo estoy feliz por no quitarles más tiempo.